A veces, olvido el dolor. Ese martilleo incesante en mis palpitaciones. Ese ruido de fondo que me bloquea en mi apreciación del entorno. Mas cuando está conmigo, me preparo para curar las heridas del prójimo, cuando estas no son sangrantes sino lacerantes. Pues el dolor me hace empático, y el ardor en mis ojos, y en el estómago, me hace adivinar las raíces de los sufrimientos que traen consigo las injusticias y las necedades de los que oprimen.
Cuando te colocas, bien sentadito, ante el papel en blanco, en un entorno controlado como lo es tu casa, crees que el único miedo que tienes que desechar es el que te da la falta de inspiración, de ideas, o de tener demasiadas, tantas que no puedes ordenarlas ni plasmar nada con algún sentido frente a tus ojos. Y no ha sido diferente en esta ocasión. Cuando quieres participar en el Micro Abierto por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, piensas o que no tienes nada que aportar, porque ya está dicho todo, o que eres el menos indicado para hacerlo porque has claudicado ante la sociedad patriarcal y sus mecanismos de presión y de manejo de conciencia, que permites cada día para seguir sobreviviendo de una manera egoísta, como no podría ser de otro modo. Y el folio en blanco continúa impoluto de una manera estúpida porque caes en la cuenta que tienes tantos ejemplos de violencia contra la mujer que da auténtica vergüenza que no hayas hecho nunca nada para evitarla. Pero peor es no decir cuándo sí la has evitado, como aquella vez que saliste corriendo de un vagón de Metro para avisar al conductor de que un hombre estaba pegando a una mujer en tu vagón, mientras todos los demás pasajeros miraban, sin hacer ni decir nada, y le clamabas que llamara a Seguridad. Como aquella vez en la que, antes de subirte al escenario de una sala en la que eres asiduo cantante, viste cómo dos hombres lamían los brazos y hombros de una mujer paralizada, y pediste al encargado que llamara a la policía porque si no, la llamabas tú. Como cuando ves y escuchas en conferencias y congresos, en los que participas profesionalmente, cómo los hombres utilizan a las mujeres como armas de guerra ante el enemigo, arrasando poblaciones enteras con violaciones en serie. Y la violencia más sutil y aceptada que es llamar a tu pareja con un «mi mujer», «mi esposa», mi, mi, mi. Y escuchar a aquellos que se creen con la suficiente confianza para contarte que se «van de putas» y están orgullosos de ello. Estando claro que esa será la última vez que te juntes con ellos. Y dejas siempre claro que apoyas la abolición de la prostitución, y que luchas contra tu pornoadiccion del pasado. Aún así, sigues preguntándote qué puedes hacer para acabar con esa lacra, y, sobre todo, para luchar contra las mentes cerradas, ilusas, desinformadas, egoístas, que piensan que no existe la violencia contra la mujer. Y hoy otra vez, otra enésima vez, no hay excusa. No hay papel en blanco, virtual o físico, que me impida manifestarme ante todos vosotros y, sobre todo, ante mí mismo.
Texto leído el 24 de noviembre de 2024 en la Plaza del Ayuntamiento de Aranjuez en el Micro Abierto por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, organizado por la Asociación Cultural La Brecha.
Trompetas, que lo petas y no respetas. Violines, jolines, y no opines. Y el saxo, sin retraso, no hagas caxo. Mas la guitarra, esa cimitarra, no seas bandarra. Escucha, no más, la música celestial que anuncia, sin más, el jamás.
Archimaldito es el nombre artístico de alguien que empezó siendo un escritor reconocido cualitativamente, pero no cuantitativamente, que apoyó a su hijo artista desde sus inicios, debido a su trayectoria melómana desde niño, que quiso ver volcada en sus retoños, algo que sigue extendiendo a su hija artista. Archimaldito es un artista que apoya, en vida, a otros artistas, con hechos, y no solo con palabras. Que lo hizo, lo hace y lo hará, aportando su pequeño granito de arena dentro de sus limitadas capacidades económicas: Yendo a sus presentaciones, comprando sus obras, participando en sus «crowdfundings», dándoles dinero, para que sobrevivieran, en los peores momentos de la Pandemia, pagando las monetizaciones en las cuentas de sus plataformas virtuales, acudiendo a sus conciertos, viviendo, con ellos, sus altibajos. «Mojándose» con sus críticas positivas y negativas, en el mundo real y el virtual, y con sus difusiones y redifusiones. Sin hipocresías, sin miedos, sin egoísmo y sin vergüenza. Archimaldito es un artista que está acostumbrado a no ser reconocido en su limitado talento, de ahí su apodo. Que está acostumbrado a amar y dar sin pedir, para él, nada a cambio. Si Archimaldito dice y hace que apoya a los artistas es porque lo hace entregándose en cuerpo y alma, si es que esta existiera. Así que antes de preguntar qué o quién es Archimaldito, intenta conocerle personalmente para mirarle a los ojos y vislumbrar, en su mirada, sus trayectorias, la artística y la vital. Así podrás reconocer lo que pocos saben, o no quieren saber. Archimaldito es simplemente él o ello mismo, fuera de sus excentricidades, que le dan la libertad que desea para los demás. Él sí que vive y deja vivir. Y ama. Sobre todo eso: Ama.
El Hombre está dirigiendo, inconscientemente, sus expectativas y preferencias existenciales a la total explotación del planeta, teniendo como objetivo inmediato la búsqueda de su felicidad, basada en el poder y el confort extraídos del resto de los seres vivos e inanimados que la componen. No se da cuenta que, tal como si de una casa se tratara, la base de la vida es el planeta que la ha visto nacer y evolucionar, sus cimientos. Si nos fijamos solo en el tejado como signo de que dicha casa está total y perfectamente construida, y nos olvidamos que lo que pisamos son los cimientos que la sustentan, la perfecta vivienda se puede derrumbar, destruir y, con ella, aniquilar lo que dentro contiene. La Tierra está herida por el Hombre. Pero aún estamos a tiempo de sanarla. El Hombre debe amar a su Madre, la Tierra. Sin la Tierra no existiría el Hombre. Sin el Hombre sí existiría la Tierra, pero le faltaría aquello que la distingue entre los miles de mundos existentes. Ella, como madre, nos ha dado pruebas de ese Amor, nos ha visto nacer y nos ha dejado crecer y desarrollarnos. Ninguna madre quiere la muerte de sus hijos. Comportémosnos correspondiendo a ese Amor. Nuestra Madre se lo merece.
Te han estado preparando desde hace tiempo, introduciendo en tu vida recursos e instrumentos de entretenimiento para que te hagas adicto a su presencia subliminal. Luego llegaron las Redes Sociales y todas las Aplicaciones para teléfonos inteligentes y ordenadores para que, con su utilización, te creyeras que tú, que tienes poco tiempo para explotar tu creatividad, podrías crear con su ayuda, contenidos que te hicieran visible y gustable por parte de los demás usuarios de este nuevo opio del pueblo. Pero cuando ya te has dado cuenta de que es algo más que utilizar filtros para vídeos y fotografías, algo más que recrear los cuerpos, los rostros y las voces de seres humanos, con las consiguientes asombros y risas (y temas de conversación en tu vida tan insulsa y vacía de contenido real, por preferir hacer vaguear a tu cerebro), es demasiado tarde. La industria del entretenimiento ha difundido estas prácticas hasta el hartazgo y se ha dado cuenta que es un recurso que se ha convertido en un arma de doble filo que está a punto de cortarle elgaznate.
John Connor, hijo de Sarah Connor, es el líder de la Resistencia Humana (Tech-Com) durante la guerra contra las máquinas controladas por Skynet en la película Terminator.
No pretendo ser Sarah Connor ni, menos aún, su hijo, pero creo que es necesaria una resistencia contra las máquinas impersonificadas por la IA. No lo digo en forma de destrucción ni sabotajes sino con el boicot a sus productos y subproductos. Los contenidos del futuro deberán llevar una etiqueta, visible o invisible pero rastreable, de que han sido realizados por humanos, para que sean valorados, en su justa medida de trabajo, sacrificio y esperanzas, y se deseche la opción de los Artificiales. Es una idea que «pongo encima de la mesa», para que otros la apoyen y la llevemos a cabo.
Es curioso que la gente no está acostumbrada a alguien que se salga de la norma. Yo lo hago en el pensar, en el hablar, en el vestir, en el votar. No sigo las modas, no me fío de las normas, sigo las leyes respetuosamente pero me pregunto por qué lo hago, miro a la gente y me resulta chocante que sigan suicidándose involuntariamente y cuando alguien les avisa de su error te miran como si estuvieran viendo un espectro o un ser venido de otro mundo, y se burlan creyendo que tienen la razón. Soy yo el que tiene que explicar por qué soy vegano cuando yo no pregunto por qué los demás comen cadáveres o explotan otras especies. Soy yo al que tratan extraño por trabajar como un poseso para llegar a fin de mes. Soy yo el que pierdo amistades cuando no alabo su mediocridad. Soy el que tiene que actuar ante la indiferencia o parsimonia de los demás cuando maltratan a una mujer, o a un anciano o a un niño o a un animal. Soy yo el que se queda observando a los demás cuando ellos no levantan sus ojos del móvil. Soy el que no ríe por peloteo ni diplomacia. Soy yo el que se sorprende cuando los demás no se creen que no hagas las cosas con un interés oculto o manifiesto. Soy yo el que mira a una mujer o a un hombre sin trasfondo sexual.
Soy yo el que no regala flores cortadas que morirán.
Soy el que se queda callado y meditabundo si no tengo nada que decir.
Por eso, callo mi lápiz ahora, para que no crean, las y los que me leen, que intento convencerlas y convencerlos de que me creo en posesión de la verdad o que todo es fruto de mi egocentrismo.