Tautograma

Cuando contabilizó cada ciudadano, catalogó cientos comunicándose contracorriente, con cerebros cercenados, colapsados. Consternado contempló culparlos, castigarlos.

Pero propuso perseguirlos, paralizarlos, para poder ponderar pruebas para perdonarlos.

Sopesó su sentencia. Sería sabia. Sondearía soluciones, sin sacrificarlos.

Curaría cada cicatriz con constancia, con certeza. Combinaría cambios cosmológicos, como cuando cambiaba civilizaciones.

Validaría voluntades vibrantes venciendo vicios vacuos.

Uniría, urdiendo un Universo único.

Así ansió ampararlos, así ansió amarlos.

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Nivel avanzado

Escucho continuamente, de boca de los escritores, lo de estar sentados ante la pantalla en blanco del ordenador, y me pregunto si dan por hecho que los demás escritores, los otros que no son ellos, no se sirven ya ni del bolígrafo, ni de la pluma o el lápiz, ni de ese instrumento avanzado llamado máquina de escribir.

 

Typewriter

(Fotografía: Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»)

Desvaríos y todo lo demás también. Por Davo García

Caminar requiere de dos condiciones. Como los buenos gurús afirman, la voluntad y el poder del deseo.

Tú la viste bailando. Yo escribo. Todo sucede de noche y abre un camino, que a la luz del día afirma que ya nada será lo mismo.

Y es que toda acción abre un camino. Ella bailando choca contigo y camina hacia otro punto en su destino. Te arrastra con ella.

Yo escribo de noche, el mundo está más silencioso. El mundo baila también a estas horas, pero en esa danza susurrada, tan sensual como primitiva, crece una planta o cae un deseo fracturado. Ella baila sobre los pedazos, tú la observas desde la barra y no te das cuenta de da la sangre de sus rodillas a sus pies y el destino te sonríe, desde su sonrisa.

Yo estoy en el escenario mientras ella baila. Yo en silencio y tú atronador, saltas sobre el fuego a su alrededor. El camino se ensancha cuando ella te toca, un canal, un cañón horadado y humeante en tu futuro. Yo lo describo en un murmullo iluminado por la televisión.

Ella desea, y al desearte dobla tu voluntad, y entonces ves la sangre a sus pies, y los trozos de noche entre el ruido ensordecedor de las alarmas, que es música interpretada.

Soy yo el que escribe, el que interpreta su danza. Tú recorres la sílaba que lleva a la palabra, ella la boca que pronuncia la frase.

El mundo nunca se detiene, siempre gira elegante. Tú caminas sin saber las condiciones, ella no camina, ella brinca y salta y tú aceptas su beso quemando el silencio y el olvido de caminos que nunca has conocido, y que ya no conocerás.

Escribir es como caminar inmóvil, en silencio, inventando un recuerdo, en el que ella baila y tú observas, giras, marchitas tus máscaras, muerdes su huella, firmas tu bandera blanca.

Luego habrá un destello, algún espejismo en el rabillo del ojo, y una pequeña angustia a lo desconocido, y la noche se acabará con su baile, y a la luz del día ya nada será lo mismo.

Caminar es como bailar, solo requiere de dos condiciones dispuestas a ello.

Si escucho muy atentamente el silencio dormido, también sueño con llegar a comprenderlo.

Davo García

 

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Todos somos seres únicos e incomparables. Y todos tenemos nuestras pasiones y sabemos cómo vivirlas más o menos intensamente.

A veces encuentras a personas que viven su pasión a niveles que sobrepasan lo espiritual o lo sencillamente emocional. En vidas aletargadas y sumisas en que la norma es ser cumplidor y manejable, las personalidades libres irradian luz con una simple sonrisa, y Davo García no para de sonreír.

Músico de profesión, Davo siente en sus dedos la magia de la creación cuando acaricia las cuerdas de sus guitarras. Y se concentra en cada nota de lo que otros han escrito en un pentagrama. Y a veces convierte en palabras la música que tiene en su cabeza, y esas palabras se sienten como música en nuestro intelecto. Y es entonces cuando la creación se deja bañar por su creatividad, por su alto nivel de creatividad.

Yo admiro su talante, su sonrisa indeleble, su arte musical, sus palabras escritas cuando se convierten en Magia.

¡Mancha!

Me paso horas mirando la punta del lápiz. Girándolo con los dedos de mi mano derecha. Acariciándolo con su pulgar.

Lo froto de abajo arriba, de arriba abajo, como si creyera que algún genio fuera a salir de él, manifestando una creatividad oculta que yo desconozco.

Y de todas estas horas, ni un segundo es apoyada sobre el papel que tengo frente a mi barriga. Éste sigue inmaculado. Aburrido de mi desidia. Observándome como un gran ojo blanco.

Desenfocado, pues mi objetivo visual es la punta del lápiz, me lo imagino riéndose por lo bajinis. Acuciando a las demás hojas que tiene por debajo.

Incitándolas a la rebelión: O son manchadas o se van.

 

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Performer

Escribo tanto que no tengo tiempo a publicarlo y, mientras, lo guardo en notas en papel dispersadas por la casa o en mi lugar de trabajo, y allí, como hojas caídas en otoño, aplastadas entre libros o cuadernos releídos, dejan madurar sus palabras, con la intención de que las ideas expresadas provoquen efervescencia en mi psiquis que valga de aviso para volver a rescatarlas.

Y mientras me quedo con los vacíos llenos de mecanicismo laboral, llenos de actos de supervivencia. Deseando que me sobrevenga el estado de dependencia creativa.

Y los ojos, con su punto de visión dirigido a objetos inexistentes. Y las olas de voltaje sensorial que rompen en mi muro mental, tan proclive a ser derribado, me horrorizan y me embaucan a partes iguales, disimulando las pequeñas implosiones con la percepción de la obra de otros artistas, mientras las absorbo y las mimetizo con mi propia percepción de las cosas y de las no cosas.

Y siempre, el agobio continuo por no poder detener el tiempo, que es siempre tan veloz que me siento desamparado ante la idea de que nada sea eterno.

No quisiera tomar nunca como propias las palabras que escuché el otro día de un “performer” o interpretador de la vida y del arte encerrado en esa vida: “No soy un artista, soy un poeta”.

Esas palabras no me valen, pero aun teniendo claro que no me las puedo, ni quiero, aplicar, me hieren demasiado. Y cuando deje de escribir ahora, dentro de un instante, volveré a rebuscar mis hojas caídas de otoño. Volveré a rescatar aquellas palabras escondidas para hacerlas visibles a otros ojos, para que ellos las llenen de sentido y hagan que mi vida tenga, otra vez, sentido.

 

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(Fotografía de Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»)

Sirvientes

Otra vez ante la hoja en blanco que necesita mi llanto.

Otra vez ante la lámpara de los años.

Otra vez ante la incertidumbre de tus daños, la hermosura de tus ojos, que me corrompen.

Y la liberación de las migrañas que me dan vida donde no la hay, que me dan sueños que son mis sueños.

 

Ya no podremos bailar con la música de las palabras no dichas, pero sí escritas.

Palabras hirientes, mis suaves serpientes, mis suaves sirvientes.

Y es cuando decido que vuelvo a ser escritor.

Otra vez ante la hoja en blanco que necesita de mi llanto.

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No sigas

   Mírame, ¿a quién crees que engañas?

   Cogiste el bolígrafo de tinta verde y escribiste palabras sueltas en un folio color crema, como si creyeras que me importaba lo guay que podrías llegar a ser.

   Pero no me importa. ¿A quién crees que engañas?

   He conocido a muchos fracasados como tú, vacíos por dentro y por fuera. Tan llenos de podredumbre, inoculada desde pequeños por una familia insulsa, larga como las sagas.

   No sigas escribiendo porque no te leeré. Pon el capuchón al boli y guárdalo en el cajón. En ese cajón sin fondo que, adivino, es tu alma.

 

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(Fotografía:©Jesús Fdez. de Zayas «archimaldito», con «archimaldito»)

Falso fulgor

 

Fui directamente a mi mesa escritorio y entresaqué de mis papeles un cuento que había escrito meses atrás. Aún no le había puesto título. La verdad es que me había resultado imposible encontrar una palabra que resumiera todo el contenido del manuscrito. Pero tras la visión de mí mismo envilecido por la mecanicidad robótica de mis musas anteriores, concentré todos mis esfuerzos en inaugurar mi nueva ambición vital con la búsqueda de un nombre para mi redescubierta historia.

“Falso Sol” se transformaría en el orientador de mi rumbo literario. Desde aquél se desplegaban todas mis ilusiones, todos mis anhelos, y cada uno de mis sinsabores.

El cuento se fue transformando en una novela donde la narrativa dejó paso al aguijón de la pericia en la utilización del lenguaje, al buen oficio de hilvanar diferentes historias en una sola que condujera a los potenciales lectores al placer de la inmersión en otras pieles, con otros ojos, sobre diferentes suelos.

Al parecer, desde mi perspectiva actual, creó que no me entregué lo suficiente en la seducción de palabras envolventes, sino que fui directamente al meollo de la historia, para abrirme de par en par ante los pretendidos anhelos de las mentes, acompañadas de sus respectivos sentimientos, que pudieran integrarse en mi proyecto de búsqueda del propio conocimiento.

“Falso Sol” intentaba narrar, repito, desde mi rocambolesca concepción de la vida, la historia de un ser humano abatido por las circunstancias de esa vida y por los efectos que sus acciones desarrollaban en la de los demás. En cierto sentido, mi cuento-novela-confesión de un desconocido era un círculo vicioso, una cadena interminable de casualidades con el mundo real.

Nunca pensé que “Falso Sol” llegara alguna vez a ser publicado. Pero debía cumplirse esa suerte de oferta-demanda espiritual y anímica y tuve que plegarme ante la exteriorización de mi creación y la preparación ante el shock de la comprensión o aborrecimiento de los demás.

Mis expectativas fueron superadas con creces. Recibí elogios y rechazos a partes iguales. Incondicionales de mi estilo y exabruptos directos con referencias a mis objetivos literarios. De todo un poco, aquí y allá. Aunque poca gente entendió el mensaje auténtico que tuve en mente transmitir cuando rematé los últimos capítulos, plenamente parabólicos.

Mi editor estaba pletórico. Un trabajo de novel no se había destacado tanto como el mío, y aunque nunca fue un superventas, se distribuyeron un par de ediciones. Esto le animó a seguir creyendo en mi capacidad literaria por algún tiempo.

Compartía yo con él parte del no poder creérmelo, al principio. Inmerso, como siempre, en el mar de dudas, acabé por plegarme a la realidad de que era leído con esperanzas varias, y aquellos lectores me daban, con su anonimato, nuevas fuerzas para seguir intentando el resurgir de mi propio existir, recién estrenado. Mas cometí un error, imperdonable confianza en lo desapercibido de la amalgama de mis miserias: Fue un error pensar que los lectores no serían cómplices de mis experiencias, y no llegué nunca a sospechar que hubiera alguien que pudiera sentirse totalmente absorbido por la historia, pero he aquí que alguien se sintió identificado con ella, con la mía propia, sin él saberlo.

Los sueños pueden ser avisos. Pronósticos de lo inimaginable. Pero, más que eso, pueden ser reflejos de lo extrañado, de lo reciclado por nuestras neuronas, de lo rozado por la realidad de la vigilia. Y quizás en algún instante, sin estar persuadido, había dejado que mis córneas fueran atravesadas por la luz reflejada por la imagen de lo inverosímil, y aquello se quedó grabado en mi subconsciente. Y en los sueños nocturnos, los que antaño me permitían la evasión de lo inaceptable, afloró el elemento de la pesadilla. Y los espejos cortantes me devolvían mi recuerdo sangrante, y con él convivo desde su vuelta.

Soñé con Vladis, y con Vladis llegó la angustia del perseguido.

Yo, víctima de mi propia monstruosidad.

 

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