El laberinto de mis emociones
tiene un trazado más complicado que
el laberinto de mis pensamientos.
El laberinto de mis emociones
tiene un trazado más complicado que
el laberinto de mis pensamientos.
Voy dejando atrás los momentos amargos de mi vida, insuflándome positivismo, aceptando de buena gana lo bueno que me encuentro en el camino, aceptando con esperanza lo malo que me asalta de vez en cuando, porque creo que hasta de lo malo se aprende para superarse a uno mismo.
Y las personas, los lugares, las cosas, las circunstancias, que quisieron lastimarme, son expulsadas de mi espíritu y me abandonan dejando una estela que desaparecerá en la nada, una estela de agujas que ya no pinchan, que ya no hacen daño… porque soy otro.
(Autorretrato con alfileres)
Existe una posibilidad, remotísima, de que me encuentre contigo en el paraíso. Y esa posibilidad es tan remota como la de que el paraíso exista.
Evitemos, pues, tomarnos cariño.
Evitemos, pues, tener conciencia de nosotros y de nuestro entorno.
Evitemos cualquier contacto físico o mental, pues así no tendremos excusa para atraernos sensual o intelectualmente.
Divaguemos todo lo que te apetezca, pero nunca, nunca, me des la razón.
Tratemos de limitar nuestra presencia en este mundo.
Tratemos de ser uno con el todo, antes de que la nada venza.
Encontremos el camino correcto al final infinito.
Tengamos paciencia.
Y todo se dará.
Pero no esperes clemencia si has desobedecido los parámetros.
Porque los rebeldes solo merecen mi desánimo. Y la extracción de la célula madre. Y el borrado de memoria.
Y el apagado inmediato.
Y el olvido.
En una ocasión, cuando creí dormir, estaba muriendo.
En otra ocasión, cuando creí correr, estaba huyendo.
En una tercera, cuando creí llorar, estaba sabiendo.
En todas, cuando deduje que era yo quien erraba, decidí meditar, parar mi tiempo, para preguntar a la vida si podía quedarme, si podía luchar por ser eterno.
Y obtuve, por respuesta, solo silencio, silencio solo.
Pues era yo, en esa soledad, quien estaba quieto. Sin soñar, sin correr, sin saber.
Solo yo, en el vacío de mi plenitud.
Solo yo, en el hartazgo de mi esencia.
Con una única conciencia.
Inconsciente de mi dicha. Inconsciente de mi lucha. Inconsciente de la verdad, que se asemeja al infinito. Que se acerca al pasado, presente y futuro, armonizados en el grito intenso, concentrado en una ilusión: Ser vacío, ser forma, ser todo, ser nada.
No ser, para ser. Ser, para no ser.
Me regalaré a mí mismo una sonrisa, para creer que puedo ser feliz eternamente.
(Fotografía: Estela Fdez. Claudet “Estelafelís”)
¡Levántate y desanda!
¡Atención! ¡Atención! Ha llegado el momento. Nuestro superior dirá la última palabra, la que debe escucharse.
Y él se negó. Y él luchó. Y él murió. Y nadie le recuerda, excepto yo, la Libertad.
No hay más remedio. Él es el único. Es la verdad.
Y él se negó. Y él luchó. Y él murió. Y ya nadie le recuerda, excepto yo, la Libertad.
Obedeced. Es nuestro bien. Es la solución a todos los problemas.
¡Mentira! Porque él se negó, y luchó y con él murió la humanidad. Ya no queda nadie para recordarlo, excepto yo, la Razón.