Nova


– ¡No me has dejado ver cómo mi padre…

Su abuelo le sonrió a la vez que hincaba su rodilla sobre el frío suelo, para que el niño no tuviera que forzar el cuello para hablarle.

-… se transformaba en nova!

Antes de que otros reclamaran la atención de Insavik, le susurró al oído:

-Una nueva estrella hay colgada en el firmamento. Pero no es tu padre, hijo. Tú debes ser la nueva Luz.

Dedicado a mi hijo, Iván Fernández Claudet, Nova en el Firmamento de los Artistas)

Rave

Imagen de Eszter en Pixabay


Kilos, kilómetros, kolokómetros, la ruta del desastre, a la que todos se apuntan sin pensar en la consecuencias, que suelen ser irreversibles e irremediables. Tanto kolomolo que te como lo que quieras porque quedan pocos días de vida y estos pasan muy rápido, ultrarrápido, que me echo a la nariz todo lo que pille, al gaznate todo lo que no atragante y a las venas todo lo que no sea rastreable. Pumba pumba chaka chaka, que no me des la chapa, que si no puedes seguir mi ritmo quédate panza arriba bajo el sol viéndolas venir, que yo sigo noche tras noche, que paqué dormir si cuando duermo me lo pierdo todo. Que qué música, que qué pibón, que qué buenos colegas que me pasan el costo, que para la meta mejor con tíos y tías no conocidos, que todos nos conocemos y se nos va la lengua. Que vomites te digo pameterte más, que nunca es suficiente y cuando el travelo se dé cuenta que se ha dejado manosear por una escoria como tú me va a venir a dar el cante y amenazarme con contárselo a mi niña de fijo.
Que me da igual quedarme sordo que lo que mola es la vibración de los pulmones y el estómago, que lo de la pilila que no se te levante ya habrá remedio cuando te pase el mono.
Y no pienses en volverte para casa y que te pillen los maderos y a lo que les digas con las pupilas dilatadas no se van a creer lo que les cuentes y encima se van a querer quedar, decomisar dicen ellos, con todo el material pa colocarse en sus ratos libres que son muchos.
Suda sudadera que me la suda que pases de mí para darles picos a todos los machos del lugar que para eso tengo resistencia para tres o cuatro días más sin dormir, que para eso no curro y me despabilo pronto con un rezbul pa seguir pribando. 
Que me queman los ojos pero lo importante es no cerrarlos para ver luces innecesarias, que hoy estoy aquí contigo que mañana no sé dónde estaré, a lo peor en gayumbos y con un tatuaje de más o sin cartera y sin manera de volver a casa a no ser que sea andando o tirando de dedo, que fijo que no me coge nadie.
Venga, pásame el chunda chunda chunga jajajá que me parto el esternón.
Que no sé pa qué me estás gritando si con esta música tan disparada no me entero.
¡Sigue bailando o saltando o arrastrándote por el suelo que da igual que todos son colegas y hacen lo mismo esmirriao!

Contra

Es curioso que la gente no está acostumbrada a alguien que se salga de la norma.
Yo lo hago en el pensar, en el hablar, en el vestir, en el votar.
No sigo las modas, no me fío de las normas, sigo las leyes respetuosamente pero me pregunto por qué lo hago, miro a la gente y me resulta chocante que sigan suicidándose involuntariamente y cuando alguien les avisa de su error te miran como si estuvieran viendo un espectro o un ser venido de otro mundo, y se burlan creyendo que tienen la razón. 
Soy yo el que tiene que explicar por qué soy vegano cuando yo no pregunto por qué los demás comen cadáveres o explotan otras especies.
Soy yo al que tratan extraño por trabajar como un poseso para llegar a fin de mes.
Soy yo el que pierdo amistades cuando no alabo su mediocridad.
Soy el que tiene que actuar ante la indiferencia o parsimonia de los demás cuando maltratan a una mujer, o a un anciano o a un niño o a un animal.
Soy yo el que se queda observando a los demás cuando ellos no levantan sus ojos del móvil.
Soy el que no ríe por peloteo ni diplomacia.
Soy yo el que se sorprende cuando los demás no se creen que no hagas las cosas con un interés oculto o manifiesto.
Soy yo el que mira a una mujer o a un hombre sin trasfondo sexual.

Soy yo el que no regala flores cortadas que morirán.

Soy el que se queda callado y meditabundo si no tengo nada que decir.

Por eso, callo mi lápiz ahora, para que no crean, las y los que me leen, que intento convencerlas y convencerlos de que me creo en posesión de la verdad o que todo es fruto de mi egocentrismo.

La Flor

Me cardo el pelo.
Maquillo mis decenas de arrugas mal distribuidas y me convenzo de que soy hermoso.
No hace falta que nadie me eche flores pues ya estoy en la edad del pasotismo social.
Aún así, me enfundo mi vestido más ceñido para llamar la atención. Y me pinto los labios.
Tiento la suerte y me atrevo a bajar a la calle para mostrar mi palmito.
Y a mi paso se alzan las mariposas del planeta, y ligo. Hoy, por fin, ligo.

Pataleta

La pataleta. La rabia. El estómago encogido. Y el puño apretado hasta doler, por no dar el golpe. Y los ojos humedecidos porque la sangre, que hierve, no tiene otro sitio por donde salir más que transformada en lágrimas. Y la boca desencajada con un grito sin sonido, pero tan hiriente como un chillido agudo al más alto volumen.                                                                                                               Y tú, enfrente, provocándolo todo. 

 

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Palabrotas

Palabrotéame hasta que diga basta.

Susúrrame palabras sucias para excitarme, palabras necias para incitarme.

Y luego chisquéame para llamarme la atención, ningunéame para liberar mi explosión.

Palabrotéame, que te quitaré la vergüenza y me quitaré la desdicha.

Palabrotéame, que tomaré nota de tus palabras, no de tus palabrotas.

 

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Ensortijados

Cada vez que la miraba a los ojos más se convencía de que les quedaba poco tiempo de estar juntos, pues ella rehuía su mirada justificándose con cualquier distracción del paisaje, y el traqueteo del tren no era suficiente para eclipsar sus síes y noes ante las preguntas intrascendentes que surgían del aburrimiento.

-Bien por ti. Bien por mí.  Bien por ambos, pues ambos nos tenemos.

Y la ausencia de reacción demostraba que el fin estaba próximo.

– Te echaré mucho de menos. No sé tú a mí.

Y la ausencia de emoción clarificaba que uno de ellos era el perdedor en la relación fallida.
Solo el pestañeo incontrolable, el obligado trago de saliva y el desgaste en las palabras, por repetitivas, liberaban la tensión del interminable silencio incómodo.

-Me enseñan sus billetes, por favor.

La diplomacia ante el extraño.
Y después, la desesperación.

-¿No me vas a decir nada? ¿Crees que te voy a dejar bajar en la próxima estación sin saber por qué ya no me hablas como antes, por qué ya no me miras como antes, por qué ya no me quieres…?

-¿… cómo antes?- completó ella, impertérrita, retirando la mano que él acariciaba con un roce de energía inservible.

Ella se levantó para dirigirse a la portezuela de salida del vagón.

Él contempló, por última vez, su espalda bañada de precioso cabello ensortijado.

Y se perdonó.

 

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