Y doy el primer beso.
Tranquila. Pronto llegan el segundo y tercer mordisco.
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Y doy el primer beso.
Tranquila. Pronto llegan el segundo y tercer mordisco.
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Mi madre me lo advirtió. Me lo dijo tantas veces que ya no me hacía efecto su prevención.
-No la mires a los ojos, que te embrujará y no podrás zafarte de su hechizo jamás.
Mi madre, tu suegra.
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Sobre los mocos y sus propiedades.
Primera parte. Compendio sociológico de formas y maneras en la extracción nasal.
Punto 1. Bolitas impulsadas por la acción de los dedos índice y pulgar. De cualquiera de las dos manos.
Revolvía, una y otra vez, las piezas de ajedrez al lado derecho del tablero, junto con los trozos del dulce que caían de mi boca.
Visualizaba la composición del juego, que se demoraría hasta que apareciera mi contrincante.
Mezclaba las jerarquías y los dos colores con los dedos juguetones y con la otra mano aplastaba mantecado tras mantecado para ser engullido mejor. Pero la punta del bocado chocaba con mis dientes y volvían a caer escombros desde las alturas de mi boca hasta la superficie pulimentada de la mesa a cuadros blancos y negros.
Y cuando la reina blanca iba a ser colocada en su lugar idóneo, la carcajada incontrolable terminaba con la tos atronadora que enviaba los últimos proyectiles de canela y sésamo a la silla vacía que tenía enfrente.
Hasta que apareció el confiado atacante en la contienda lúdica y me retaba con sus mocos absorbidos hasta la garganta.
-¿Jugamos o comemos?
-¡Jugamos, por supuesto!
Ya fui abducido hace tiempo, justo cuando me implantaron nódulos neurológicos de alta prestación para que se imbricaran con los ejes de mis neuronas, aunque creo que erraron en la apreciación de que mi cerebro extralimita su velocidad en relación con mis constantes fisiológicas, o sea, pienso más rápido de lo que hablo y es por ello que, a veces, me trabo en mis disquisiciones.
(Fotografía: Monami)
¡Hermosa mía! Te tengo dicho, muchas veces, que el narizota no está conmigo y que entonces no me siento obligado a escribirte bellas palabras. Ni tampoco a decírtelas. Para qué. Si es al final mi peculio lo que te convence. Más que mi bella cara o mi prominente masculinidad. Tampoco tienes tú ni verbo ni labia. Ni herencia ni dote. Ni sapiencia ni lujuria. ¡Vayamos pues al tema! El frenesí instantáneo bien lo merece.