Licras, mallas, calzas, leggins

Veo que te acercas y te plantas frente a mí esperando que te pregunte qué quieres. 

Te observo de arriba abajo y te sientes aludida por mi descaro y desfachatez. 

Qué hago mirando directamente tus muslos ceñidos por mallas de colores extravagantes. 

Qué hago mirando directamente el contorno de tus pechos marcado en tu jersey de cuello alto.

Qué hago mirando directamente tus labios carnosos. 

Te equivocas, como siempre.

Mi intención no es sexualizarte sino fijarme en tus piernas para adivinar si son robustas y te sostendrán cuando te dé la noticia, fijarme en tu pecho para adivinar si tienes buenos pulmones para gritarme cuando llenes tu cabeza de insultos, fijarme en tu boca para lograr vislumbrar la saliva que puede contener antes de que me escupas.

Y es que no sé cómo vas a reaccionar cuando te diga que ya no te quiero.

 

Resquemor

El resquemor del amor. El pavor del desamor. La barbarie de la injusticia, la de la distancia ni buscada ni compartida. La que hiere de veras. La que se puede solucionar con una mirada cómplice nunca encontrada. Y los latidos desbocados que se van apagando con los silencios cada vez más eternos.

argument-1539378

Apariencias

   James Loverboy era, contrariamente a lo que podría creerse por su nombre, un tímido impenitente. No salía a la calle ni para comprar el pan. Le horrorizaba tener que mantener cualquier conversación, y más aún una conversación con cualquier mujer, y se arrepentía siempre de haber dado pie a alguna con cualquier pregunta estúpida.

Muchos creían que James Loverboy era homosexual y, aunque no les hubiera importado, se preguntaban cuándo conocerían a su pareja, y se distraían haciendo conjeturas sobre el aspecto y clase social del amante, hasta el momento, imaginario.

El día que apareció en el barrio con una despampanante mujercita, muchos tuvieron que tragarse la lengua, pero otros, los envidiosos, se preguntaban cómo un ser tan apocado podía atraer a cualquier espécimen del sexo opuesto.

James Loverboy seguía, de todas formas, mostrando su acervada timidez, pues se decía que nunca en público daba muestras de conversar con su novia y, menos aún, de hacer cualquier tipo de carantoña. Era una extraña relación y todos vaticinaban que duraría poco.

Un día, el pastor de la congregación le esperó a la salida del oficio, al que no solía acudir, por lo que se deducía que la influencia femenina estaba empezando a hacer estragos en las rutinas de James, y le espetó:

-¡Querido James! Me complace verte por aquí, en tan buena compañía.

Cabizbajo siempre, hasta en presencia de su amor, respondió.

-Gracias, reverendo.

-Me alegro de que hayas acabado de una vez por todas, con las habladurías.

En un acto reflejo, James Loverboy soltó la mano de su pareja y miró fijamente a los ojos del pastor Williams.

-¿Qué habladurías?

 

???????????