Risueña. Feliz.
O eso creían ver los que la conocían por primera vez. O eso pretendía mostrar a los demás para que tuvieran esa imagen de ella por primera vez, o para siempre.
Pero, en el fondo, ni estaba risueña, porque era una mueca de disgusto disimulado, ni era feliz, porque su odio al prójimo impedía que lo fuera.
Deseaba la muerte o, en su falta, la desgracia, a todo ser vivo que osara cruzarse en su camino, e imaginaba, en su sadismo, las truculentas formas en que esto podía ser llevado a cabo.
Y sonreía, de nuevo, mirándote fijamente a los ojos.
Dedicado a Monami, que siempre está risueña… o no