Pataleta

La pataleta. La rabia. El estómago encogido. Y el puño apretado hasta doler, por no dar el golpe. Y los ojos humedecidos porque la sangre, que hierve, no tiene otro sitio por donde salir más que transformada en lágrimas. Y la boca desencajada con un grito sin sonido, pero tan hiriente como un chillido agudo al más alto volumen.                                                                                                               Y tú, enfrente, provocándolo todo. 

 

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