Pensaba continuamente en el tiempo que pasaría en volver a verla. Y cuanto más pensaba en ello más angustiosa se le hacía la espera.
Mientras, para amortiguar el desasosiego, trabajaba a destajo en las obras de la catedral.
De vez en cuando, miraba hacia abajo, desde los andamios, para ver si adivinaba su silueta en las calles colindantes. Pero nunca ocurría el golpe de buena suerte.
Le minaba el corazón el pensar que la había perdido para siempre después de la última y contundente discusión que tuvieron antes de decidir darse un tiempo.
Éste les liberaría de ciertas trampas que habían sembrado en el camino del primer intento de convivencia que duró un año.
Pensaba y deseaba que le hubiera perdonado su egoísmo y que decidiera darle una segunda oportunidad.
Pero mientras que pensaba y se torturaba y se confundía de días y noches, en la odisea de su nueva rutina, allá, en las alturas, las gárgolas se carcajeaban.

Reto literario propuesto por Rubén Romero Lozano