Ha vuelto a ocurrir.
Madrugar y estar grogui durante media hora.
Y conducir grogui durante otra hora.
Grogui, gragui, grego, griego.
Perdona, ¿de qué estabas hablando?
La mente a doscientos por hora en el curro.
Y paciencia, y automatizar los reflejos y las respuestas a los problemas
que aparecen y desaparecen por arte de mi magia.
Y las llamaditas inoportunas cuando estoy sentado evacuando no sé qué.
Pero todo se olvida y sonrío.
Sin gesto forzado, sin mueca de “joker”, sincero, porque disfruto.
Y las horas pasan y el profesional se va diluyendo
para mutar a la piel del artista.
Me consuelo con la perspectiva de estar en la oscuridad.
Anónimo, solo, solitario, dejándome abandonar.
Tan libre como esclavo. Creyéndome lo primero, asumiendo lo segundo.
Creyendo ser especial, único e irrepetible.
Como se lo creen los demás.
Por eso me deprimo.
Y llamo la atención en el transporte público.
Por mi cara seria, mis ojos fijos, mi concentración en el tinnitus que me reclama.
Y la atmósfera helada del verano de vagón de metro.
Donde nadie separa la vista de su rectángulo de dieciséis por siete,
vaticinando que los más jóvenes ya son sordos.
Andando por las calles atestadas,
repitiendo en mi cabeza la tonadilla de los semáforos que interrumpen mi “sí, soy especial”.
Llegando a donde está.
Y así ha vuelto a pasar.
Pensar, saber, sentir: Este es el lugar, esta es la persona, esta es la mirada.
Estas son las palabras: ¡Hola, Escandar!
Dedicado a Escandar Algeet, en el día de su 40 aniversario, hoy, 10 de agosto de 2024.

Foto: Archimaldito.






