
Puede que tu vida sea un drama continuo. O puede que tu vida sea una comedia en la que todo tiene su lado divertido y, por ende, positivo.
En ambas «tipologías» de vidas es necesaria la reflexión continua, para no caer en la rutina que nos lleve a vivir mecánicamente, con inercia pasiva hacia el final de nuestros días.
Del drama se puede aprender: a superar los errores, a evitar caer en ellos, a desesperar de tal manera que caigas en un abismo sin fondo, pero con la esperanza de que aparezca en nuestra vida alguien que viva en la comedia y que nos rescate llevándonos a un espacio abierto en que podamos volver a respirar libres y felices.
De la comedia se aprende: a observar los detalles ocultos de la vida que intentan socavar nuestra felicidad, para poder sortearlos, a relajar nuestro positivismo para tocar la realidad circundante e intentar cambiarla hacia algo mejor para los demás, o hacia algo aún mejor para nosotros mismos y salir, de nuevo, impulsados hacia un mañana de esperanza.
Sea como sea, mirémonos en el espejo, cuando lo haya, o mirémonos en los ojos de los demás, para intentar comenzar cada nuevo día, con una sonrisa o, por lo menos, un esbozo de ella.