No importaba

Había olvidado la muerte, tan habitual en la barbarie provocada por otros, cuando le pagaban para ensalzarla, disminuyendo la demografía de una población con sus artes mortuorias, cuando su imaginación desenfrenada se volcaba en la construcción del arma definitiva, había olvidado la muerte.

Porque cuando volvía al lugar destruido, arrasado por la onda expansiva, para rematar cortando el gaznate a los que siguieran vivos aún, mirando a los ojos de los difuntos que dificultaban sus pasos y a los que había sorprendido la hecatombe en plena calle, y en las casas, donde los niños seguían mordiendo las tetas quemadas de sus madres, donde los amantes yacían con sus pieles fundidas por el calor infinito, no reconocía a la muerte.

Y cuando volvía al mundo de los vivos, para cobrar el pago de su virtuosismo, no reconocía la vida.

No importaba, le pagaban bien, aunque no le importara la riqueza ni la fama ni el poder que fluía desde sus manos, desde su mente negra.

Solo quería sentirse solo, quería sentirse dueño de sí mismo y de todos los habitantes del planeta, antes de que el planeta, su planeta, no existiera.

 

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Foto por Jesse Koska desde FreeImages

Secreto

Lo que hacemos en la oscuridad no debe saberlo nadie. Debe ser un secreto entre nosotros y tú. De lo contrario nuestra existencia estaría en peligro, y si nosotros peligramos, reaccionamos en consecuencia.
Y no te gustaría verlo ni oirlo, porque experimentarías la hecatombe en tu mundo.

 

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(Photo by Troy Stoi from FreeImages)

 

LUZTRAGALUZ. Capítulo 5

V

   Hoy, Día 42.

   Mi mente estuvo unida a la máquina, inmersa en un estado pasivo de disponibilidad, y cuando hube regresado al modo operante, me gratificó enormemente verme desvinculado del retén de emergencia: Si algo hubiera ido mal durante el viaje, los doscientos veinticinco pasajeros nos habríamos convertido en tripulación activa, imbricándonos con el plan automático de vuelo para llevar el carguero a buen puerto.

   Desde la órbita estacionaria, éste era una nodriza que se abrió el vientre y soltó en cascada sus retoños mecánicos que, con una docena de nosotros dentro, ponían a prueba sus escudos antifricción en caída libre a través de la atmósfera y de las bocazas con las que nos tragaban unas inhóspitas tierras coloradas.

   Cuando Domenica me invitó a salir al exterior, creí que bromeaba: Terra XIX era una inmensa gruta cuya profundidad se perdía en el horizonte subterráneo, con una oscuridad rota en puntuales zonas, justo muy cerca de galerías laterales que debían de llevar a otras grutas, que yo adivinaba serían tan inmensas como la que estaba contemplando gracias a mi visión infrarroja. Y sobre nuestras cabezas, el hueco de ingreso, terminación de un canal de espiral que comunicaba con la superficie, por el que se había deslizado nuestra nave en desaceleración de planeo.

   Prejuzgar no es una buena filosofía, pero qué podía pensar de una civilización que se desarrollaba en tan extrañas circunstancias.

   -Es un modelo de desgaste, de erosión artificial, cuando los humanos que habitaban la superficie tuvieron que guarecerse del gran cataclismo que supuso el ultrarrecalentamiento de la atmósfera…

   -Y los ekstrim, claro, huyeron con ellos.

   A Domenica no le satisfizo nada la interrupción, y menos aún que fuera causada por la ingenuidad de un inminente bautizado, que debía ganarse su estima con algún episodio de audacia cinegética.

   -Los ekstrim jamás huyen, sólo se adaptan. Métetelo en tu cabezota.

   Mientras que nos desperdigábamos por el mundo subterráneo, Domenica me demostró que, aunque aquélla era la primera vez que lo pisaba, sin embargo, se había documentado sobre el medio en que íbamos a movernos con el fin de inocularse la mejor vacuna contra la transmisión de la intolerancia. Asumiendo los recursos, la tentación de caer en cualquier tipo de osadía, sería extinta.

   -Se cree que los ekstrim provocaron una hecatombe termonuclear para llegar al punto en el que los humanos de este planeta están, a fin de crear un nuevo sistema de civilización donde el control sobre los mismos fuera supremo. Y por eso estamos nosotros aquí, para evitar que el mal sea irreversible. Tenemos que devolver a estos terráqueos su orgullo, su libertad.

   Los adelantos tecnológicos les habían permitido crear ciudades a lo largo y ancho del subsuelo, y era hacia sus luces a donde nos dirigíamos.

   La programación se hacía efectiva siguiendo el plan de rastreo designado, y cuando la caverna se entroncó con una nueva intrusión cortical, los infrarrojos de nuestro sistema óptico fueron mermados. El corredor lítico resplandeció y nuestros pasos comenzaron a ser espiados. Unas videoesferas vidro del tamaño de un puño flotaban en torno a nosotros sin interrumpir en ningún momento la apurada marcha.

   El pasadizo ascendía y descendía en múltiples zigzag horizontales y parecía no tener fin, hasta que Domenica, que me precedía en unas cuantas cabezas, desapareció de improviso y el foco de luz que lo seguía se detuvo en seco, anunciando a los demás que tenía ante sí una suerte de tobogán de declive casi vertical que se perdía en la oscuridad.

   Debatimos sobre las expectativas y me lancé el primero en busca de mi compañero, deslizándome vertiginosamente sin pensar en cuál sería el resultado de aquella pequeña aventura.

   A medida que caía, notaba que una corriente de aire llegaba desde lejos, suave al principio, intensísima a medida que se adivinaba una tenue claridad en lo que debía de ser la desembocadura del deslizadero, que me iba frenando con su choque frontal y desgarraba en tensión los flexotensores del cuello en mi intento de mantener erguida la cabeza para no perder detalle de lo que me antecedía.

   El ángulo de incidencia se fue abriendo hasta permitir que todo mi largo rozara con la superficie del tobogán y que, no pudiendo resistir la tensión, mi visión se llenara con las rugosas paredes del hemicilindro que por encima de mí iban pasando.

   La horizontalidad frenó la caída y la inercia la amplió, hasta detenernos bajo una luz día que nos mostró una muralla dorada que ya Domenica estaba palpando. Si uno torcía la cabeza hacia la derecha, veía más muralla interminable que se perdía en el horizonte. Si lo hacía hacia la izquierda, ésta era tragada a unos pocos cientos de metros por la oscuridad más densa.

   Un gran portón del mismo material se levantaba ante nosotros, y mientras iba llegando el resto, y los que estábamos estables de pie sorteábamos las embestidas de los que terminaban su resbaladizo trayecto, Domenica dirigió su biorradar hacia las alturas, donde pretendidas nubes llenaban el techo existente entre el acantilado que nos había vomitado y la refulgente fortificación.

   -Espero que mi información sea exacta.

   Las esferas espías, que aparentaban habernos abandonado, hicieron silbar el aire cuando llovieron desde aquellas nubes hacia nosotros, incrementando su número en igualdad al nuestro.

   -Existe una superficie especular que parece recubrir toda esta bóveda que nos engaña con el efecto óptico de distancias inconmensurables hacia lo alto para ofrecer la sensación visual de morar bajo un cielo abierto.

   -¿Morar? ¿Quiénes?- varios de nosotros interrogamos a Domenica mientras simulábamos sentir indiferencia por nuestros marcadores, que estarían enviando nuestras videoimágenes a los enigmáticos sujetos de nuestra pregunta.

   En la gran puerta de goldueno, metal equivalente en color y maleabilidad al oro gaiano, estaban depositadas nuestras esperanzas, y la pequeña vibración que se dejó sentir bajo nuestros pies anticipó que las macizas hojas empezaban a girar sobre sus pernios.

   La mitad de las hostigadoras esferas encendieron sus superficies con un baño de fotones, dibujando un mapa de intensidades que se concretó en un rostro sonriente y parlante.

   -¡Sed bienvenidos, habitantes de la luz! ¡Pasad y sed con nosotros! ¡Atravesad la Jaundüm y dejadnos ser vuestros!

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