Olimpo

En aquella ocasión la falta de inspiración le hizo temer por su trono en el olimpo de los poetas.

Se levantó y miró al techo del Paraninfo, echando de menos el cielo que adivinaba encapotado y a punto de soltar jarros del agua que tanto amaba. Pero en su lugar se enfrentaba a la realidad del artesonado decimonónico y embarroquecido que le distraía de todas las miradas pendientes de sus primeras palabras.

Pero la inspiración no aparecía. Y tuvo que recurrir a ellas.

Metió la mano derecha en el bolsillo de sus pantalones y extrajo la bolsita de tela.

Los presentes empezaron a cuchichear pensando que en aquella bolsita estaban guardados lo nuevos versos del trovador y que empezaría a sacar papelitos con las estrofas sublimes.

Sonriendo se la acercó a la boca y mordió las setas, sus setas, las que le hacían ingresar en un mundo de osadías psicodélicas.

Y las palabras salieron a borbotones, a un ritmo sublime, que hicieron surcar las lágrimas de emoción en los espectadores, tan sensibles todos ellos.

istockphoto-1029802004-1024x1024 (2)

Beso volado

 

Le dijeron, por activa y por pasiva, que ésas no eran maneras de evadirse de la realidad.

Que tomara drogas, que bebiera hasta caer arrastrándose por las calles, que meditara pensando en Gaia y todos sus habitantes, que hiciera lo que quisiera, que se le iba a perdonar fuera lo que fuese.

Pero él hacía oídos sordos. Se ponía al final del corredor de su casa en el noveno piso y cogía carrerilla hasta llegar al salón y tirarse por su ventana.

Y cuando llegaba abajo y se estampaba contra el asfalto, su hija arriba, desde la ventana recién abandonada, seguía gritando y gritando de terror, creyendo que esta vez no lo lograría.

Pero siempre se levantaba, se recomponía la cabeza y las extremidades quebradas y reía, reía a carcajadas sabiendo que su mejor manera de huir de la realidad era burlando la muerte. Y la soltaba un beso volado. Y su hija, desde las alturas, y todos los espectadores incrédulos que le rodeaban, reían con él.

2019-11-03 19.09.19

Mejor

En la oscuridad previa, los pensamientos cabalgan desbocados.

En la penumbra plena, esos pensamientos, que se han transformado en pesadilla sudorosa, le despiertan. Y se ve a sí mismo boca abajo, con la cara mojada por su propia saliva y los ojos ardiendo por las lágrimas.

Y se asusta, porque todo el cabecero de la cama está bañado en luz, porque, temiendo que aún siga soñando, se yergue y, apoyándose sobre los codos, observa sus manos que brillan en fosforescencia amarilla.

Tras un desesperado parpadeo, vuelve a enfrentarse a la realidad extraña y ve como sus uñas pintadas en rojo quieren arrancarle los ojos y las manos en garfio quieren estrangular su cuello.

Y la oscuridad desaparece, pues, por fin, todo él es luz.

Y gime de terror intentando no despertar a su acompañante, para que no le tome por loco.

Y, como un resorte, salta de la cama, descalzo, sintiendo el frío en sus talones, tropezando, ahogando el chillido del meñique golpeado con las malditas patitas del sifonier.

Y la luz envolvente va diluyéndose, convirtiéndose en un torbellino que desaparece por la puerta del dormitorio. Y se atreve a preguntar, musitando. Pero no llega la respuesta.

Mejor.

 

preview

Los trinos

Las notas de color estrenaban la primavera y, como cada año, de los últimos veinte, los trinos de los pájaros eran, cada vez, menos intensos. Llamaba la atención que la explosión de vida fuera acompañada, cada vez más, de una explosión de desánimo de los habitantes de las ciudades.
El temor al repentino apagado. El terror a la andanada de explosiones solares y las subsiguientes olas de radiación. Y el apagado. El apagado total de todos los equipos electrónicos del planeta. Y las posteriores generaciones de supervivientes que tendrían que volver a confiar en su instinto y no en la asistencia de las máquinas. Algo para lo que no sabían si estaban preparados.

light-explosion-1171387

¡Qué profundo es tu amor!

 Escuchando aquella canción lenta de los Bee Gees, la de los agarraditos y el descubrimiento del amor adolescente, la de la lagrimita incipiente, emocionante en su música y enigmática en su letra por no entender, aún, el idioma, pero jugando con la imaginación de lo que debía de contar el falsete de Barry el Barbas, y trayendo recuerdos obsoletos a la memoria, recuerdos recurrentes para aliviar la realidad actual circundante, asumiendo que el período de crisálida ha pasado y que hay que enfrentarse a otra emoción, a la del desquite, a la del disgusto, asumiendo sufrimientos, para vacunarse contra los que nos los van a provocar con lo mecánico, lo ritual, lo nada placentero de las rutinas.

   Y prefiriendo el desconocimiento de la vida en aquel tiempo, cuando se estaba al margen de los acaeceres que pudieran surgir en la discordia existente en el mundo de los adultos.

   ¡La felicidad absoluta! How deep is your love! ¡Canta Barry, canta!

 

2013-07-28 17.38.09

En agosto

   Cómo fardaba con su chaqueta nueva. De cuero negro, reluciente, que se ceñía a su cuerpo como un guante a la mano.

   En su momento de gloria, saliendo del ambiente acondicionado de los grandes almacenes hacia el calor insoportable de la calle de un Madrid de agosto.

   Y aquellas gotas, las de gomina, mezclándose con el mar de sudor que tenía al final del cuello.

   Cimbreándose a lo Travolta, pero con muchas más canas.

   Un sueño cumplido. ¡Benditas rebajas!

Image