La Multitud

 

Esta vez mi paciencia ha sobrepasado su límite.

Esta vez he conducido un centenar de kilómetros para llegar hasta aquí, al culo del mundo, donde nadie me vea, donde no exista gloria ni alarma en lo que voy a hacer. Donde nadie ni nada, salvo el viento, intente detenerme y me haga repensar mi decisión.

Esta vez el borde del acantilado está a mis pies, en la semioscuridad, con las olas allá abajo, adivinadas por el sonido relajante de sus rompientes.

Esta vez he saltado.

Y el pitido del aire acelerado ensordece mis sentidos, cerrando los párpados, notando la presión de la velocidad en mi cuerpo que cae descontrolado.

Esperando el impacto. Esperando el click del apagado.

Y los segundos se hacen eternidad. Y otra vez estoy empezando a impacientarme.

Pienso, demasiado tarde, que voy a aplastar a algún habitante de las rocas, o a varios, con el guiñapo en el que me voy a convertir.

Y creyendo que ya está aquí el silencio, un murmullo gratificante me sorprende.

Pero, ¿qué hace aquí tanta gente?

 

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Sacrificio

  Había rasurado y depilado todo su cuerpo, aceitándolo bien para evitar el mínimo roce con el aire cuando, desde aquella altura, se lanzara al vacío y entrara como una punta de alfiler en el agua de la piscina.

   Aerodinámico en extremo, olvidó, sin embargo, bajar sus párpados, pues las miradas, allá abajo, atravesaban raudas su sentido del ridículo. Y la de aquella niñita, entre el público más lejano, le recordó que estaba a punto de coronar tantos años de sacrificio, de entrenamiento disciplinado, y que, por conseguirlo, había olvidado tener una vida propia.

  Y ya en el aire, tras el primer tirabuzón, notó cómo se le escapaban lágrimas que irían a unirse con el líquido azul que lo esperaba.

   Segundos después, los aplausos y la fama.

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