La Revo

La emoción de transgredir las normas.

Las de la familia, las del trabajo, las de la sociedad que las envolvía a ambas.

La adrenalina que se disparaba al hacerlo.

Y mantenerlo en secreto añadía valor a su osadía.

Y el miedo a que la descubrieran.

Actuando tan poquito a poco que, a veces, se olvidaba de que estaba cambiado el mundo.

 

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Por el mundo

Voy a viajar por el mundo creyendo que hay mundo y que no me lo han robado junto con los sueños.

Voy a trasladarme de un sitio a otro con el pensamiento, sin escalas.

Sin equipajes que me anclen, sin desesperación, sin conformismo, sin engaños.

Convencido de tener un destino que no es el vacío en el que navegan otros sin rumbo.

Sin que nadie me acompañe, porque así no hay desencantos.

Dejándome llevar por el viento de las ideas, sin dejar que cicatricen en mi cerebro.

Sin amedrentarme ante el fulgor de las estrellas, porque éste es siempre pasajero.

Enviando las señales de humo que son mis palabras, las cantadas y las susurradas.

Anhelando encontrarte para no sentirme perdido.

Voy a viajar por el mundo, antes de que tu mundo no viaje por mí.

 

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El actor sin acto

Teatro abierto. Mundo abierto. Telón levantado. Y las ocurrencias sin sentido de un individuo arrepentido del papel que ha aceptado, ante la mirada amenazante del director de escena, porque su vida vacía se lo merece. Y como no hay marcha atrás, al pasado continuamente cambiante, se aprende el libreto, para intentar convencerse que su vida tiene una finalidad en el Universo.
Pero el teatro sigue vacío, y quizás nadie acuda, porque las entradas, demasiado caras, no se las puede permitir nadie.
Y los diálogos que tiene que memorizar, tan insulsos que da pereza aprendérselos, no dan sentido al mundo abierto que, segundo a segundo, va clausurando  sus puertas de acceso. Y cuando el mundo se apague, no porque no haya luz que lo ilumine, sino porque las escenas repetitivas lo asesinan, él, como todos los otros, los miles de millones de otros, se fundirá en la nada, disgregándose en la mezquindad de los dioses, los directores de la obra desasosegante.
Y el telón bajará para volver a levantarse. Periódicamente. Sin prisa. Sin pausa. Sin remedio.

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Tres mil números

 

Tres mil almas errantes pidiendo un poco de justicia, pidiendo un poco de clemencia. Buscando la comprensión del mundo. Ese mundo que mira hacia otro lado. Al que le da igual la muerte de los niños que son solo figuras que se mueven en un telediario. Que son solo números en insistentes mensajes de organizaciones no gubernamentales y de bancos que se jactan de ayudar al prójimo mediante ayudas selectivas.

 

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La Música del Fin del Mundo

 

Ya no me vale la pena hacer caso al rugido proveniente del cielo.

Por mucho que llore, que corra o intente protegerme, el fin es definitivo: El mío, el tuyo, el del planeta entero.

Me quedaré aquí, donde estoy ahora escribiendo estas palabras, y me echaré en la cama mirando a los ojos de mi amada, susurrando en su oído todo lo que nunca he podido decir hasta ahora, abrazándola con toda la ternura que puede contener mi limitado corazón, escuchando nuestra vida y nuestra música.

Esa música que ahora es la de todos: La Música del Fin del Mundo.

 

 

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