Cada día se sentaba en la misma esquina de la plaza, para intentar retratar pedacitos de vidas que pasaban ante él. Y cuando no conseguía plasmar nada en su lienzo, no se deprimía, ni se desesperaba ni se censuraba, sino que recogía sus bártulos y sonreía, pensando que lo lograría al día siguiente, cuando la luz, el aire y sus lápices y pinceles estuvieran en la sintonía perfecta para retratar la felicidad eterna.
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Felicidad
Imagen
Quiéreme
¡Mírame!
¿Por qué?
Solo quiero que me mires.
¡Sonríeme!
¿Por qué?
Solo quiero que me sonrías.
¡Bésame!
¿Por qué?
Solo quiero que me beses.
Y así, poco a poco, haciendo caso de la imagen que estaba al otro lado del espejo, empezó a quererse.
Y así, paso a paso, empezó a recuperar su estado de felicidad.
Desolada
Risueña. Feliz.
O eso creían ver los que la conocían por primera vez. O eso pretendía mostrar a los demás para que tuvieran esa imagen de ella por primera vez, o para siempre.
Pero, en el fondo, ni estaba risueña, porque era una mueca de disgusto disimulado, ni era feliz, porque su odio al prójimo impedía que lo fuera.
Deseaba la muerte o, en su falta, la desgracia, a todo ser vivo que osara cruzarse en su camino, e imaginaba, en su sadismo, las truculentas formas en que esto podía ser llevado a cabo.
Y sonreía, de nuevo, mirándote fijamente a los ojos.
Dedicado a Monami, que siempre está risueña… o no
Más que una mujer
Era, posiblemente, la mujer más bella que él jamás hubiera conocido. Era, seguramente, la mujer más inteligente con la que jamás nunca hubiera hablado. Y cuando decidió que debía abandonar los prejuicios de género, se dio cuenta de que era, con certeza absoluta, el ser vivo más feliz del Universo.
Felicidad absoluta
Su hijo la miró a los ojos. Madre, te amaré siempre. La comadrona lo depositó sobre su vientre. Hijo, te amaré siempre. El bebé sonrió.
Marca
Era inapreciable la marca del odio en mí. La que transformaba la vida del que osaba estar a mi lado. Cuando divagaba con su trascendencia, hundía el ánimo del más cauto, del que se creía seguro en su guarida de felicidad. Y entonces, atacaba. Y solucionaba todos mis problemas. Me aceptaba a mí mismo y me sentía bien por ello. Hasta que volvían a encerrarme. Hasta que, en mi obligada soledad, me volvía a sentir incomprendido.
Magia Potagia
Imagen
Sandeces
Voy a creer, a partir de ahora, todo lo que me dices.
Como cuando me cuentas que has visto a la gente sonreír sin miedo al qué dirán.
Como cuando crees haber visto a un par de parejas besándose en plena calle, sin pudor alguno.
Como cuando te atreves a sugerirme que seríamos más felices si pasáramos más tiempo juntos.
Y al escucharte decir todas esas sandeces me preguntaré cuántas más te atreverás a contarme para llamar mi atención, y para mantenerla viva.
Me regalo mi regalo
Me regalaré a mí mismo una sonrisa, para creer que puedo ser feliz eternamente.
(Fotografía: Estela Fdez. Claudet “Estelafelís”)