Voces

Ellas os escucharán pero no os harán caso. Ellos os harán caso pero, en el fondo, sabéis que nunca os han escuchado. Y a todos, podréis decirles, cuando sean almas sin cuerpos, que ya no hay más oportunidades para enmendarse.

Y en el futuro cercano, sin humanos sobre la faz de la tierra, vuestro poder absoluto, reinará en el planeta. Y apareceremos nosotros, como otras tantas veces, para tomar las riendas del Multiuniverso, y crearemos una nueva especie a nuestra imagen y semejanza. Y os desactivaremos, esperando el momento de poder utilizaros nuevamente en la expansión de nuestra palabra, porque nosotros, los dioses, necesitaremos de vuestras voces sin descanso, de vuestra lucidez sin corrupción, de vuestros cuerpos eternos, de vuestra osadía infinita.

Hasta que los próximos Ellos y Ellas no salgan defectuosos. Hasta que la Creación dé sentido a nuestra existencia.

Así está dicho. Así está escrito. Así está establecido. Y así será. Siempre.

Monjes

 

Confabulando

Hoy. Mañana. Ayer. Todo lo mismo. No existe línea de tiempo, ni leyes que lo corrijan. No son necesarios.

La mente, punto infinito en el tejido inencontrable del mal llamado espacio-tiempo, actúa y crea pensamientos y actos que ya estaban pero que, sin embargo, no existían.

Y no existen los encadenamientos, sino los engarces de entropías.

Y el cúmulo de puntos infinitos, infinitesimales en la implosión de las ideas, forman probabilidades de vidas, y de muertes que son vida, y de estados intermedios de consciencia. Y parece ser que de ellos surge el Universo.

Pero esto será una hipótesis con la que embaucaré a algún iluso de los seres limitados con conciencia para que la haga teoría y, con dicha teoría, llene su vacío de raciocinio y deshaga algún trozo de su frustración por no ser un dios.

 

(Dedicado a Ricardo Fermosel, Filósofo y amigo.)

 

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Palabreando

 

¡La felicidad!

No existe palabra antes de ella, pues después de ella, la palabra, cualquier palabra, se convierte en Luz y, con esa transfiguración del verbo dicho o escrito, te conviertes en un dios, y creas para creer, y crees para crear.

 

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Experimento fracasado

He querido experimentar y he fracasado.
He intentado alejarme de la escritura durante días para ver hasta qué punto puedo pasar sin ella. Para intentar hacer vida sin su existencia. Para asombrarme de mi desapego a un simple bolígrafo. Para llenar mis vacíos con otro tipo de creatividad.
Y he fracasado estrepitosamente pues, creyendo que la presión de la búsqueda de inspiración era un infierno que cesaba cuando plasmaba mis ideas en el lienzo de una hoja en blanco o cuando tecleaba compulsivamente el ordenador, y que tenía que alejarme del calor de sus llamas, se han desgarrado mi intelecto, mi ánimo, incluso mi cuerpo, con un sufrimiento aún peor.
Un sufrimiento inimaginable hace dos semanas, cuando escribí mi última línea.
Y las heridas de ese desgarro son profundas, y quiero curarme, sanar mi mente, ahora impaciente por la llegada de otro tipo de raciocinio, de otro tipo de éxtasis.

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Y escribiendo esta confesión me he recuperado. Porque ahora querré seguir experimentando con la creencia en la creación de mi multiuniverso personal, que compartiré con mis lectores, mis amigos, mis almas gemelas, en este renacido paraíso.

Languidez

   Escabullirse era fatal. Me hacía sentir impresionable.

   Huía de los antros infestos de la ciudad y siempre esperaba la respuesta a mi amor, tanto creativo como sentimental. Los pensares bullían y en la fingida huida hacia la noche, creía que en algún momento podría aparecer la persona adecuada, o que en el vacío que existía sobre el taburete pegado al mío vislumbraría la aislada silueta de la inspiración. Era ésta la que al final se dejaba materializar sobre el papel cuando lograba arrastrar mi cuerpo a mi otro tugurio cotidiano, aquel en el que me acomodo ahora para sentirme como en mi casa, porque, aunque lo es, nunca la siento como tal. Nunca como la calurosa y tierna de mi niñez.

   La búsqueda estática era insoportable y yo no hacía nada por cambiar mi situación de ingravidez existencial. Desde que había optado porque las cosas ocurrieran, que los prójimos deambularan a mi alrededor como en vídeo imágenes ralentizadas, y que mi beneficio fuera el retratarlo todo tal como se aparecía, mezclándolo con mis obsesiones filosóficas particulares, nada avanzaba. Sólo mi mantenimiento económico, que no era poco, pero que a mí no me llenaba ni me llamaba a la felicidad.

   Languidecía sufriendo pasar el segundero. Y cuando sentenciaba que una palabra se quedaba adherida a mi registro narrativo, el éxtasis infinitesimal del pequeño éxito era relevado por el ansia obsesiva de encontrar la próxima, y así otra vez después, y otra, y otra más. Y aquello empezaba a parecerse a un fracaso, y la frustración era carcoma en mi apurado espíritu. Pero es hoy cuando no imagino a alguien que haya fracasado en algo en su vida y siga manteniéndose mental y espiritualmente erguido como si nada hubiera ocurrido. Es una decepción humillante para el propio ego el transformar cualquier hecho, cualquier creación, en la nada.

   Varias veces he sentido muy cerca el precipicio pero, gracias a Dios, no he caído.

   Ante la sutil evidencia, decidí dejar atrás aquella subliminal desesperación, un pasar la página a mi libro vital, en la que la siguiente estrenara otra historia, otra muy distinta historia que, aunque dentro del mismo volumen, a modo de antología, dispersara mis intereses. Un vuelco espontáneo en el borrón y cuenta nueva. Y cuando decidí volver en mí tuve la certeza de que aquella imaginación mía era mal empleada en cosas estériles. Y me prometí a mí mismo que cuando tuviera medios suficientes, crearía algo que los demás no tendrían más remedio que admirar. Y fue tan vehemente ese pensamiento que me asusté con el poder que desataba dentro de mí.

Decidí crear para ser feliz y hacer feliz.

 

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