Según los últimos avances tecnológicos, tendremos tiempo de saber de cuánta gente está compuesto nuestro cuerpo.
(Fotografía de Olga Shevchenko, desde Freeimages)
Según los últimos avances tecnológicos, tendremos tiempo de saber de cuánta gente está compuesto nuestro cuerpo.
(Fotografía de Olga Shevchenko, desde Freeimages)
Sonó el despertador y se arrebujó entre las mantas. Y como el timbre continuo no acababa, lo acalló con un manotazo, que mandó el incordiante artilugio hasta la pared de enfrente, la que veía la final de sus pies, que asomaban por las barras de la piecera.
Bostezó ruidosamente, abriendo tanto la boca como en una caricatura que fuera a desencajar la mandíbula, y una tos espontánea le obligó a abrir los ojos y enfrentase a la penumbra de la habitación.
Desenmarañó sábanas y piernas y se irguió en la cama, aún somnoliento, dejando resbalar los pies dentro de las pantuflas que estaban colocadas sobre el frío suelo de azulejos.
Cuando irguió su estatura rozó las manos con sus partes íntimas y cayó en la cuenta de que estaba desnudo, completamente desnudo.
Localizó la bata de franela sobre la estufa apagada, junto a la ventana con persianas de madera. Se la colocó sobre su robusto cuerpo. Y anduvo hacia la luz del día.
Tiró de la cuerda que enrollaba la persiana hasta que la luz impactó sobre su incipiente barba canosa. Se frotó los ojos apartándose las legañas y arrastrando el primer moco del día con el reverso de la mano derecha.
Y cuando se vio preparado, abrió las ventanas, con un gesto decidido, casi brutal, y aspiró el frescor de la mañana, con los párpados bajados, concentrándose en cada molécula de aire, saboreando los efluvios cotidianos de la ciudad que lo envolvía, que lo arropaba con sus sonidos y colores.
Y sonrió. Y se dijo a sí mismo, en voz alta, lo mismo que se decía todos los días, en todas las eternas mañanas de su existencia.
¡Qué bien huele la vida! ¡Qué bien huele la vida cuando se tiene!
Y, sin embargo, se adueñó de mi alma, pues ahora, cuando la busco no la hallo, y deduzco que debió de ser ella la que la arrebató de mi cuerpo, cuando lo encumbró a lo más alto del placer físico.
Y es que ahora la hecho en falta, cuando quiero llegar a lo más alto del placer espiritual.
que voy a ser bueno.
Déjame vivirte,
que eres mi sueño.
Prometo estar quieto,
hacer que no existo,
y si en esto insisto,
te pongo en aprieto.
Prometo el silencio,
mas no a cualquier precio,
y si, aún así, me has visto
no he sido muy listo.
Y ya clandestino,
te observo con tino,
y degusto anodino,
tu cuerpo divino.
Cachetearon su cara para despertarla de una larga pesadilla de cuatrocientos años.
– ¡Bienvenida! Te buscaremos un cuerpo adecuado.
– ¿Qué pasó con el que tenía?
– Lo descongelamos hace doscientos años para curarte el cáncer y, tras fracasar, no aguantó el proceso de recriogenización. ¡No intentes mirar hacia abajo porque sentirás vértigo y terror al vacío!
– Creo que me gustaba más la otra pesadilla.
Me he vuelto a cruzar con ella.
La he mirado de refilón y he notado un cosquilleo en la nuca. Y después, tras tener lejos la estela de su perfume, me he preguntado por qué causa en mí ese efecto.
Aún no sé si la deseo y ni siquiera me he planteado el averiguar si la querré algún día.
Lo que sí sé es que quiero cambiar de vida. De cuerpo. De alma.
Y mezclar mi plano existencial con el suyo.
No puedo esperar a que muera para poder fundirme con ella.
Ya sé que estás esperando el momento de mi rendición, ahí sentada, frente a mí, dejando que te aplasten los que me visitan, los que dicen que me quieren. Y cuando se van, sonríes, convencida de que mienten y de que todos desean que sea tuyo. Pero te digo que ahí seguirás esperando. Porque no me rendiré. Ni por el dolor ni por la cobardía de afrontar otro día en este estado tan lamentable. Sigue riendo, que no me impresionan tus retumbantes falsedades. Cuando tenga que acompañarte, lo haré, pero será involuntariamente. Y no será en este hospital. Ni con este cuerpo.