Trolas

¿Por qué dicen amar con el corazón si el corazón no ama, si solo late, bombea, te mantiene con vida gracias a los estallidos eléctricos provenientes de tu cerebro?
Y la sangre que te recorre no lleva emociones ni exalta pasiones, solo mancha cuando se derrama.

Cimbreo

Arrostré el peligro arrastrando el cuerpo y levantando el pie derecho a una altura inverosímil, la que me permitía la pierna correspondiente, para dejarlo caer y machacar la jeta de aquel malnacido que había intentado asaltarme con su navaja de Toledo, cimbreando por mi rostro la hoja reluciente, amenazándome con que la iba a estrenar con mi sangre.

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De Amor y Des Amor

Siempre escribiendo sobre el Amor y me olvido de que ya no amo.

Me he olvidado del desamor para escribir qué es lo que amo.

Aún con el corazón vacío del sentimiento, bombeando sangre helada, alimentando una vida rota, tan desesperadamente larga cuando es tan corta.

Necesitando volver a amar para no escribir sobre ello, para no tener tiempo de hacerlo.

Para no escribir y sí decir uno o miles te amo.

 

roses-on-my-grand-piano-1310847(Fotografía: Roses on my gran piano, de Am Y.)

Atronando

Un trono del sacrificio. Un beso al incauto, al infeliz mal hallado, al iluminado apagado. Millones de lágrimas por las sombras danzantes. Mil puños en alto por los labios sangrantes, tan ávidos de vidas ajenas, tan temerosos de las vidas propias. Así te maldigo. Así te maldigo, malaventurado. Para que me cures de tus infamias. Para que añores tus pensamientos que son penumbras. Para que tus dientes, tus uñas, tus garras y tus rodillas sangren con la nueva sangre que te contamina. La mía. La de muchos. La de tantos. La que teñirá con su color el mundo grisáceo que alumbraste con una vela mal apagada. Te maldigo bien lo digo. Te maldigo mientras tanto. 
Sea pues la luz. Luzca pues la valentía de la verdad nunca hallada y por ello más buscada. Seas.

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Caliente

Le costó comprender aquella mirada furtiva. Hasta que la dueña de la misma le habló, susurrándole en la distancia, teniendo que esforzarse en leer los labios, y no le gustó lo que las palabras sugerían.

La comprensión del Universo se disipó en un instante.

Y al siguiente, la implosión de ideas, mientras notaba que la mujer se acercaba a grandes pasos. Y él, sin poder moverse y sin poder encontrar la voluntad para hacerlo.

Y cuando logró despegar los pies del suelo, era demasiado tarde. Pues el sabor de la sangre estaba en su boca, porque el…

No le importó escuchar el tictac martilleante del reloj del baño.

No le importó escuchar el latido de su corazón acelerado en la oreja aplastada sobre la almohada.

No le importó sentir que se le escapaba la vida con cada exhalación de aire caliente de fiebre.

Tosió y, al mismo tiempo, la sonrió.

-¿Sabes? Por un momento no has estado aquí, tumbada a mi lado, aguantando el silbido de mis mocos. Y me has asustado.

Ella no comprendió su mirada furtiva pero, aún así, besó su frente hirviente.

 

Caliente

Domingo

Acarició su pelo por última vez. Después le tocó los labios. Y con los dedos índice y pulgar le bajó los párpados.

Antes de abandonar la escena de su crimen, le pidió, susurrándole al oído, sabiendo que ya no oía, el perdón.

Extrajo la daga, con alguna dificultad, del esternón. El sonido de los huesos quebrados le devolvió a la realidad.

Corrió hacia la ducha y se limpió la sangre de manos, cara y pelo. Tuvo arcadas, pero el agua helada las controló.

Aun teniendo a su víctima en la habitación contigua, se vistió con parsimonia, frente al espejo de cuerpo entero.

Ajustó la pulsera de su reloj y, al ver la hora, salió despavorido, y con rostro desencajado, hacia su cita

En el trayecto echó unas monedas a un par de mendigos. Compensaba así su naturaleza maligna.

Antes de cruzar el umbral, se persignó. Y entró en la penumbra. La del lugar y la de su mente. Y aun así, sonrió.

Se colocó tras la última bancada de feligreses. Y, rodilla en tierra, pidió, de nuevo, perdón, por el nuevo pecado.

«Seguro, Señor, que me lo perdonas. Y más aún hoy. Este domingo. El de tu Resurrección.»

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Reflejos rotos


Los espejos quebrados y los miles de trozos minúsculos reflejando mi locura. Y allí me quedaría, esperando que llegara la noche con su oscuridad, para que la casa entera olvidara mi quebranto. Así es como le pedía misericordia. Cerrando los ojos y pisando los cristales desparramados por todos los suelos de mi vida, esperando sangrar en abundancia, para que aquella sangre voluptuosa y casi negra se filtrara en tu memoria, para que, en tu abandono, recordaras mi desgracia. Para que, en tu cobardía, el remordimiento perenne te hiciera volver algún día a alguna de mis noches llenas de lágrimas, para secarlas con el paño de tu amor.

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