Golpeó unas cuantas veces en la cara, con el puño cerrado, para provocar que reaccionara, pero no lo consiguió. Sin embargo, las percusiones incrementaron el dolor del tirón del cuello y, solo por eso, se detuvo.
Se lo masajeó mientras observaba, esperando que abriera los ojos en cualquier momento. En vano.
Sentado en el suelo, junto con el cuerpo inerte del otro, temiendo que alguien pudiera aparecer y que el callejón dejara de ser un lugar solitario. Temiendo que el que apareciera lo tomara por autor del presunto crimen.
Y se observó los nudillos de su mano derecha, huesuda, alargada y fina, y se dijo que los pianistas no deberían realizar aquellos trabajos sucios.