Partida

Mi vida compartida comenzó a estar partida.
El Amor me abandonó, sentimental y físicamente, y el fondo ahondó y me hundió, y acabé roto, partido.
Y partido, me partí en dos, que se hicieron, entonces, par. Y, entonces, partí, dejando a los dos en mi lugar.
Pero nada de lo que hacían convencía. Y rehacían, y los demás maldecían.
En la distancia, no entendía y me desentendía y a ninguna reclamación atendía. Los dos, poco a poco, aprenderían.
Los dos eran las dos partes de mi personalidad, llevadas al máximo extremo, en antipatía y en empatía, con las que yo había lidiado desde mi nacimiento, sin mi consentimiento.
Ahora, todo distinto, era yo un ser neutral, frío, insensible, pero apacible, fluible.
Y mis dos partes, separadas de mí, actuaban a su libre albedrío, inconscientes de su origen e inconsistentes con sus hechos, que empezaban a estar maltrechos.
Una, con su vehemencia, con su egoísmo, con su intolerancia más rancia, con su irascibilidad más sublime, que creaba enemigos con cada una de sus palabras, con cada una de sus insidiosas miradas, importándole poco o nada.
La otra, con su paciencia y sapiencia, con su amabilidad nada caprichosa, con su ternura abrumadora, con su entrega desinteresada.
Ambas necesitaban de mí y la confluencia en mí para sentirse completas. Pero yo no volvería a cometer el error. Prefería seguir solo, menos que solo, pues ser solo es ser uno y yo era cero, como quería seguir hasta el final de mi existencia.
Y las víctimas de una de las partes, y los beneficiados de la otra, sufrían y disfrutaban, los embates del bien y del mal, en estado puro, en trato y maltrato duro.
También ellos clamaban que volviera, y cada vez que lo hacían, yo me alejaba más, me perdía, me fundía con el entorno, con la mirada hacia la oscuridad en torno a la claridad, con mis nuevos sentidos escapando al horizonte, como si de uno de los agujeros negros del Cosmos se tratara.

Va a ser

Va a ser que no me haces caso cada vez que te digo que te quiero.
Va a ser que te miro a los ojos cuando me hablas y rehúyes los míos.
Va a ser que te toco una mano y la retiras.
Va a ser que soy como soy y te burlas de mí o, peor aún, me desprecias.
Pero tenme en cuenta cuando no haya nadie que te diga que te quiere, o nadie que te mire a los ojos, o cuando no sientas ninguna caricia en el final de tus días y nadie toque la magia de tus arrugas.

Imagen de congerdesign en Pixabay

Brizna

Estuvo paseándose por mi cerebro y no le hice caso.
Estuvo mandándome señales de advertencia, incluso de auxilio, y rehuí la responsabilidad.
Y cuando más estaba autoinculpándome como un miserable cobarde, el aviso se mostró claro y contundente.
Volví a tenerla delante y esta vez, la enésima, sí la capté.
Una brizna de percepción. Un pellizco de soportabilidad. Un reflujo de osadía. Un milisegundo de esperanza.

Fotografía © Adelbrando McPherson

El día a día

Son cosas extrañas que ocurren cuando estás solo en la noche.
Parpadear en la oscuridad y ver luces intermitentes a ambos lados de tu inexistente campo visual.
Observar tus piernas enflaquecidas por el tiempo y desear volar para que no aguanten tu peso por mucho más tiempo.
Liberar un grito y enmudecer en la primera sílaba que aún no has tragado.
Ruborizarte en la distancia de la cercanía a la mujer que amas mientras observas sus párpados caídos por el cansancio de la edad desmerecida.
Escuchar ruidos y luego risas de los que los han provocado por hallarle gracia a la injusticia.
Alterarse por las voces sutiles y las palabras apagadas que a veces se tornan ininteligibles.
Rumiar la cena cuando estás pensando en el desayuno y sonreirte, porque nadie te ve hacerlo, cuando sabes que volverás a caer en la gula del consumismo más cruel.
Soportar los dolores de muelas esperando que no se hagan más crueles con los próximos latidos de tu taquicárdico corazón.
Parpadear rápido para intentar que tu vida futura se transforme en una película en blanco y negro.
Aguantarte las ganas de orinar porque crees que algo extraordinario está a punto de suceder y no te lo puedes perder.
Escribir en el aire palabras de amor por si pueden leerlas en un espacio paralelo.
Intentar recordar todas las mentiras que has dicho durante el día para intentar enmendarte a la mañana siguiente.
Provocarte una tos, de vez en cuando, para asegurarte de que aún respiras y estás vivo.
Y dormirte, siempre dormirte, aburrido de la vida, convencido de que cosas aún más extrañas ocurrirán cuando estés solo en el día.
En el día a día.

Fotografía de Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»

Distopía no tan distópica

¡Qué bien peinados están todos! Afeitaditos y con su traje impoluto. Lo malo es que no saben hacerse bien el nudo de la corbata y eso les desprestigia frente a las miradas de los puretas. Pero no pasa nada. Al menos, no tienen ningún rastro de caspa en los hombros y la zona de la cremallera no está abultada, y es como si no tuvieran genitales. Ángeles uniformados. Menudo lujo.

¡Qué estilazos llevan ellas! Sin manchas de carmín en los dientes, sin mostrar escote, sin insinuaciones de curvas corporales. Sin cruzar las piernas y sin estar continuamente mirándose las uñas ni tocándose el cabello. Recatadas, femeninas e, incluso, feministas algunas. Pero no pasa nada. Seguirán siendo ninguneadas y silenciadas. Y creerán que algo está cambiando, pero el patriarcado nunca da pistas de su extinción, y los pensamientos y murmullos de revolución son silenciados por los piropos de los maleducados.

¡No te acerques a mí, mísero trabajador que te levantas todos los días a las cinco de la mañana para desplazarte a tu puesto de trabajo! ¡Ni se te ocurra mirarme, indigente que me tiende la mano abierta, no para saludarme, sino para gorronearme unas monedas! ¡No me dirijas la palabra, estúpida camarera de habitación, que aún tienes la desfachatez de sonreírme y darme los buenos días cuando salgo de mi suite!

¡Desvergonzados todos!

Imagen de Ernie A. Stephens en Pixabay

La última de la última

Esa era la última vez, se repetía a sí misma mientras veía cómo se desangraba por ambas muñecas, y en silencio, sin llorar, sin autocompadecerse, imaginaba cómo sería su vida a partir de aquel momento, cuando no quedara una gota de sangre en su cuerpo, cuando estuviera desparramada en el suelo con la costra de sangre seca en su piel.
Y tenía la certeza de que no se estaba contradiciendo, pues creía en la vida más allá de la muerte, del supuesto apagado final.
A lo mejor se sentiría viva por primera vez desde que nació, o como ella había estado protestando en todas y cada una de sus crisis existenciales, desde que la escoria que eran sus padres habían decidido hacerla nacer sin su permiso. Ella nunca quiso haber aparecido en el planeta compartiendo aire y espacio con los seres deleznables que siempre habían sido los humanos y, menos aún, con sus parientes y amigos, ni con sus desgraciados, por estúpidos, impertinentes e incompetentes, profesores.
Quizás esta era la ocasión de vengarse de su destino, liberándose del yugo de lo preestablecido, predicho y pre-ejecutado. Estaba en el camino de sentirse libre por siempre por y para sí misma.
Pero el silencio se acercaba demasiado veloz, y notaba cómo huían las ganas de volver a levantar los párpados, para despedirse de la oscuridad que la rodeaba.
Era la última vez, se repetía a sí misma.
Estaba segura.
Nadie intentaría detenerla ni, mucho menos, reanimarla tras el alarido de espanto y las arcadas subsiguientes. Nadie.
Esta era la última de la última.
Tras ella no había nadie.
Nadie más. Nunca.
Nunca más nadie.

Fotografía de Tatlin en Pixabay

La muerte bella

Conservó sus fuerzas y aminoró sus pasos y, con ello, el ritmo cardiaco. Observó el paisaje en el que estaba inmerso y decidió ralentizar su respiración, dándose cuenta que así aminoraba el sacrificio inútil de las micro criaturas que pululaban alrededor de su cabeza, a veces tantas, que no permitían tener una visión completa del terreno que pisaba.
El ardiente sol del mediodía estaba castigando la superficie de su casco protector e imaginó que su cerebro se diluiría sino lo llevara puesto.
El sudor reciclado empezó a tener un sabor insoportable y decidió dejar de beber. Creyó que la distancia que le separaba de su destino le permitiría aguantar la sed creciente. Abandonó su mochila de provisiones y con ella el peso extra que torturaba su cuerpo.
Hacía tiempo que había dejado de ver el vehículo abandonado y deteriorado. Las botas de compensación impactaban en la grava iridiscente y agradeció no escuchar los impactos de las piedrecillas en su uniforme acorazado.
Cuando estuvo a punto de detenerse para descansar, escuchó sonidos en su fonocaptor implantado. La lógica le susurró que aquello era imposible porque estaba solo y que debían de tratarse de interferencias provocadas por alguna anomalía magnética no predicha ni clasificada.
El ritmo lento de sus latidos y anulación integral de sus pulmones permitieron crear un silencio continuo en sus registros. Sin las interferencias propias esperó a que se reprodujeran los sonidos externos, y continuó andando con zancadas mínimas, sudando, apartando la niebla de lo que creía que eran insectos, esperanzado en llegar pronto al punto de encuentro.
Cuando el calor empezó a crear espejismos, un tono agudo laceró sus oídos y cayó de rodillas, agarrándose la cabeza con ambas manos, en un acto reflejo, como si creyera que así iban a desaparecer las vibraciones que rasgaban su entendimiento.
Lágrimas hirvientes resbalaron por su rostro, haciendo imposible la visualización de su entorno, y cayó desmadejado, inerte, de cuerpo entero, sobre el suelo que se había convertido en arena de colores.
Le habían enseñado que la muerte era oscura, lúgubre, pero le pareció que aquél era un bonito final, que se merecía ese terminar deslumbrante, después de haber recorrido millones de kilómetros, después de haber vivido en otras miles de insulsas vidas.

Querida hija


Querida hija:
La vida está llena de oportunidades y, aunque creas que la vida se paraliza si no las aprovechas, no es cierto.
La vida es un ciclo continuo de oportunidades, de idas y venidas, de gritos de alegría y de sensaciones de ahogo y desesperación.
La vida es dejarse llevar y tratar de no limitarse a agradar a los demás. 
Siempre siendo uno mismo consigo mismo no te traicionas ante los demás, porque no estás interpretando un papel según las circunstancias ni según los interlocutores.

Como siempre eres tú, no cambias el registro y se notará, ante los demás, que no estás fingiendo. Son los demás los que deberían actuar de la misma manera y aceptarte porque actúas, armoniosamente, como ellos. Es por eso que nunca te encontrarás fuera de lugar, estando con quien estés y estando donde estés.

Ese es el truco para no entrar en depresión por no encontrarse arropado por los demás, porque el «abrigo» lo llevas puesto siempre contigo, siendo real, genuina y sincera.

Te amo.

Papá.

Equibrío

El equilibrio exacto.
Donde las extremidades juegan con el vacío.
Donde la lengua demora en zafarse de las necedades.
El equilibrio deseado.
Cuando uno logra mirar y juzgar desde la distancia.
Cuando se es testigo de la esperanza perdida y recuperada.
Y la respiración no se entrecorta sino que fluye como un manantial invisible de lucidez.
Y la dispersión de la memoria, antes de hacerse líquida e inalcanzable.

Imagen de Elisa en Pixabay