Y así lo certifico

Se detuvo ante el temor de que la reconociera cualquiera de los insomnes que debatían, entre alcoholes varios, sobre el sentido de la Literatura en sus vidas. Los vituperios lanzados contra el interlocutor presente, en pie, en medio del salón, adquirían niveles decibélicos tan altos que, echando un vistazo a las posibles ventanas escrutadoras, se extrañó de que no hubiera aparcada ninguna patrulla policial que detuviera aquel desenfreno trasnochador.
Los camareros colocaban sillas, volteadas, sobre las mesas vacías, y miraban, con ojos enrojecidos de recelo, el reloj de pared que colgaba tras la barra.
Pensó que ya había esperado bastante y que era momento de envalentonarse para empujar las hojas acristaladas.
Y cruzó el umbral, echándose las manos a la nariz para impedir que llegara el olor nauseabundo de sudores de macho y de orines de váter mezclados con un prominente aroma a café rancio.
Pensó en dar media vuelta y volver al frío de la noche, pero se dijo que no tendría, nunca más, otra oportunidad como aquella.
Y ellos se percataron de su presencia y reinó, por primera vez en muchos años, el silencio.
Las incisivas miradas no la reprimieron y se acercó al núcleo del corrillo masculino.
Y habló. Vaya si habló. Y se dio cuenta que, mientras hablaba, algunos acercaban su boca a la oreja del que tenía a su lado, pues llegaba hasta ella el nombre de su difunto esposo.
Confirmó, ante aquellos cuchicheos, que era viuda de Abel Martín Biosca, el malogrado autor de una de las obras literarias más impactantes de los últimos tiempos, pilar de un nuevo movimiento, no muy bien entendido debido a sus revolucionarias bases ideológicas. Pero dijo que estaba allí no para hablar de su marido sino de la realidad que estaba dispuesta a desvelar ante los dormidos ojos y los sordos oídos de los allí presentes.

Los murmullos se convirtieron en burlas, pues muchos no habían respetado, en vida, a su esposo, y tuvo que detener su introducción biográfica, hasta que el espectador más callado y observador se levantó, apoyado en unas muletas, conservando la dignidad y el respeto que infundían sus encanecidas barbas, y pidió, con su voz ronca y pausada, respeto, y una silla y un café para la dama.
Algunos, que no estaban dispuestos, a aquellas alturas de la noche, a aceptar ningún tipo de autoridad, viniera de quien viniese, abandonaron el local, tropezando en el camino, soltando obscenidades por sus gangosas gargantas borrachas, sin echar la vista atrás. Y los demás callaron, viendo como un enfurruñado camarero acercaba el asiento y la bebida a la viuda, mientras el anciano se sentaba y clavaba su mirada escrutadora en la recién llegada.

Tras el último trago reconfortante, se levantó, ya sin temor, recomponiendo su bufanda y su falda y, tras frotarse los párpados, volvió a hablar. Vaya si volvió a hablar.

A cada palabra, la asaltaban los momentos vividos hasta aquel instante. Las veces que había sufrido los malos tratos del que muchos creyeron persona intachable, las veces que había pasado hambre y frío acompañando al prolífico genio escribidor, las veces que había sido ninguneada ante las interesadas amistades del cada vez más afamado autor, las veces que había sufrido el desprecio marital ante su imposibilidad para tener hijos, las veces que había cargado con el aplastante cargo de conciencia por no decir nunca la verdad a nadie, dejando que una mentira infinita se transformara en una aseveración aceptada e inamovible.
Supo, semanas antes, que allí estaría el editor de su marido, que allí estaría el crítico encumbrador de su obra, que allí estaría el creador del boom literario encendido con la chispa que había supuesto la amada y odiada, a partes iguales, Trilogía del Desánimo. Y era bueno que los tres estuvieran allí, dando igual sus estados etílicos, sus capacidades de concentración, sus consciencias, porque el momento y el lugar eran únicos e irrepetibles, para remover sus conciencias.

-Me llamo Juana Isabel Fernández Caballera y soy la autora de todos los textos firmados por mi difunto marido. No pretendo recuperar una fama mal atribuida y poco merecida. No pretendo más que decir una verdad ocultada porque ustedes, cómplices del sistema patriarcal y machista, así lo obligaban. Pretendo, y exijo, que se haga justicia para nosotras, las mujeres olvidadas por la Literatura y el Arte. Soy la creadora de los argumentos, de los personajes, de las vidas y de los mundos reflejados en las muchas novelas atribuidas a Abel. Tuvimos que salir del estado de pobreza en el que nos introdujimos con nuestro matrimonio, pues éste no fue aceptado por nuestras familias y no recibimos ayuda para empezar la nueva vida, sino que fueron nuestros brazos y nuestras mentes las que nos permitieron sobrevivir en esta sociedad repleta de mediocridad y de desidia. Mi amado esposo tenía pasión pero no talento, tenía sueños pero no era creativo, y me pidió ayuda y se la di, y, por comodidad y un vicio mal adquirido, seguimos engordando el engaño, hasta que se convirtió en algo avasallador e irreparable. Les pido perdón. Pero quiero que sepan que esta es la verdad y que es necesario que la acepten, por la memoria de mi marido y por la memoria del movimiento feminista que se ha creado a partir de mis ideas. La revolución ha llegado y será efectiva en cuanto alguno de ustedes, aquí, en el Café, que tanto amó mi Abel, la asuma y cambie las reglas que tanto aplauden.

Tras sus palabras, que fueron dichas sin interrupciones, salvo algún imperceptible carraspeo, se hizo el más profundo silencio. Pareciera que todos se hubieran trasladado, por arte de magia, a otro lugar, donde solo reinaba el tictac del gran reloj de pared, donde todos, y cada uno de los presentes, escuchaban sus propios latidos.

El arrastrar de una silla y el paso vacilante de unos tacones que impactaban en el suelo viejo, mientras que ella se sentaba para recuperar el aliento, hicieron que todas las miradas se focalizaran, de nuevo, en el anciano.

-Y así lo certifico.

  

Tautograma

Cuando contabilizó cada ciudadano, catalogó cientos comunicándose contracorriente, con cerebros cercenados, colapsados. Consternado contempló culparlos, castigarlos.

Pero propuso perseguirlos, paralizarlos, para poder ponderar pruebas para perdonarlos.

Sopesó su sentencia. Sería sabia. Sondearía soluciones, sin sacrificarlos.

Curaría cada cicatriz con constancia, con certeza. Combinaría cambios cosmológicos, como cuando cambiaba civilizaciones.

Validaría voluntades vibrantes venciendo vicios vacuos.

Uniría, urdiendo un Universo único.

Así ansió ampararlos, así ansió amarlos.

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Mis recomendaciones bibliográficas

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Mi primera recomendación es uno de los libros que, de una manera u otra, me ha marcado la vida: Autobiografía de un Yogui.
Es la autobiografía escrita por Paramahansa Yogananda en 1946, en la cual expone la historia de su vida, ​ y con la cual nos introduce en la meditación y el yoga.​ Conociendo la vida de este hombre llegué a descubrir partes de mi personalidad que no conocía, y me ayudó mucho en su momento. 
Seas o no creyente, el autoconocimiento es clave en la búsqueda de uno mismo y en el sentimiento profundo de encontrar un objetivo en la vida. 

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Mi segunda recomendación, por supuesto, y así será siempre, totalmente subjetiva, es esta maravillosa novela del astrónomo y divulgador científico Carl Sagan, publicada en 1985. 
El primer libro que leí de este autor fue (¿cómo no?) Cosmos, y cuando publicó Contacto, deseé que lo tradujeran al español para poder disfrutar de mi género favorito, en aquella época, la ciencia ficción, pero escrita por un científico.
Auténticamente enganchado a su lectura, imaginábame que la protagonista tenía el aspecto de mi amor platónico en ese momento, la maravillosa Sigourney Weaver, quizás influenciado por las imágenes que dejaron en mi retina las aventuras de Ellen Ripley en la película Alien. (Al cabo del tiempo, Jodie Foster fue la que le dio vida en carne y hueso en la película basada en el libro). Ciencia Ficción seria escrita por una persona seria y altamente cualificada para mostrar el mundo de la ciencia en un libro de ficción. Y para rematar la faena de embaucarme con su lectura, el tema principal de la búsqueda de seres extraterrestres era una de mis obsesiones de juventud, el contacto al que se refiere el título de la novela.
Ojalá esta recomendación surta efecto en alguno de vosotros, porque con ella, os aseguro, os evadiréis de este mundo. 

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Este libro de 1988 es uno de los libros de lectura más extraña que he tenido el placer de echarme a los ojos. Pero a la vez extrañamente envolvente por su trama y por el trasfondo enigmático que pulula en cada una de sus páginas. 
Estoy deseando volver a leerlo para encontrar nuevos mensajes, nuevas pistas en el misterio que quizás antes, con menos experiencia vital, no supe ver.
Umberto Eco es un Maestro de la palabra. 
Por ello es uno de mis escritores favoritos.
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Os dejo un comentario que escribí en 2013, que sirve para explicar por qué recomiendo este libro del 2003.

El origen perdido. Matilde Asensi.
Escrito por archimaldito – Miércoles, 16 octubre 2013
http://www.mundopalabras.es/2013/10/16/el-origen-perdido/
Hacía tiempo que no sentía pena por tener que dejar de leer un libro y que no ansiaba volver a retomarlo para llegar hasta el fondo de la historia. Con El origen perdido me ha ocurrido. Lo he leído en tres sesiones y en cada una de ellas me he transportado a miles de kilómetros, me he transportado a miles de años. El enigma de Tiahuanaco es, para mí, una obsesión.
He estado allí, he investigado y he absorbido todo lo coherente que se escribe sobre el tema, que no es mucho. Parece ser que Matilde Asensi nunca ha estado en Bolivia, pero a mí, con su imaginación, me ha abierto algunas puertas que otros, con su verborrea pseudocientífica, me habían cerrado. Me ha dado claves, me ha dado verdades. Y todo lo ha hecho con su maestría en el arte de la narración, en el arte del «envolvimiento», en el arte de la creación de ambientes, situaciones y personajes. En definitiva, debo agradecerle el sentir que mi cerebro, en los tiempos que corren, está aún lleno de vitalidad. Porque la convulsión ha hecho efecto.

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Si te gusta la Ciencia Ficción, no puedes perderte la lectura de esta novela de Isaac Asimov, publicada en 1951.
Yo crecí leyendo continuamente textos de este autor, que se convirtió en una obsesión, culturalmente hablando. En las bibliotecas me pillaba todo de él porque amaba sus libros de robots y de todo lo que danzara en torno a las Tres Leyes de la Robótica. Luego descubrí Fundación y comenzó una nueva obsesión: Alimentar mi hambre de lectura referente a lo que, en un principio, iba a ser la Trilogía de la Fundación. Que luego se convertiría en tetralogía, y más tarde, en una saga compuesta, que yo sepa, por siete novelas. 
Era, y soy, un fanático de Asimov, y reconoceré siempre que ha marcado mis inicios como autor literario, pues siempre quería emularle en su sapiencia y método de escritura (algo que, en mi caso, es totalmente imposible). Luego descubrí, o quise descubrir, a otros autores, y empezó mi senda en la búsqueda de mi estilo propio (demasiado pomposo y rebuscado, según mis críticos más objetivos). Pero esa es otra historia.

Nota: Estoy convencido que uno de sus personajes, El Mulo, tuvo alguna influencia en la creación de otro personaje altamente popular, perteneciente a otra saga de otra disciplina artística distinta: Darth Vader.

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Gabriel Bermúdez Castillo es, para mí, el Maestro de la Ciencia Ficción española. 
Cuando tuve en mis manos un disquete de 3,5 que contenía un texto llamado «Mano de Galaxia», de un tal Gabriel Bermúdez, y lo imprimí, y me salieron tropecientas hojas (recicladas) y me puse a leerlo, por partes, en mis viajes en metro a mi lugar de trabajo, y el primer capítulo me dejó alucinado, literalmente alucinado, me dije que no podría permitirme perderme ninguna obra de este autor.
«Mano de Galaxia» es la versión NO CENSURADA de Golconda (Editorial Acervo, col. Acervo Ciencia Ficción. 1987).
Más tarde, en una librería de segunda mano, me encontré la edición de Acervo, con el texto mutilado y censurado. Esta editorial no llegó a publicar la segunda parte.
Años más tarde, en la presentación de su obra «Espíritus de Marte», le pedí al autor, que me lo dedicara. (Anécdota: La única referencia sobre mí en la Wikipedia, que yo sepa, es gracias al vídeo que grabé de esta presentación). 

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Quien me conoce sabe que, en la medida de lo posible, soy una persona objetiva y que, para valorar algo, intento desarraigarme de mis ideas y sentimientos para opinar sobre algo o alguien.
Esto que escribo viene a cuento porque el escritor, cuyo libro recomiendo hoy, está muy lejos de mí en cuanto a ideales políticos y socioeconómicos y, sin embargo, es uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos: Mario Vargas Llosa.
Este libro del 2000 es una obra maestra. Todos los de Vargas Llosa lo son, pero lo que me ha hecho inclinarme por La fiesta del Chivo es su absoluta maestría en la descripción de personajes y acciones. Sobre todo sus descripciones explícitas de los hechos que, anecdóticamente, me hicieron revolver, como nunca, las entrañas, sintiendo arcadas y entrando, literalmente, en estado de shock, algo que nunca me ha ocurrido con otro libro. Estuve muy enganchado a su trama y, después de su lectura, quise saber más sobre los hechos históricos que narra: El auge y caída de la dictadura de Trujillo, que marcó la historia oscura de la República Dominicana.

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El amor en los tiempos del cólera. 1985.
Creo que solo he leído una novela de amor, de amor auténtico, no del edulcorado de las novelas rosas. Esta novela del Maestro García Márquez es, en mi modesta opinión, la mejor novela de amor jamás escrita. Pero no solo de amor sino de humanidad, de autenticidad, de vibración interna. 
Recordaré ahora lo que escribí el mismo día en que murió Gabo, porque le echo de menos.
«Siempre digo que nadie muere, porque así siempre lo he creído. Y nunca se muere porque los frutos de una vida siempre quedan con nosotros, y algunos pedacitos de sus personalidades se quedan grabados en nuestro corazón.
En el caso de Gabriel García Márquez también será así.
Lo descubrí a mis dieciséis años cuando, en unas vacaciones con mis abuelos paternos, me decidí a leer algo distinto de la ciencia ficción que me había estado alimentando hasta ese momento y, aunque ya había leído algo de él dos años antes, “El Coronel no tiene quien le escriba”, de obligada lectura en la asignatura Lengua española y Literatura en el primer curso de BUP, no me había entusiasmado tanto como la que me deleitaría, por placer propio, cuando extraje el volumen de “Cien años de soledad” de una colección encuadernada en símil piel, de esas acompañadas por fascículos semanales.
Lo original de su elaboración y de su propuesta me embrujó. Más adelante, cuando me enteré del concepto “Realismo Mágico”, me di cuenta, con la perspectiva que da el tiempo, que esa magia había hecho efecto en mi persona.
Debo agradecer a Gabo de por vida, de por vida eterna, como la que él tendrá para mí, que prendiera la chispa de la explosión lectora y, más tarde, creativa, que me han dado, y siguen dando, tantas satisfacciones. Es por ello, y mucho más, que Gabriel García Márquez ha creado con su vida muchas vidas, y no solamente las de sus personajes, sino las de sus lectores. Y así, Gabo nunca morirá, porque está naciendo continuamente en todas las partes del mundo, con cada lectura de sus obras, con cada sentencia de su espíritu.»

Arthur C Clarke - Cita con Rama - Ultrama

Cita con Rama, Arthur C. Clarke, 1972.
Lo leí en mi época universitaria, y recuerdo estar leyéndolo esperando en la estación de tren de Huelva para irme a Sevilla, y cómo me sentí observado por uno de los pasajeros, que estaba esperando, como yo, en el andén. Recuerdo que vino hacia mí y que en ese momento recitó de memoria un  pasaje que acababa de leer yo minutos antes. Recuerdo que me preguntó si me gustaba la ciencia ficción y al contestarle afirmativamente me comentó, a modo de despedida, que uno no era auténtico lector de ciencia ficción si no había leído Cita con Rama.
Poco tiempo después, cuando terminé de leerla, comprendí que aquel viajero tenía razón. 
Tanto fue mi «enganche» a la nave-mundo cilíndrica que leí, más tarde, sus «continuaciones», Rama II y El Jardín de Rama, pero no me parecieron tan geniales como Cita con Rama. Sé que existe otra novela, Rama Revelada, pero nunca he llegado a leerla.
Yo, asimóvico de toda la vida, descubrí que existían otros escritores que se merecían mi atención, o, por decirlo (escribirlo) de otra manera, gracias a Arthur C. Clarke, descubrí que merecía descubrir otros mundos.
Nota anecdótica: Años después contacté y viví experiencias con la Misión… RAMA, muy relacionada con esos otros mundos habitados en el Universo.

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El Señor de los Anillos, J. R. R. Tolkien, 1954.
Me resistí durante muchos años a leer esta Trilogía por una razón tan tonta como propia de mí: Porque estaba de moda.
Siempre me hablaban de estos textos, pero yo, tan centrado en la Literatura de Ciencia Ficción, creía que, aparte de tener que leerlo porque todos lo hacían y no paraban de recomendármelo, algo que me instaba a hacer lo contrario, y de creer que era literatura infantil de espadas y brujos, algo con lo que no estaba dispuesto a perder el tiempo, tuve que esperar al estreno de la primera película de la trilogía de Peter Jackson (2001) para quedarme impactado y maldecirme por haber perdido tanto tiempo sin haberme sumergido en el Mundo de Tolkien. También es verdad que había visto, en mi adolescencia, la versión cinematográfica de animación (1978) y no me había gustado nada, pues me había parecido un galimatías y, en mi desconocimiento, otra película «más de lo mismo» en el género de espadas y dragones.
La obra maestra cinematográfica de Jackson, tan aclaratoria en los tejemanejes del Bien y del Mal, me lanzó a querer probar, por enésima vez, algo que siempre he creído a pies juntillas: Que el libro es, obviamente, mejor que la película. Y acerté plenamente, claro está.
Aunque, después de tantos años después de su publicación, ya no hay casi nada nuevo que decir, su mensaje me cautivó y, siendo yo como soy, y viendo cosas donde a lo peor no las hay, creo que el trasfondo final de la novela, aparte de lo que todos ya sabemos de la lucha por el poder, la batalla entre el Bien y el Mal, etc, etc, etc, es la Amistad, el Amor, con mayúsculas. Y creo también que el auténtico protagonista de la novela (de las novelas) es… Samsagaz Gamyi, que personifica ambos en un modo tan intenso y profundo como hipnótico. ¿A que soy rarito?

 

Hay vida fuera

Álvaro Pérez de Herrasti Urquijo

 

Hacía tiempo que no compartía en mi blog textos de otros escritores. Y no ha sido porque no conozca escritores o porque mi ego haga que solo publique “historias” o rimas escritas por mí.

Casi todos los autores literarios tienen un canal donde dejan que fluyan todas sus ideas, llámese libro, blog o alguna de las más contemporáneas redes sociales. En el medio que sea, transmiten su valía como creadores de sueños.

Pero alguna vez descubro un escritor que está buscando aún su momento o su medio para poder hacerlo, y ahí es donde entro yo para que el mundo lo descubra.

El talento merece, debe, ser compartido, y se le debe dar su justo valor en esta sociedad que va demasiado rápida como para perder su valioso tiempo en productos que no sean comercializables, vendibles y consumidos por las masas de habitantes del planeta que buscan vivir la vida intensamente, y que prefieren las dosis cortas y continuas de creatividad efímera que el sabor del talento cocido a fuego lento en la mente en ebullición de ciertos seres humanos.

Por ello, intentaré seguir en la busca continua de talentos escondidos, para que no se pierdan entre la turba de vulgaridad que asola el mundo del Arte.

Álvaro Pérez de Herrasti Urquijo es uno de esos talentos que merecen ser leídos por la mayor cantidad posible de personas. Mordaz, irónico y talentoso en expresar lo subliminal. Conocedor de la actualidad más hiriente y maestro en el arte de mezclarla con la memoria histórica más olvidable, para que el lector no caiga en la utopía de un mundo demasiado idealizado por algunos medios de comunicación, para que el lector no sucumba a la amnesia colectiva que idiotiza a sus prójimos, Álvaro se deja rozar por la genialidad en la intromisión de nuestra conciencia, y se deja bañar plenamente por ella cuando azota nuestra psiquis con su humor ácido y sanador.

Con ustedes, con vosotros, con todos, Álvaro. ¿Álvaro? ¿Estás por ahí?

 

HAY VIDA FUERA

Si te da por poner la televisión, verás el mundo lleno de tertulianos, políticos, empresarios y gánsteres, pero no a la gente que gobierna el mundo en las sombras. Verás a gente muy importante y a otra sin ninguna importancia, que repetirá mentiras una vez detrás de otra. Porque sabes por tu pareja, que es socióloga, que las cadenas de TV son multinacionales, las ve mucha gente, a todo lo largo del planeta, y lo que buscan no es informar, sino crear opinión. Cuando te acuerdas de un amigo que se puso a investigar todo eso, y se dio cuenta de que cada día hay una noticia que acapara la atención de casi todo el mundo. Yo, cuando me lo dijo, le pregunté:

-¿Es casualidad?

-No.- me contestó- Es que hay organizaciones que deciden lo que los medios tienen que contar. Las noticias no son información, son historias que cuentan los que mandan para lavar el cerebro de la gente.

Cuando oigo que hay programas en que se presentan candidatos a cantantes de éxito, sin reparar en las consecuencias, en que su vida cambiará para siempre, que se convertirán en muñecos maneados por hijoputas. Cuando ves a cocineros desconocidos, o de postín, haciendo el ganso, en vez de enseñar a cocinar, a supervivientes estilo Robinson que encuentran en una isla el único medio para adelgazar. Cuando me entero que todavía sigue en antena un programa en que varios jóvenes, de ambos sexos, se presentan para encerrarse en una casa, con la intención de que les filmen los pedos que se tiran, lo bien o mal que follan, los tacos que se dicen unos a otros, cómo se critican mutuamente, cómo se insultan, las tonterías que dicen, lo palurdos que son. Y veo que tiene mucho éxito. Cuando veo que todavía el futbol es el opio del pueblo, y que está dirigido por mafiosos. Y que algunos de los más forofos son los mismos que usan bates de beisbol para apalizar inmigrantes, mujeres, gente que piensa distinto a ellos.  Mientras no nos dicen nada de las colas del paro, de las que hay en las urgencias de los hospitales públicos, de las colas de gente que hay viviendo de la caridad, pidiendo comida en iglesias, ONG y en los comedores sociales. Cuando veo que hay cámaras que nos vigilan de continuo, en todas partes, quiero desparecer.

Cuando veo tantos presentadores estrella tontos, tantas presentadoras estrella tontas, y algunas guapas, para confirmar un tópico absurdo. Cuando veo presentadores y periodistas expulsados de sus medios por decir cosas incomodas e inconvenientes. Cuando veo que no hay ningún canal de televisión de izquierdas, progresista, alternativo, en el que la gente tenga voz, te da por pensar que por cada uno que se sale del corporativismo, florecen mil días de sol. Y que entonces las mariposas emprenden el vuelo a destiempo. Las aves pierden su radar interior con el cual localizan las estrellas. Los bosques se incendian por control remoto. Las jóvenes desaparecen y los niños se ahogan en pozos, y algunos ejecutivos del periodismo sin escrúpulos hacen negocio de ello. Entonces, te entran ganas de apagar el aparato. Esa máquina ya tan vieja, pero tan mefistofélica. Y de repente decides apagarlo, apagas la tele, y empieza a llover, como si fuera un efecto mariposa. Piensas si el agua será un espejo en donde la vida se refleja mejor que en las pantallas, y que tú estás hecho con un setenta y cinco por ciento de agua. Te acuerdas de Gene Kelly, o de aquel día de lluvia en el que paseabas con esa chica, y os resguardasteis en un portal, y allí te dieron el primer beso en la boca de tu vida.

Cuando compruebas que hay vida fuera de las ciudades, de los electrodomésticos, de la prisa, del odio, de los móviles, del ruido, del ordenador. Entonces te acuerdas de Christine Lagarde, la del FMI, que dijo que los viejos tenían la mala costumbre de no morirse. Buscas en internet. Te enteras de sus señas. Coges un avión con los últimos ahorros. Llevas una pistola nueve milímetros Parabellum. Te presentas en su casa, y llamas a la puerta. Te abre una mujer cuya figura ya conoces, con pinta de pastora evangélica y cara y cuerpo de lagartija. Te pregunta, “qué quiere usted” en francés, y le pegas un tiro entre las cejas. Piensas, “con esto pasaré a la posteridad”. Entonces suenan sirenas, llegan ambulancias y la policía. Esta te pregunta educadamente qué ha pasado, si eres un terrorista islámico. Te acosan diciéndote que por qué has destrozado la cara de una mujer tan importante. Y tú les contestas impávido:

-No la destrocé, lo que hice fue matarla.

 

Nivel avanzado

Escucho continuamente, de boca de los escritores, lo de estar sentados ante la pantalla en blanco del ordenador, y me pregunto si dan por hecho que los demás escritores, los otros que no son ellos, no se sirven ya ni del bolígrafo, ni de la pluma o el lápiz, ni de ese instrumento avanzado llamado máquina de escribir.

 

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(Fotografía: Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»)

Performer

Escribo tanto que no tengo tiempo a publicarlo y, mientras, lo guardo en notas en papel dispersadas por la casa o en mi lugar de trabajo, y allí, como hojas caídas en otoño, aplastadas entre libros o cuadernos releídos, dejan madurar sus palabras, con la intención de que las ideas expresadas provoquen efervescencia en mi psiquis que valga de aviso para volver a rescatarlas.

Y mientras me quedo con los vacíos llenos de mecanicismo laboral, llenos de actos de supervivencia. Deseando que me sobrevenga el estado de dependencia creativa.

Y los ojos, con su punto de visión dirigido a objetos inexistentes. Y las olas de voltaje sensorial que rompen en mi muro mental, tan proclive a ser derribado, me horrorizan y me embaucan a partes iguales, disimulando las pequeñas implosiones con la percepción de la obra de otros artistas, mientras las absorbo y las mimetizo con mi propia percepción de las cosas y de las no cosas.

Y siempre, el agobio continuo por no poder detener el tiempo, que es siempre tan veloz que me siento desamparado ante la idea de que nada sea eterno.

No quisiera tomar nunca como propias las palabras que escuché el otro día de un “performer” o interpretador de la vida y del arte encerrado en esa vida: “No soy un artista, soy un poeta”.

Esas palabras no me valen, pero aun teniendo claro que no me las puedo, ni quiero, aplicar, me hieren demasiado. Y cuando deje de escribir ahora, dentro de un instante, volveré a rebuscar mis hojas caídas de otoño. Volveré a rescatar aquellas palabras escondidas para hacerlas visibles a otros ojos, para que ellos las llenen de sentido y hagan que mi vida tenga, otra vez, sentido.

 

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(Fotografía de Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»)

No sigas

   Mírame, ¿a quién crees que engañas?

   Cogiste el bolígrafo de tinta verde y escribiste palabras sueltas en un folio color crema, como si creyeras que me importaba lo guay que podrías llegar a ser.

   Pero no me importa. ¿A quién crees que engañas?

   He conocido a muchos fracasados como tú, vacíos por dentro y por fuera. Tan llenos de podredumbre, inoculada desde pequeños por una familia insulsa, larga como las sagas.

   No sigas escribiendo porque no te leeré. Pon el capuchón al boli y guárdalo en el cajón. En ese cajón sin fondo que, adivino, es tu alma.

 

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(Fotografía:©Jesús Fdez. de Zayas «archimaldito», con «archimaldito»)

De mí sería

Soy un mísero escritor en una mísera habitación. Tengo ideas miserables que sé que nunca, jamás, se harán palpables. Es mejor así. He destrozado infinitas veces las hojas manchadas de azul. La verdad es que a mis ahora posibles lectores esto os dará igual cuando seáis efectivos críticos de mi intento de literatura. Pero considero que debo avisaros del estado de ánimo que me envuelve ahora mismo. Para que no os plantéis cuestiones insolubles al faltaros mi criterio.

 

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Jaque mate al orgasmo nocturno. Reseña

JAQUE MATE AL ORGASMO NOCTURNO_EB_LLIBRE

El único Arte eternizable es aquel que hace pensar.

La belleza es el valor añadido, pero la inteligencia del que lo ha creado, del que lo disfruta, del que lo ha fagocitado en su vida para realzarla con los sentimientos y pasiones que le inspiran algo más que la pura supervivencia, es la que hace del Arte el aspecto más sublime de la obra de la especie humana.

Y de los muchos Artes que cumplen esta norma, esta expectativa, en definitiva, esta satisfacción, el de la Literatura es el que evoca más plenitud para la psiquis, pues la imaginación de lo intangible de las imágenes y emociones que nos invade con la unión de las palabras en armonía, hace que seamos más que nosotros mismos.

Y el autor literario se convierte en nuestro maestro. Y los mundos que crea se convierten en una escuela. La de la vida.

Cuando algo tan básicamente animal como el sexo, se convierte en Arte gracias a uno de estos autores literarios, son las profundidades de las relaciones personales las que afloran a la superficie de la trascendencia, y saber elegir las palabras para que esto ocurra es, en sí mismo, un don. Y ese don impera en Carme Barba, porque hace Arte de la sensualidad que acaricia sus palabras escritas, y éstas se convierten en aguijones que, cuando se clavan en nuestro cerebro, lo inundan de Sabiduría.