Bueno

Cuando deslizo la punta de mi lápiz o de mi bolígrafo, temo no ser leído, y que esto sola sea un gesto de rebeldía, de escape de mi corazón, en los estertores de las compulsiones de mis ansiedades o de mis angustias o de mis alegrías.
Un acto de rebeldía, porque vivo y moriré siendo rebelde, un antitodo, un maldito olvidado, un desecho del karma global.
Anulo mis perspectivas de pasar a la posteridad y me enfrento a la realidad de mi única fuerza: ser un ser humano bueno, porque mi bondad es mi signo de rebeldía, mi liberación, mi dicha y mi crítica al mundo envuelto en desesperanza.

Fotografía de Archimaldito

Creando sueños

Un nanosegundo antes, este mundo no existía.
Pensé que fuera, y fue. Se hizo y manifestó.
Con sus habitantes, con sus trillones de historias personales. Con su mezcolanza de especies, razas y géneros.
Y todo interactuó con todo.
Y se hizo historia para que alguien, como tú, como yo, la leyera, la pensara y la recreara.

Fotografía © Archimaldito

Sobre dinosaurios, emigrantes y otros parados

Imagen de Lothar Dieterich en Pixabay

«El dinosaurio», del guatemalteco Augusto Monterroso, consta de una sola frase:
«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».
Perfecto relato, ¿no es cierto? Con un poder de persuasión imparable, por su concisión, efectismo, color, capacidad sugestiva y limpia factura. (Extracto de «Cartas a un joven novelista», de Mario Vargas Llosa, 1997).
¿Qué debo responder a la pregunta de Mario Vargas? Por supuesto que es un relato perfecto: es un microrrelato perfecto.
Me imagino que en la época que Monterroso lo escribió (1959) no podía imaginarse (¿o sí?) que el microrrelato, nanorrelato y otras variaciones del minimalismo literario, se pondrían de moda en el siglo XXI. Yo, como eterno aspirante a escritor reconocido, leo mucho microrrelato,y atreviéndome a la osadía máxima, para mi ego si lo tuviera, también escribo microrrelatos.
Microrrelato, según la Wikipedia, es una construcción literaria narrativa cuya característica principal es la brevedad de su contenido. El microrrelato también es llamado microcuento, minificción, microficción, cuento brevísimo o minicuento.
No es algo nuevo, es cierto, siempre han existido autores que lo han cultivado, a lo largo de la historia de la literatura, aunque lo llamaban de otras formas. Borges, Ramon Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez. Luis Felipe Lomelí es, junto con Monterroso, el autor del cuento más corto en español: «El emigrante».
«-¿Olvida usted algo?
-Ojalá».
Existirán microrrelatos que estarán detrás de nombres desconocidos y, aunque es imposible leerlos todos, algunos son auténticas genialidades.
Yo he publicado lo que se puede llamar el colmo del microrrelato o nanorrelato, o picorrelato. Simplemente una llamada de atención.

No es una tomadura de pelo, aunque lo parezca. Es abstracción pura. Con una palabra puedes abrir el campo a especulaciones infinitas y el lector es libre de imaginar continuaciones al relato, situaciones, personajes y mundos que solo él puede imaginar. Puede que sea el ideal perfecto, que cumple rajatabla el concepto de microrrelato.

Cuaderno de viaje

Cuaderno de viaje, 10 de marzo de 1994. 6:36 de la mañana. Hotel América, Lima, Perú.

Dice Yogananda en sus Máximas lo siguiente:
«La muerte nos enseña a no depositar nuestra confianza en la carne, sino en Dios. Así pues, la muerte es una amiga. No deberíamos lamentarnos impropiamente ante la partida de nuestros seres queridos. Es egoísta el desear que permanezcan siempre junto a nosotros, para nuestro propio placer y solaz. Deberíamos, más bien, regocijarnos ante el hecho de que hayan sido llamados a continuar avanzando hacia la libertad del alma, en el nuevo y mejor ambiente del mundo astral».
Estoy totalmente de acuerdo con él. Acabo de leer esta «máxima» hace escasamente un minuto y me ha impactado el que refleje, sin haberla conocido antes, mis pensamientos al respecto.


Últimamente mi obsesión por el apego-desapego me ha hecho esforzarme en distinguir lo que podría estar indisolublemente unido al significado del amor. Me explico: si tú amas a una persona y esta, por cualquier circunstancia, muere, sufres por su pérdida y no por su destino. Si yo sé que va a un «lugar» mejor, ¿por qué tener pesar? ¿La quiero o no la quiero? ¿Quiero su bien, su felicidad, o no los quiero? ¿Pienso en mí cuando la echo de menos y sufro por ello? Me he creado un apego, algo egoísta.

Apego, de ego: para mí, en mi interés. Amor, entrega, búsqueda de lo mejor para las otras personas (y demás seres animados e inanimados). ¿Se ve la diferencia?


Si desarrollo la capacidad o el sentimiento del desapego, no tengo por qué estar traicionando, en manera alguna, mi facultad de amar. Aunque ame a algo o a alguien, esa energía constructiva del Amor se la transmito tanto en vida como en muerte.

Otra cosa bien distinta es encariñarme a ese algo o alguien porque yo sienta felicidad haciéndolo. Mi felicidad, sin pensar en las del otro. En todo momento, debo intentar buscar, en mi relación con esa persona querida, su felicidad, sin esperar nada a cambio. Un Amor sin interés. Un amor no egoísta. Un amor auténtico. Tanto en la vida como en la antesala y paso a otra u otras vidas. El amor que hayamos sentido por la persona en vida no debe morir con su muerte. Debe prolongarse como si siguiera junto a nosotros.

Imagen ©️ Jesús Fernández de Zayas

Tautograma

Cuando contabilizó cada ciudadano, catalogó cientos comunicándose contracorriente, con cerebros cercenados, colapsados. Consternado contempló culparlos, castigarlos.

Pero propuso perseguirlos, paralizarlos, para poder ponderar pruebas para perdonarlos.

Sopesó su sentencia. Sería sabia. Sondearía soluciones, sin sacrificarlos.

Curaría cada cicatriz con constancia, con certeza. Combinaría cambios cosmológicos, como cuando cambiaba civilizaciones.

Validaría voluntades vibrantes venciendo vicios vacuos.

Uniría, urdiendo un Universo único.

Así ansió ampararlos, así ansió amarlos.

Photo by CJLUC from FreeImages

Nivel avanzado

Escucho continuamente, de boca de los escritores, lo de estar sentados ante la pantalla en blanco del ordenador, y me pregunto si dan por hecho que los demás escritores, los otros que no son ellos, no se sirven ya ni del bolígrafo, ni de la pluma o el lápiz, ni de ese instrumento avanzado llamado máquina de escribir.

 

Typewriter

(Fotografía: Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»)

Desvaríos y todo lo demás también. Por Davo García

Caminar requiere de dos condiciones. Como los buenos gurús afirman, la voluntad y el poder del deseo.

Tú la viste bailando. Yo escribo. Todo sucede de noche y abre un camino, que a la luz del día afirma que ya nada será lo mismo.

Y es que toda acción abre un camino. Ella bailando choca contigo y camina hacia otro punto en su destino. Te arrastra con ella.

Yo escribo de noche, el mundo está más silencioso. El mundo baila también a estas horas, pero en esa danza susurrada, tan sensual como primitiva, crece una planta o cae un deseo fracturado. Ella baila sobre los pedazos, tú la observas desde la barra y no te das cuenta de da la sangre de sus rodillas a sus pies y el destino te sonríe, desde su sonrisa.

Yo estoy en el escenario mientras ella baila. Yo en silencio y tú atronador, saltas sobre el fuego a su alrededor. El camino se ensancha cuando ella te toca, un canal, un cañón horadado y humeante en tu futuro. Yo lo describo en un murmullo iluminado por la televisión.

Ella desea, y al desearte dobla tu voluntad, y entonces ves la sangre a sus pies, y los trozos de noche entre el ruido ensordecedor de las alarmas, que es música interpretada.

Soy yo el que escribe, el que interpreta su danza. Tú recorres la sílaba que lleva a la palabra, ella la boca que pronuncia la frase.

El mundo nunca se detiene, siempre gira elegante. Tú caminas sin saber las condiciones, ella no camina, ella brinca y salta y tú aceptas su beso quemando el silencio y el olvido de caminos que nunca has conocido, y que ya no conocerás.

Escribir es como caminar inmóvil, en silencio, inventando un recuerdo, en el que ella baila y tú observas, giras, marchitas tus máscaras, muerdes su huella, firmas tu bandera blanca.

Luego habrá un destello, algún espejismo en el rabillo del ojo, y una pequeña angustia a lo desconocido, y la noche se acabará con su baile, y a la luz del día ya nada será lo mismo.

Caminar es como bailar, solo requiere de dos condiciones dispuestas a ello.

Si escucho muy atentamente el silencio dormido, también sueño con llegar a comprenderlo.

Davo García

 

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Todos somos seres únicos e incomparables. Y todos tenemos nuestras pasiones y sabemos cómo vivirlas más o menos intensamente.

A veces encuentras a personas que viven su pasión a niveles que sobrepasan lo espiritual o lo sencillamente emocional. En vidas aletargadas y sumisas en que la norma es ser cumplidor y manejable, las personalidades libres irradian luz con una simple sonrisa, y Davo García no para de sonreír.

Músico de profesión, Davo siente en sus dedos la magia de la creación cuando acaricia las cuerdas de sus guitarras. Y se concentra en cada nota de lo que otros han escrito en un pentagrama. Y a veces convierte en palabras la música que tiene en su cabeza, y esas palabras se sienten como música en nuestro intelecto. Y es entonces cuando la creación se deja bañar por su creatividad, por su alto nivel de creatividad.

Yo admiro su talante, su sonrisa indeleble, su arte musical, sus palabras escritas cuando se convierten en Magia.

¡Mancha!

Me paso horas mirando la punta del lápiz. Girándolo con los dedos de mi mano derecha. Acariciándolo con su pulgar.

Lo froto de abajo arriba, de arriba abajo, como si creyera que algún genio fuera a salir de él, manifestando una creatividad oculta que yo desconozco.

Y de todas estas horas, ni un segundo es apoyada sobre el papel que tengo frente a mi barriga. Éste sigue inmaculado. Aburrido de mi desidia. Observándome como un gran ojo blanco.

Desenfocado, pues mi objetivo visual es la punta del lápiz, me lo imagino riéndose por lo bajinis. Acuciando a las demás hojas que tiene por debajo.

Incitándolas a la rebelión: O son manchadas o se van.

 

© Copyright 2010 CorbisCorporation

Performer

Escribo tanto que no tengo tiempo a publicarlo y, mientras, lo guardo en notas en papel dispersadas por la casa o en mi lugar de trabajo, y allí, como hojas caídas en otoño, aplastadas entre libros o cuadernos releídos, dejan madurar sus palabras, con la intención de que las ideas expresadas provoquen efervescencia en mi psiquis que valga de aviso para volver a rescatarlas.

Y mientras me quedo con los vacíos llenos de mecanicismo laboral, llenos de actos de supervivencia. Deseando que me sobrevenga el estado de dependencia creativa.

Y los ojos, con su punto de visión dirigido a objetos inexistentes. Y las olas de voltaje sensorial que rompen en mi muro mental, tan proclive a ser derribado, me horrorizan y me embaucan a partes iguales, disimulando las pequeñas implosiones con la percepción de la obra de otros artistas, mientras las absorbo y las mimetizo con mi propia percepción de las cosas y de las no cosas.

Y siempre, el agobio continuo por no poder detener el tiempo, que es siempre tan veloz que me siento desamparado ante la idea de que nada sea eterno.

No quisiera tomar nunca como propias las palabras que escuché el otro día de un “performer” o interpretador de la vida y del arte encerrado en esa vida: “No soy un artista, soy un poeta”.

Esas palabras no me valen, pero aun teniendo claro que no me las puedo, ni quiero, aplicar, me hieren demasiado. Y cuando deje de escribir ahora, dentro de un instante, volveré a rebuscar mis hojas caídas de otoño. Volveré a rescatar aquellas palabras escondidas para hacerlas visibles a otros ojos, para que ellos las llenen de significados y hagan que mi vida tenga, otra vez, sentido.

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(Fotografía de Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»)