En la trastienda de mi desesperación acudo a los recuerdos de hechos fútiles, tan livianos como mi paciencia con los demás, con esos prójimos que están siempre muy lejanos. Y la paciencia infinita corroe la pequeña parte de egoísmo que queda en mí. Y asumo la desesperanza, el no fiarme de nadie ni de nada que provenga de humanos, porque la mente me lleva a revivir la inacción de tantos y tantos inútiles y mediocres. Y llego a dudar que aquellos recuerdos existan, que no sean más que memorias implantadas por los miembros del poder oculto que maneja y diluye todo. Tampoco me fío de mí mismo, pues son tantas veces las que he fallado que he traicionado a mi animalidad, ya que mi humanidad la he perdido. Los hombres me explican cosas, pero yo no las entiendo. Creo que, al fin, no soy nadie. Y duermo, claro que duermo. Aunque creo que, más bien, me hago el dormido.
No existe la traducción simultánea. La traducción es escrita, cuando se traduce un texto de un idioma a otro idioma distinto del original. Los mal llamados traductores son, en realidad, intérpretes, y pueden ser simultáneos, cuando interpretan simultáneamente al ponente, con un tiempo de demora mínimo, o consecutivos, cuando esperan a que el ponente termine una o dos frases, mientras que ellos toman anotaciones escritas o mentales, y cuando el ponente se pausa, el intérprete hace comprensible para los escuchadores (u oyentes) lo que ha dicho el ponente, estando éste en silencio y alternándose en sus intervenciones. La interpretación simultánea es casi instantánea. La consecutiva alarga, un poco más del doble, el tiempo de la intervención de un ponente con respecto a la simultánea. Existen subtipos de interpretación basados en estos dos anteriores. La gente, en general, ignora casi todo sobre este trabajo.
Le vi, como a unos diez metros de distancia, cuando me dirigía a mi puesto de trabajo en el Westin Palace, en el año que fui jefe de medios audiovisuales de este hotel, allá sobre el año 1999. Me impresionó su porte y elegancia, y su cabello encanecido, y me hubiera gustado decirle que yo era admirador de su talento y su obra, pero no tenía permitido hablar con los clientes, a no ser que fuera por asuntos relacionados con mis funciones profesionales. Él era el Sr. Vargas Llosa.
Antes y después de ese momento, inolvidable para mí, he estado leyendo, y coleccionando, sus obras, y he debatido, con mis parientes y amigos peruanos, la conveniencia de su presidencia, siempre utópica, en ese país andino al que me unen tantos sentimientos y vivencias.
Recuerdo, con cariño, la lectura de sus memorias «El pez en el agua», y mi ritual mañanero de acercarme al kiosco para comprar, durante una semana, los ejemplares del periódico El País, que contenía su «Diario de Irak», publicado desde el 3 al 9 de agosto de 2003, por estar convencido de que él era el único cronista objetivo que me merecía la pena leer en aquella época tan convulsa nacional e internacionalmente.
El 17 de marzo de 2019 escribí, en mi blog literario, sobre una de sus obras:
«Quien me conoce sabe que, en la medida de lo posible, soy una persona objetiva y que, para valorar algo, intento desarraigarme de mis ideas y sentimientos para opinar sobre algo o alguien.
Esto que escribo viene a cuento porque el escritor, cuyo libro recomiendo hoy, está muy lejos de mí en cuanto a ideales políticos y socioeconómicos y, sin embargo, es uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos: Mario Vargas Llosa.
Este libro del 2000 es una obra maestra. Todos los de Vargas Llosa lo son, pero lo que me ha hecho inclinarme por La fiesta del Chivo es su absoluta maestría en la descripción de personajes y acciones. Sobre todo sus descripciones explícitas de los hechos que, anecdóticamente, me hicieron revolver, como nunca, las entrañas, sintiendo arcadas y entrando, literalmente, en estado de shock, algo que nunca me ha ocurrido con otro libro. Estuve muy enganchado a su trama y, después de su lectura, quise saber más sobre los hechos históricos que narra: El auge y caída de la dictadura de Trujillo, que marcó la historia oscura de la República Dominicana.»
Gracias a él, y a Asimov, soy el escritor que soy, pues sus estilos narrativos me inspiraron, e inspiran, muchos de mis textos, y sus vidas, dedicadas a la literatura, me animaron siempre a seguir un sueño, por ahora, inalcanzable, pero no abandonado.
Gracias a Mario Don Mario (así titulé uno de mis microrrelatos archimalditos), se aclararon mis infinitas dudas y conseguí salir de mis vaivenes y convulsiones literarias, tras la lectura de sus «Cartas a un joven novelista».
Nunca tuve la oportunidad de hablar con él en persona y siempre tuve mi fantasía personal de estar dándole un apretón afectuoso de mano mientras le susurraba, observando su prominente sonrisa, un «encantado de conocerle… y gracias por todo, Sr. Presidente».
Dicen, cuando alguien fallece, aquello de «descanse en paz». Quizás ahora, esté donde esté, haya logrado llegar a un espacio-tiempo donde la Paz, que tanto deseó para el Mundo, sea algo más que una palabra vacua y de realidad inalcanzable.
Allá, donde esté, si es que algo está o algo queda, quizás descanse, o no, el Escribidor y el Hablador Don Mario.
Escucho y leo últimamente mucho sobre cómo está ganando terreno el veganismo en la sociedad occidental actual. No sé los demás veganos, pero yo tengo dificultades para comer en sitios que no sean estrictamente veganos. Tampoco pido tanto: Uno o dos platos que no sean las típicas ensaladas insulsas con las que recuperas el hambre media hora después de ingerirlas. Por mi profesión, estoy continuamente en eventos a los que acuden decenas, cientos, miles de personas. Y creyendo que la normalidad de la dieta vegana convive con la de las otras dietas, me encuentro con la sorpresa de que no es así, de que mi «rareza» sigue forzando la sonrisa de camareros, maitres, y hasta cocineros, de algún que otro restaurante de hotel de cinco estrellas en los que, por motivos laborales, tengo que acudir para mi nutrición. ¿Dónde está el avance del veganismo en España? La dieta vegana debería convivir con las otras dietas y no ser una exclusividad de los que respetan la vida no humana.
En la intención estaba la desdicha, pues cada uno de los intentos fallidos de acercarse a la verdad, se resolvía en un cercenamiento de la constancia en su búsqueda. Y al unísono, el hombre pretérito, incuestionado en su estupidez, volvía a caer, una y otra vez, en los errores cíclicos y eternos y acababa entonando el canto de la modernidad, que se repetía en letra y música, hasta hacerse inaudible, como un ronroneo lejano al que la costumbre transformaba en la nada más absoluta, lo que llevaba al reseteo de la especie, imprudente en toda su trayectoria existencial. Y la intención se tornaba exterminio, y los desbarajustes de la conciencia colectiva, extinción.
En mi juventud quise estudiar Arte Dramático pero mi padre prefirió pagarme estudios universitarios en dos carreras que nunca terminé. Mi amor por la interpretación y la música me han llevado, más de treinta años después, a hacer convivir esta vocación con la de escritor literario, en mis apariciones en más de treinta salas de Madrid, realizando uno o dos números musicales acompañados por mi teatralidad cómica, por mi vestuario fuera de normas estéticas, y por mi voz y bailes inesperados, reinterpretando, a mi manera, algunos clásicos de la música moderna, o leyendo poesías o microrrelatos propios en algunos epicentros de la literatura en Madrid. Aparezco en ellos cuando menos se espera y nadie sabe nunca qué voy a hacer encima del escenario.
Yo, como artista underground, siendo más preartista y postartista que actor, o cantante, o escritor, o rapsoda o performer conocido en el maistream, tengo mis inquietudes y saben los que me han visto, y sufrido, actuando, que publico una pequeñísima parte de todo lo que hago, para no saturar al personal (debido a esa enfermedad que tengo llamada hipercreatividad, de la que no quiero curarme nunca). Mi profesión no me permite dedicar todo el tiempo que quiero a mi vocación artística, pero no desisto en vivirla con muchas emociones, por si acaso salta la liebre y me descubre un productor de Hollywood o de Málaga. Soy Archimaldito.
¿Por qué no damos opiniones sinceras sobre muchos temas? Siempre se dice aquello de «en público no hables ni de religión ni de política ni de fútbol». Yo añado que ni de sexo ni de alimentación. Pero bueno, nos autocensuramos para no caer en el bucle infinito de la controversia, la polémica, la discusión. Para no ser señalados a nuestro paso por las conciencias cobardes que prefieren el conformismo. Para que nuestras ideas, sobre cualquier tema, no influyan en nuestro trabajo, en nuestras relaciones sociales cotidianas. ¡Y así nos va! Tenemos que esperar cuatro años (oficialmente, en España) para dar a conocer nuestra opinión y de tratar de imponerla a los demás con el rito del voto en unas elecciones políticas. ¿Y si ninguna opción te representa? ¿Te quedas callado y aguantas los embates del borreguismo humano? Yo me niego. Me niego a censurarme y a que me censuren. Aunque me encerraran en una cárcel, aislado a cien kilómetros bajo tierra, y tiraran la llave, amordazado y sin luz ni agua ni alimentos, mi mente seguiría siendo libre, y mi conciencia, y pensaría en mi derecho a ser auténtico conmigo mismo, a no traicionarme ni anularme. Por eso no quiero callar ni de palabra ni de acto. Soy libre.
En esta ocasión, todos, excepto yo, tenían experiencia anterior en la Misión Rama. Hoy ha dirigido Andrés. Cúpula de protección, relajación (cuyo proceso se me ha hecho demasiado largo), respiración y meditación del quién soy yo. Todo ha sido llevado a cabo con buenos resultados por mi parte, aunque de la meditación no puedo sacar nada en claro pues no recuerdo nada de la misma. A continuación, la práctica es canalizada por Eli, que nos señala pautas para convertirse en receptores de posibles comunicaciones mediante la escritura automática. Eli ha obtenido buen resultado pues ha transcrito un mensaje telepático. Andrés y José Carlos también han sufrido movimiento del brazo. Raquel comenzó a dibujar garabatos, pero obtuvo un principio de frase tal como «experiencia óptima». Yo me relajé pero no conseguí poner la mente en blanco, justamente porque no quería verme sugestionado o influenciado por mi imaginación. Al empezar a escuchar el sonido del resbalar del bolígrafo sobre el papel, teniendo como base una mesa de cristal, este esfuerzo por no verme influido por la sugestión se incrementó hasta tal el punto de que, durante un fugaz instante, pensé en levantarme de la mesa y abandonar la reunión. Me pregunto si las psicografías obtenidas son mentalismos de los supuestos receptores. Pero debo confiar en la gente. No porque no me haya ocurrido a mí debo dudar de los demás, al contrario, debo aprender de sus reacciones y resoluciones. En todo caso, si la comunicación recibida por Eli es un mentalismo suyo, puede existir el detalle en contra de que Raquel, sin saber la identidad de los firmantes o emisores del mismo, coincidió en su impresión de que el principio de su mensaje era emitido por el mismo guía que formaba parte de los cuatro que firmaban el «manuscrito» de Eli, Xendor, y que yo visualicé, por primera vez, a la salida de una meditación, por el túnel de luz que nos vuelve a traer a la realidad, con la presencia de una mujer a la que yo seguía, y que, según me dijeron mis amigos, se correspondía en el color del cabello con otro de los firmantes del mensaje de hoy, y del que yo desconocía su característica femenina, Titinac. ¿Casualidades, figuraciones, imaginación, realidades, verdades? Aún falta camino por andar.
Te han estado preparando desde hace tiempo, introduciendo en tu vida recursos e instrumentos de entretenimiento para que te hagas adicto a su presencia subliminal. Luego llegaron las Redes Sociales y todas las Aplicaciones para teléfonos inteligentes y ordenadores para que, con su utilización, te creyeras que tú, que tienes poco tiempo para explotar tu creatividad, podrías crear con su ayuda, contenidos que te hicieran visible y gustable por parte de los demás usuarios de este nuevo opio del pueblo. Pero cuando ya te has dado cuenta de que es algo más que utilizar filtros para vídeos y fotografías, algo más que recrear los cuerpos, los rostros y las voces de seres humanos, con las consiguientes asombros y risas (y temas de conversación en tu vida tan insulsa y vacía de contenido real, por preferir hacer vaguear a tu cerebro), es demasiado tarde. La industria del entretenimiento ha difundido estas prácticas hasta el hartazgo y se ha dado cuenta que es un recurso que se ha convertido en un arma de doble filo que está a punto de cortarle elgaznate.
John Connor, hijo de Sarah Connor, es el líder de la Resistencia Humana (Tech-Com) durante la guerra contra las máquinas controladas por Skynet en la película Terminator.
No pretendo ser Sarah Connor ni, menos aún, su hijo, pero creo que es necesaria una resistencia contra las máquinas impersonificadas por la IA. No lo digo en forma de destrucción ni sabotajes sino con el boicot a sus productos y subproductos. Los contenidos del futuro deberán llevar una etiqueta, visible o invisible pero rastreable, de que han sido realizados por humanos, para que sean valorados, en su justa medida de trabajo, sacrificio y esperanzas, y se deseche la opción de los Artificiales. Es una idea que «pongo encima de la mesa», para que otros la apoyen y la llevemos a cabo.
«El dinosaurio», del guatemalteco Augusto Monterroso, consta de una sola frase: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Perfecto relato, ¿no es cierto? Con un poder de persuasión imparable, por su concisión, efectismo, color, capacidad sugestiva y limpia factura. (Extracto de «Cartas a un joven novelista», de Mario Vargas Llosa, 1997). ¿Qué debo responder a la pregunta de Mario Vargas? Por supuesto que es un relato perfecto: es un microrrelato perfecto. Me imagino que en la época que Monterroso lo escribió (1959) no podía imaginarse (¿o sí?) que el microrrelato, nanorrelato y otras variaciones del minimalismo literario, se pondrían de moda en el siglo XXI. Yo, como eterno aspirante a escritor reconocido, leo mucho microrrelato,y atreviéndome a la osadía máxima, para mi ego si lo tuviera, también escribo microrrelatos. Microrrelato, según la Wikipedia, es una construcción literaria narrativa cuya característica principal es la brevedad de su contenido. El microrrelato también es llamado microcuento, minificción, microficción, cuento brevísimo o minicuento. No es algo nuevo, es cierto, siempre han existido autores que lo han cultivado, a lo largo de la historia de la literatura, aunque lo llamaban de otras formas. Borges, Ramon Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez. Luis Felipe Lomelí es, junto con Monterroso, el autor del cuento más corto en español: «El emigrante». «-¿Olvida usted algo? -Ojalá». Existirán microrrelatos que estarán detrás de nombres desconocidos y, aunque es imposible leerlos todos, algunos son auténticas genialidades. Yo he publicado lo que se puede llamar el colmo del microrrelato o nanorrelato, o picorrelato. Simplemente una llamada de atención.
No es una tomadura de pelo, aunque lo parezca. Es abstracción pura. Con una palabra puedes abrir el campo a especulaciones infinitas y el lector es libre de imaginar continuaciones al relato, situaciones, personajes y mundos que solo él puede imaginar. Puede que sea el ideal perfecto, que cumple rajatabla el concepto de microrrelato.