Escuchando aquella canción lenta de los Bee Gees, la de los agarraditos y el descubrimiento del amor adolescente, la de la lagrimita incipiente, emocionante en su música y enigmática en su letra por no entender, aún, el idioma, pero jugando con la imaginación de lo que debía de contar el falsete de Barry el Barbas, y trayendo recuerdos obsoletos a la memoria, recuerdos recurrentes para aliviar la realidad actual circundante, asumiendo que el período de crisálida ha pasado y que hay que enfrentarse a otra emoción, a la del desquite, a la del disgusto, asumiendo sufrimientos, para vacunarse contra los que nos los van a provocar con lo mecánico, lo ritual, lo nada placentero de las rutinas.
Y prefiriendo el desconocimiento de la vida en aquel tiempo, cuando se estaba al margen de los acaeceres que pudieran surgir en la discordia existente en el mundo de los adultos.