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Rezos
Los santos la escudriñaban desde lo alto. Desde sus aposentos divinos. Y ella, indiferente, rezaba para encontrarse a sí misma. Segura de que así encontraría a Dios.
Y los santos aplaudían su fe, aplaudían su búsqueda, aplaudían su entereza. Pero ella no los escuchaba.
Porque estaba tan concentrada en su amor por Dios que ni siquiera escuchaba su propia respiración, ni sentía sus propios latidos, ni el fluir de sus pensamientos.
Y allí estaba, rezando a un dios que quizás no existiera solo en su cabeza. Implorando el perdón por un pecado que aún no había cometido. Buscando en un rincón de aquella iglesia la divinidad. Porque aún no sabía que la divinidad estaba en ella.

Milenarios
En los vericuetos del subsuelo encontré muchas sorpresas. Algunas agradables, como aquel tesoro de cuencos milenarios cocidos según alguna técnica hoy desconocida, y otras bastante desagradables, como aquel nido de insectos endemoniados que intentaban meterse por todos los agujeros de mi cuerpo.
Fueran las que fueran, valía la pena enfrentarse a ellas en pos de la gloria eterna, en pos de ver reflejados mi nombre y apellidos, algún buen día, en alguno de los más prestigiosos mamotretos académicos que se acumulan en bibliotecas olvidadas.
Pasé años de penurias estomacales y deshidrataciones casi mortales. Pasé momentos de temor, por la prolongación de mi existencia, ante cañones de armas empuñadas por individuos ambiciosos y ante puntas y filos de aceros que podrían haberme dejado sin alguna parte de mi cuerpo.
Pero alguno de esos ángeles invisibles, que dicen que nos acompañan, actuaban apoyando mi ánimo y mis malabarismos vitales para llegar hasta donde estoy ahora.
Sin ayuda, por mí mismo, escarbando en las pistas de los que siguieron este camino antes que yo, delimitando lo falso de lo auténtico, robusteciendo mis músculos para abatir los obstáculos que se me presentaran, ya estoy en la cámara secreta de este recinto secreto que mantendré secreto para que no se vea contaminado por los intereses podridos del ser humano.
Sin palabras, ni mentales ni escritas ni susurradas, que puedan describir lo que tengo ante mí, sobre mí y alrededor de mí.
El más grande hallazgo arqueológico de la historia de la humanidad pasará desapercibido para el resto de los mortales. Desconocido, inexistente.
Pero mis sentidos no me engañan y mi búsqueda ha finalizado.
Dormiré pues, eternamente, en el lecho de la reina. Y me quedaré con ella por siempre, pues el destino es irreversible. Como el portón de piedra que ha caído tras mi paso para clausurar mi retorno. Como el apagado de la última antorcha eléctrica que me daba luz para ver el prodigio.
Me acurrucaré pues, en la oscuridad, junto al único humano que me acompaña.
Y ya que hay una momia en mi cama, aprovecharé mis últimos alientos para contarle que allí fuera no me espera nadie. Y que soñaré con ella como siempre lo hice. En el pasado, en el presente, en nuestros futuros.

Entendí
Era atroz que aquella marabunta de gente me rodeara y pareciera no mirarme. Era vergonzoso que la osadía de unos pocos se transformara en algún que otro insulto. Y aún no sabía por qué.
Por qué querrían hacerme la vida imposible sin conocerme, sin saber qué sentía, sin saber qué pensaba, no de ellos, sino de la vida en general.
Allí estaba yo, como siempre, transformado en lo que siempre había querido ser: Una mujer.
Maquillado, con un vestido muy llamativo y escandalosamente ceñido, pero marcando unas curvas que no eran las de una mujer, sino la de un chico que estaba empezando a descubrir su auténtica personalidad.
Y los que no me miraban me recriminaban con su indiferencia. Y los que se atrevían a escupir a mi paso se envalentonaban con el anonimato del grupo de mentecatos al que pertenecían.
Pero yo miraba hacia adelante, siempre hacia adelante, porque sabía que mi destino iba a ser maravilloso. Y entonces entendí que nunca más volvería a estar sola. Entendí que era única y que sería feliz toda la vida. Como ella, la que me saludaba todas las mañanas al otro lado del espejo.

Quiéreme
¡Mírame!
¿Por qué?
Solo quiero que me mires.
¡Sonríeme!
¿Por qué?
Solo quiero que me sonrías.
¡Bésame!
¿Por qué?
Solo quiero que me beses.
Y así, poco a poco, haciendo caso de la imagen que estaba al otro lado del espejo, empezó a quererse.
Y así, paso a paso, empezó a recuperar su estado de felicidad.

Desorientado
El laberinto de mis emociones
tiene un trazado más complicado que
el laberinto de mis pensamientos.

Por el mundo
Voy a viajar por el mundo creyendo que hay mundo y que no me lo han robado junto con los sueños.
Voy a trasladarme de un sitio a otro con el pensamiento, sin escalas.
Sin equipajes que me anclen, sin desesperación, sin conformismo, sin engaños.
Convencido de tener un destino que no es el vacío en el que navegan otros sin rumbo.
Sin que nadie me acompañe, porque así no hay desencantos.
Dejándome llevar por el viento de las ideas, sin dejar que cicatricen en mi cerebro.
Sin amedrentarme ante el fulgor de las estrellas, porque éste es siempre pasajero.
Enviando las señales de humo que son mis palabras, las cantadas y las susurradas.
Anhelando encontrarte para no sentirme perdido.
Voy a viajar por el mundo, antes de que tu mundo no viaje por mí.

Equilibrio
En todas las ocasiones esperaba un milagro que siempre llegaba.
En todos los milagros, inexplicables para los otros, que no confiaban en la suerte extraña, la que aturdía las mentes demasiado asentadas, él se erigía en el descubridor de unas experiencias inexplicables y efímeras, pero tangibles, palpables y, sobre todo, profundamente liberadoras.
Y buscaba no ser el único. No sentirse desplazado por la discordia ajena. Encontrar a alguien con el que compartir su eficacia exploratoria y su perspicacia indagatoria. Las que contribuían a discernir entre la charlatanería y la presunta divinidad.
Sentir un apoyo que le evitara perder el equilibrio.

La fragua
Tan remotamente cerca. Tan lúcido como escéptico. Tan irreal como consecuente. Al menos con la intención de sobrevivir y hacer el esfuerzo de no avasallar con una humildad hipócrita. Rivalizando con los que tienen deseos impuros, con los que abusan de mentes retorcidas. Con los que fanfarronean de intachables virtudes que no son más que defectos destructivos.
Tan profundamente lejos. No solo en la distancia sino en el olvido. No solo en el tiempo sino en el vacío. Ése que no es rellenable ni con la libertad ni con la verdad.
Me asomo para caer. Y caigo para no levantarme. Al menos hasta que tenga la suficiente desfachatez para fraguar una venganza. Una fría y cruel venganza. Sobre mi falta de entereza ante las discordias. Sobre mi falta de lucidez ante el engaño. Sobre mí mismo.

Dice un viejo refrán
Dice un viejo refrán: Más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Significado: El paso de los años aporta un gran número de conocimientos.
Aumentando mis conocimientos día a día lo que no tengo tan claro es que mi sabiduría aumente, pues cada uno de esos días me comporto como un niño. No sé si me falta madurez o es que mi osadía ante la vida no tiene remedio.
Por si acaso, de vez en cuando me dejo disfrazar de diablillo.
Por si acaso.

📷 (Por supuesto) Monami