Entendí

Era atroz que aquella marabunta de gente me rodeara y pareciera no mirarme. Era vergonzoso que la osadía de unos pocos se transformara en algún que otro insulto. Y aún no sabía por qué. 
Por qué querrían hacerme la vida imposible sin conocerme, sin saber qué sentía, sin saber qué pensaba, no de ellos, sino de la vida en general. 
Allí estaba yo, como siempre, transformado en lo que siempre había querido ser: Una mujer.  
Maquillado, con un vestido muy llamativo y escandalosamente ceñido, pero marcando unas curvas que no eran las de una mujer, sino la de un chico que estaba empezando a descubrir su auténtica personalidad.
Y los que no me miraban me recriminaban con su indiferencia. Y los que se atrevían a escupir a mi paso se envalentonaban con el anonimato del grupo de mentecatos al que pertenecían. 
Pero yo miraba hacia adelante, siempre hacia adelante, porque sabía que mi destino iba a ser maravilloso. Y entonces entendí que nunca más volvería a estar sola. Entendí que era única y que sería feliz toda la vida. Como ella, la que me saludaba todas las mañanas al otro lado del espejo.

 

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