Donde el dónde

La noche es un lugar donde todo se reconoce más intenso.
Donde el dónde y el cuándo se viven más puros.
La noche es la distancia más lúcida y los silencios más cercanos, por tan intensos.
El rumor de lo inconstante se palpa en el ambiente límpido y las falacias del día quedan atrás, aunque persisten los miedos sobre los pormenores de las siguientes claridades deslumbrantes.
La noche martillea las mentes con dudas sobre si lo vivido, hasta el momento, es real.
La noche es la purificación de los remordimientos a través de los sueños, cuando se tienen, o no se tienen.
Por eso, te deseo la noche.

Fotografía por © Adelbrando McPherson

Brizna

Estuvo paseándose por mi cerebro y no le hice caso.
Estuvo mandándome señales de advertencia, incluso de auxilio, y rehuí la responsabilidad.
Y cuando más estaba autoinculpándome como un miserable cobarde, el aviso se mostró claro y contundente.
Volví a tenerla delante y esta vez, la enésima, sí la capté.
Una brizna de percepción. Un pellizco de soportabilidad. Un reflujo de osadía. Un milisegundo de esperanza.

Fotografía © Adelbrando McPherson

Vivo viviendo en mí

Creo tener muchos amigos, aunque casi todos son conocidos, los circunstanciales que ves de ven en cuando.
Me rodean, casi siempre, cientos de personas, y me veo, desde arriba, mirándolos. Las risas, los halagos, los aplausos efímeros, el bienestar pasajero, mientras lo único que escuchas, continua e incesantemente, son los murmullos de tu mente, los latigazos del corazón y el tintineo de tus ansias.
Al principio y al final del camino, físico o imaginado, estoy yo conmigo, buscándome, comprendiéndome, queriéndome.
Los demás, los prójimos, son circunstancias vitales, amparos para el alma, destellos para que no duermas, para que no ensueñes demasiado, en el camino hacia la desaparición.

Fotografía © Archimaldito

Devastación

Lo único que me mueve es estar quieto.
Y sin embargo, en la osadía de mi existencia clamo por desaparecer de ella.
Visionando cada detalle del proceso. Sintiendo el irse de la sangre a raudales, hasta quedar vacío y liviano.
No quiero disolver mi forma con la firma de lo infernal.
Se acercan tiempos devastadores para mi mente.

Fotografía © Adelbrando McPherson

Perfección

Perfecto.
Lamento perfecto.
Sinrazón perfecta.
Denigración perfecta.
Intransigencia perfecta.
Persecución perfecta.
Exterminio perfecto.
Control perfecto.
Opresión perfecta.
Vileza perfecta.
Desesperación perfecta.
Desesperanza perfecta.

Fotografías de Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito«

Remembranza

“Maravilla de vida. Lustrosa remembranza de lo fútil.”

Así comenzaba el texto de aquel ser anónimo, que descubrí entre los restos del incendio de la casa de mi novia, mientras caían goterones negros, mezcla de herrumbre y de cenizas. Afortunadamente, no hubo que lamentar pérdidas personales. Sandra había pasado la noche conmigo.

Revisando el cuadernito en el que estaban escritas aquellas enigmáticas frases, encontré otras, desdibujados sus trazos por el agua rociada por los bomberos, y decidí llevarme aquel tesoro, que seguro nadie echaría en falta.

No le conté nada a mi pareja y me guardé, para la intimidad de mi trabajo, la lectura de algunos pasajes, a cada cuál más enigmático.

“A mí morir me da la vida.”

Mi lucha interna por guardarme el secreto se anteponía a esclarecerlo.

“Me centro en lo esencial y excluyo todo lo demás.”

Cada noche me esperaba el mismo trabajo intelectual de descifrar los borrones en las páginas amarillentas de renglones desdibujados. Y sufría pensando que más de una se desmoronaría entre los dedos.

Imagen de Haris shahid en Pixabay

Me vigiláis

                

Me vigiláis.
Me escucháis.
Me veis.
Me observáis veinticuatro horas al día siete días a la semana durante toda mi vida o, por lo menos, desde que habéis tomado el control.
Y yo he caído en la trampa de ese seguimiento continuo de mis actividades habiendo sucumbido a los instrumentos del sistema.

imagen, Joseph Mucira en Pixabay. 2ª imagen, zerotake en Pixabay

El día a día

Son cosas extrañas que ocurren cuando estás solo en la noche.
Parpadear en la oscuridad y ver luces intermitentes a ambos lados de tu inexistente campo visual.
Observar tus piernas enflaquecidas por el tiempo y desear volar para que no aguanten tu peso por mucho más tiempo.
Liberar un grito y enmudecer en la primera sílaba que aún no has tragado.
Ruborizarte en la distancia de la cercanía a la mujer que amas mientras observas sus párpados caídos por el cansancio de la edad desmerecida.
Escuchar ruidos y luego risas de los que los han provocado por hallarle gracia a la injusticia.
Alterarse por las voces sutiles y las palabras apagadas que a veces se tornan ininteligibles.
Rumiar la cena cuando estás pensando en el desayuno y sonreirte, porque nadie te ve hacerlo, cuando sabes que volverás a caer en la gula del consumismo más cruel.
Soportar los dolores de muelas esperando que no se hagan más crueles con los próximos latidos de tu taquicárdico corazón.
Parpadear rápido para intentar que tu vida futura se transforme en una película en blanco y negro.
Aguantarte las ganas de orinar porque crees que algo extraordinario está a punto de suceder y no te lo puedes perder.
Escribir en el aire palabras de amor por si pueden leerlas en un espacio paralelo.
Intentar recordar todas las mentiras que has dicho durante el día para intentar enmendarte a la mañana siguiente.
Provocarte una tos, de vez en cuando, para asegurarte de que aún respiras y estás vivo.
Y dormirte, siempre dormirte, aburrido de la vida, convencido de que cosas aún más extrañas ocurrirán cuando estés solo en el día.
En el día a día.

Fotografía de Jesús Fdez. de Zayas «Archimaldito»

Olvido

A veces, olvido el dolor.
Ese martilleo incesante en mis palpitaciones.
Ese ruido de fondo que me bloquea en mi apreciación del entorno.
Mas cuando está conmigo, me preparo para curar las heridas del prójimo, cuando estas no son sangrantes sino lacerantes.
Pues el dolor me hace empático, y el ardor en mis ojos, y en el estómago, me hace adivinar las raíces de los sufrimientos que traen consigo las injusticias y las necedades de los que oprimen.

Fotografía de Miguel Ángel Delgado Olmo

Distopía no tan distópica

¡Qué bien peinados están todos! Afeitaditos y con su traje impoluto. Lo malo es que no saben hacerse bien el nudo de la corbata y eso les desprestigia frente a las miradas de los puretas. Pero no pasa nada. Al menos, no tienen ningún rastro de caspa en los hombros y la zona de la cremallera no está abultada, y es como si no tuvieran genitales. Ángeles uniformados. Menudo lujo.

¡Qué estilazos llevan ellas! Sin manchas de carmín en los dientes, sin mostrar escote, sin insinuaciones de curvas corporales. Sin cruzar las piernas y sin estar continuamente mirándose las uñas ni tocándose el cabello. Recatadas, femeninas e, incluso, feministas algunas. Pero no pasa nada. Seguirán siendo ninguneadas y silenciadas. Y creerán que algo está cambiando, pero el patriarcado nunca da pistas de su extinción, y los pensamientos y murmullos de revolución son silenciados por los piropos de los maleducados.

¡No te acerques a mí, mísero trabajador que te levantas todos los días a las cinco de la mañana para desplazarte a tu puesto de trabajo! ¡Ni se te ocurra mirarme, indigente que me tiende la mano abierta, no para saludarme, sino para gorronearme unas monedas! ¡No me dirijas la palabra, estúpida camarera de habitación, que aún tienes la desfachatez de sonreírme y darme los buenos días cuando salgo de mi suite!

¡Desvergonzados todos!

Imagen de Ernie A. Stephens en Pixabay