Tenían que poner a punto los sistemas de oxigenación a partir de piezas que habían estado llegando en las sondas meses atrás.
Con poco tiempo para comer y dormir, los trabajos avanzaban y se cumplían los plazos planeados por la Central. Pero no se acostumbraban a la nueva noción del tiempo, tan distinta.
Desde que llegaron, tenían en mente que habían venido al nuevo mundo para dejar atrás los errores que se habían cometido en el planeta madre, La Tierra.
Y una mañana de invierno sin nieve, se reunieron todos en la base-muelle y la Comandante les recordó que aquel día fue un día especial en el punto azul que veían en el horizonte. Y alguien rompió a cantar un viejo villancico, y otros empezaron a bailar, torpemente, todo lo que les permitían sus escafandras de aislamiento.
La Navidad en Marte. No era mala idea.
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Ocho soles
El primero, demasiado cerca. Tanto que pudo achicharrarnos. La nave casi no resistió.
Después, la hibernación, para llegar al siguiente.
El segundo pasó de largo, pues aún no habíamos despertado. Dio igual. No era nuestro objetivo.
En el tercero, ¡ya el tercero!, tuvimos tiempo de pasearnos por cubierta mientras el equipo científico descubría un par de planetas que podrían albergar vida. Fantástico. Volveríamos. No sabíamos cuándo, pero volveríamos.
Y vuelta a dormir.
Cuando las máquinas nos despertaron del segundo sueño, no todos pudimos volver a nuestros camarotes, pues muchos no sobrevivieron, y estando en órbita alrededor del cuarto decidí estar despierto un par de años durante nuestro trayecto al quinto. Me alegró la vida poder observarte durmiendo, imaginando que te acariciaba el pelo, mientras me iba cansando y perdiendo la esperanza de encontrar otras especies fuera de la Tierra. Demasiado tiempo desde que nos embarcamos para recorrer el Universo.
Decidí dormir los casi doscientos años que nos llevará llegar al sexto. Demasiado tiempo para que me esperes si decides despertar antes. Ahora no sé en qué fase me encuentro, ni sé si los demás han aguantado tanto trasiego corporal, ni sé si sigues tan bella como cuando reíste a carcajadas mi ocurrencia de pedirte mano en el Gran Hall de la Academia diciéndote algo que me repito, en mi subconsciencia, con cada latido ralentizado:
-¡Me gustas siete soles y te daré ocho si lo deseas!
Próxima estación
Nos mirábamos en los reflejos de la ventana del vagón de metro. A veces de soslayo, otras directamente, sin reparo, sin vergüenza, sin recato. Sabiendo que nunca nos dirigiríamos la palabra. Que el amor entre nosotros era tan fugaz como las estaciones de metro que dejábamos atrás. Que no tendríamos más oportunidades de encontrarnos en aquella ciudad atestada.
Daba igual. Eran más importantes las palpitaciones que sentíamos al vernos sorprendidos mirándonos la piel, el nerviosismo del primer amor de colegiales adolescentes que fuimos y la ingravidez emocional de no conocer nuestros nombres, nuestros destinos, nuestras vidas.
Deseando que nunca llegara el fin de nuestro trayecto para así eternizar la vorágine de las mariposas en nuestro corazón, el asalto de la calentura en el imposible contacto de nuestros dedos.
Sin sonreír, para no perder el encanto. Sin pestañear, para no perder detalle de lo fugaz de nuestro encuentro.
Olimpo
En aquella ocasión la falta de inspiración le hizo temer por su trono en el olimpo de los poetas.
Se levantó y miró al techo del Paraninfo, echando de menos el cielo que adivinaba encapotado y a punto de soltar jarros del agua que tanto amaba. Pero en su lugar se enfrentaba a la realidad del artesonado decimonónico y embarroquecido que le distraía de todas las miradas pendientes de sus primeras palabras.
Pero la inspiración no aparecía. Y tuvo que recurrir a ellas.
Metió la mano derecha en el bolsillo de sus pantalones y extrajo la bolsita de tela.
Los presentes empezaron a cuchichear pensando que en aquella bolsita estaban guardados lo nuevos versos del trovador y que empezaría a sacar papelitos con las estrofas sublimes.
Sonriendo se la acercó a la boca y mordió las setas, sus setas, las que le hacían ingresar en un mundo de osadías psicodélicas.
Y las palabras salieron a borbotones, a un ritmo sublime, que hicieron surcar las lágrimas de emoción en los espectadores, tan sensibles todos ellos.
Esperad noticias
Queridos amigos que algún día podáis leer esto:
Parece mentira. He logrado llegar a Barajas a las nueve y media de la mañana. Y aquí me tenéis, escribiendo después de complicarme un poco la vida. Me refiero a que lo de ser vegetariano me trae algún problemilla que otro.
Mis amigos expedicionarios se olvidaron mencionar ese detalle tan tonto respecto a mí y, claro, cuando lo digo en los mostradores en que me dan la tarjeta de embarque ¡plaf! no voy a poder comer a mi modo desde Madrid a Chryse Planitia. Tendré que escoger secciones comestibles para mí de entre el menú poco variado que me ofrezcan. Han tardado en atenderme más de lo normal porque, además, a petición mía, se han molestado en intentar reservarme mi nutrición especial en el transcurso del vuelo de vuelta. Son unas ricuras estas chicas.
Terminé todo el papeleo en un cuarto de hora. Hasta tuve que pasar por R-X mi equipaje al confesar que no sabía lo que Elizabeth me ha legado para que entregue a su hermana y que resultó ser una batidora. Y ahora, mientras escribo con esta maravillosa pluma que me regaló Armando, estoy dejando pasar la hora que falta hasta mi embarque. Salgo a las 11:25 AM pero debo estar en la lanzadera a las 10:45 AM.
Me he propuesto absorber todo lo que ocurra a mi alrededor y concentrarme en mis objetivos a realizar. Necesito dejar de pensar, hasta donde resista, en todo lo que dejo aquí. La ilusión de volver con nuevos ánimos vitales me ayuda a no obsesionarme con lo que me espera a la vuelta.
Y justamente lo que me ha estado martirizando durante estos últimos días es muy distinto a lo que, en un principio, cuando me planteé el viaje, concentraba mis pensamientos: Converger todo mi amor en una persona determinada en vez de buscar el conocimiento.
Me iniciaré magistralmente en el arte de aprender, aprender de mí mismo y de los demás.
Esperad noticias.
Aventurero
En los años 1993 y 1994 realicé dos viajes importantísimos para mi trayectoria personal y vine pletórico de vivencias y preguntas para resolver en próximos viajes, que aún no he realizado salvo en mi imaginación a través de las páginas de embaucadores libros.
El primero fue un viaje a Perú de introducción a los enigmas que desde niño me habían hecho soñar, y si algo me hace dudar tengo que ir personalmente a resolverlo. Las piedras de Ica del Doctor Cabrera, los tesoros incas, los túneles de Sudamérica, conectados con el submundo global, y los escurridizos OVNIS, fueron los principales espaldarazos a mi búsqueda personal. Y como ya he escrito anteriormente vine con más preguntas que con las que fui. Y, por supuesto, vine cargado de fotos, con las que aún hoy, al mirarlas, me trasladan a otro espacio-tiempo personal y que me sirvieron de base para mi Crónica del Perú propio, el primer escrito con el que me atreví a lanzarme al mundo de la literatura.
Al año siguiente, junto con Javier Sierra y Vicente París, dos reputados investigadores de lo misterioso, me embarqué en la segunda aventura de mi vida, hacia Perú, de nuevo, y Bolivia, aunque con las ideas más claras sobre lo que quería encontrar. Por algo había tenido contactos personales con J. J. Benítez en lo que se enmarcaría en una colaboración nunca satisfecha por mi espíritu contracorriente. Sixto Paz, cofundador de la Misión Rama, me defraudó con los años, pero en aquel viaje me dejé embaucar por sus teorías y sus seguidores. Sigo conservando ilustres amistades de aquella época, pero no participo de aquellas locuras o visiones que nos iluminaron en las batallas del autoconocimiento.
Con el tiempo, y estando yo más desconectado que nunca de aquellas filosofías, mi amigo, el Indiana Jones hispano-brasileño Pablo Villarrubia, se percató de que mis fotografías podían servir para seguir transmitiendo sabiduría a otros rastreadores y acepté colaborar con él en la edición de un reportaje sobre Puma Punku, en Tiahuanaco, Bolivia, donde el cielo es más azul y el gris, el de las piedras del pasado, más intenso.
Y alterno con la apasionante Literatura el registro de momentos fotográficos que quiero compartir, en ambos casos, con mis prójimos, por si añaden algo a la Búsqueda. Pero como se suele decir en casos parecidos: Esa es otra historia.