Hipo


Pertenezco a esos desusos
que liberan la discordia,
que rebelan las chanzas,
que formulan la estupidez,
y me atañen raras circunstancias
de hechos falseados en la superficie pero criminales en sus abismos.
Tan serias las caras,
tan tirantes los cuellos
y rígidos los miembros
pero locos los movimientos de ojos ante las lenguas humeantes de saliva extraña.
Así era el sitio mal situado para las perplejas y los pendejos.
Así era el ambiente asfixiante pero respirable para los lunáticos y las fanáticas.
Así era yo.
Así eran ellos y las que no querían serlo.
Las hipocresías para los otros, para mí los hechos.

Aquello

  Me negaba a creer lo que mis ojos me mostraban, pero estaba allí, delante de mí, con sus nosecuantas patas bien asentadas en el asfalto de la carretera, como aprovechando el poco tráfico de la misma, para asombrarme con su visión y con mi decisión de acortar el camino hasta mi próximo cliente, tomando el ramal izquierdo de la bifurcación de veinte kilómetros atrás.

   No hacía ruido, no emitía, en verdad, ningún sonido. Sólo vibraciones periódicas al suelo, que se transmitían hasta mis plantas de los pies, tras decidir bajarme del automóvil para verlo más de cerca.

   Así, en la penumbra del atardecer, se mostraba como una enorme silueta oscura, pues ningún reflejo del sol me llegaba y ninguna otra luz era emitida desde el aparato.

   De pronto, las vibraciones cesaron y fue cuando me atreví a dar los primeros pasos hacia aquello.

   No tenía ningún miedo.

   ¿Por qué tenerlo si aquella podía ser la mejor aventura de mi vida, de la, hasta ese momento, insulsa vida?

   Antes de abandonar mi vehículo a su suerte, miré si tenía alguna linterna olvidada en el maletero  y, mientras lo hacía, pensé, por un momento, que ya no llegaría a tiempo a mi cita.

(Dedicado a Juan José Benítez)

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