Va a ser que no me haces caso cada vez que te digo que te quiero. Va a ser que te miro a los ojos cuando me hablas y rehúyes los míos. Va a ser que te toco una mano y la retiras. Va a ser que soy como soy y te burlas de mí o, peor aún, me desprecias. Pero tenme en cuenta cuando no haya nadie que te diga que te quiere, o nadie que te mire a los ojos, o cuando no sientas ninguna caricia en el final de tus días y nadie toque la magia de tus arrugas.
Por ahora voy a seguir contigo. Por ahora voy a seguir mirándote a los ojos cuando te hable. Por ahora voy a respetar tus opiniones, aunque no las comparta. Y no me reiré de ellas, aunque te merezcas mi burla. Y no se me escaparán los ojos hacia tu escote, para demostrarte que admiro tu cerebro. Y aguantaré tus monsergas sobre mi forma de ser, y tus histerias de cómo te arrastran mis ridiculeces ante los demás, haciéndote sentir una profunda vergüenza ajena.
Tengo tantos miedos que me enternezco con los valientes. Tengo tantos medios que me asombra estar entero. Y la desdicha, que no es más que dicha en negativo, me hace reír y llorar a partes iguales, cuando es verdad que encuentro mis partes. No voy de gurú, ni vengo con un soy más que tú. Pero aquí estoy para que mires, así soy para que oigas, así todo lo doy para que de mí no te olvides y puedas recordar cómo espanté tus sombras. Tengo tantos miedos que el que más temo es no acordarme de ellos. No saber quién soy o no recordar tus destellos.
(Texto escrito en colaboración con Estela Tatiana Fernández Claudet «Monami»)
Creo que usted me desprecia como artista y, si no es así, por lo menos sé que usted se burla de mi arte. Pero ya sabe, todo es subjetivo. Desde que le conozco, me ha dado usted muestras gestuales y verbales de lo dicho anteriormente. No pretendo que acepte que yo soy un artista, pero sé que doy felicidad a algunas personas con lo que hago. Solo pretendo eso. Nada más. Tengo ya una edad en la que el egocentrismo lo dejé atrás, aunque pueda parecer, por mis vestimentas y excentricidad de carácter, lo contrario. Cada vez que usted se ha burlado de mí, he sacado más fuerzas para seguir haciendo lo que hago con pasión. La pasión, el amor por el arte, y la felicidad del prójimo es lo que me mueve. Aunque a usted le pese, existo, y seguiré subiéndome a un escenario allá donde me permitan hacerlo, para expandir positivismo allá donde voy. Nunca he tenido ocasión de manifestarle todo esto en persona, pues siempre le he considerado una persona poco accesible. Como soy escritor, aprovecho este medio, el de la escritura, para manifestarle mi pesar por su trato hacia mí. Pero bueno, yo seguiré respetándole aunque usted no me respete. Cuídese mucho y sea feliz. Y no se preocupe, que no le molestaré más. Haré, cuando me encuentre con usted (que estoy seguro que ocurrirá muchas veces) como si no existiera. Quizás sea ese el peor castigo para un odiador como usted: la indiferencia.
Reciba un cordial saludo, de este, su humilde odiado,
Esperando que bajara la guardia la atacó con crudeza y desesperación. Insuflando desdichas, alimentando rencores. Liberando la rabia que le permitía la saliva que llenaba su boca a punto de ahogarla.
-¡Hermosa mariposa que sobrevuela las flores antes de elegir la que será succionada!
Enrojecida por la ira insalubre, atacada por la histeria acogedora.
-¡Haciendo votos de ternura espantas a los organismos parásitos de tu benevolencia, tan falta de fronteras!
Vomitando improperios como talismanes, fijando su mirada en la yugular palpitante, por si había algún cambio en el ritmo de su vibración subyugadora.
-¡Y esa lengua bífida tuya que silba inconstancias que penetran en mi infinito! ¡Y ya mis yemas no sienten más que los minúsculos enjambres de luz que pululan en tus poros!
Sin dejarse desconcentrar por el nácar de la piel incitadora de recuerdos impronunciables, de pretéritos innombrables.
-¿Y sigues neutra, como si la espuma que suelto por la boca no tuviera que ver contigo? Sigo sin entender por qué sigues muda ante la expresión de mi barbarie.
A punto de claudicar ante la fina línea que separaba la locura de lo relativo de la existencia, calló, al fin, esperando una reacción ante la vehemencia de su búsqueda. Sin dejarse engullir por la negrura de sus pupilas, esperando que esa oscuridad no la hubiera paralizado el corazón, esperó un atisbo de piedad en la respuesta, y cuando esta llegó deseo no quedarse en el clímax que la anularía como ser y como persona, cuando había logrado que ambas batallas no coincidieran.
Cada vez que decía que la quería, lloraba, no de emoción, sino porque vislumbraba la cuenta atrás de su desamor.
Sabía que cada vez que hacía el amor con ella, que cada vez que la besaba, que la miraba a los ojos tierno o apasionado, era la última vez que la iba a amar de aquella manera, y que en los siguientes encuentros, cuando ella le implorara un “quédate a dormir”, la querría un poco menos.
Hasta que llegara la noche, tras las copas de vino y los boleros de Luis Miguel, o los momentos íntimos de poesía, en que la respuesta fuera la más dura que hubiera dado nunca, pero también la más sincera.
-No volveré mañana. Ya no soy nadie. Quédate con tu Escandar. Intenta buscarle y conocerle fuera de sus libros y dile que alguien te amó tanto que no quiso amarte tanto.
Dedicado a Escandar Algeet, autor literario imprescindible.
Escrito en Bar Aleatorio, Madrid, el 12 de noviembre de 2019.
Pensaba continuamente en el tiempo que pasaría en volver a verla. Y cuanto más pensaba en ello más angustiosa se le hacía la espera. Mientras, para amortiguar el desasosiego, trabajaba a destajo en las obras de la catedral. De vez en cuando, miraba hacia abajo, desde los andamios, para ver si adivinaba su silueta en las calles colindantes. Pero nunca ocurría el golpe de buena suerte. Le minaba el corazón el pensar que la había perdido para siempre después de la última y contundente discusión que tuvieron antes de decidir darse un tiempo. Éste les liberaría de ciertas trampas que habían sembrado en el camino del primer intento de convivencia que duró un año. Pensaba y deseaba que le hubiera perdonado su egoísmo y que decidiera darle una segunda oportunidad. Pero mientras que pensaba y se torturaba y se confundía de días y noches, en la odisea de su nueva rutina, allá, en las alturas, las gárgolas se carcajeaban.
La pataleta. La rabia. El estómago encogido. Y el puño apretado hasta doler, por no dar el golpe. Y los ojos humedecidos porque la sangre, que hierve, no tiene otro sitio por donde salir más que transformada en lágrimas. Y la boca desencajada con un grito sin sonido, pero tan hiriente como un chillido agudo al más alto volumen. Y tú, enfrente, provocándolo todo.
Cada vez que le decía que la quería, lloraba, no de emoción, sino porque vislumbraba la cuenta atrás de su desamor.
Sabía que cada vez que hacía el amor con ella, que cada vez que la besaba, que la miraba a los ojos tierno o apasionado, era la última vez que la iba a amar de aquella manera, y que en los siguientes encuentros, cuando ella le implorara un “quédate a dormir”, la querría un poco menos.
Hasta que llegara la noche, tras las copas de vino y los boleros o los momentos íntimos de poesía, en que, a la petición de ella, la respuesta fuera la más dura y sincera que hubiera dado nunca a nadie.
-No volveré mañana. Intenta buscar y conocer a alguien fuera de este libro, a alguien que no sea fruto de tu imaginación. A alguien real, que te ame tanto que quisiera no amarte tanto.
El mechón rubio tapaba su ojo derecho. Durante un tiempo lo dejó caer sobre ese lado de la cara porque decía que así iba a la moda. Pero se dio cuenta que lo que se llevaba en ese momento era la indiferencia, el egoísmo, la soberbia. De los demás ante ella. De ella ante los demás. Y con su desprecio llegó la decisión de dejar caer todo el flequillo sobre la cara, ocultando ambos ojos, para que cuando los observara a través de la cortina de pelo no vieran su mirada punzante, embajadora del odio que hervía en sus entrañas.