Hermafromicro

Creo que un reto para el escritor es hacer reír, tanto como hacer llorar. Y otro reto, bien distinto, es sugerir todo lo concebible sobre las relaciones sexuales, sin caer en la vulgaridad de la simple descripción del acto sexual o en el atajo fácil del relato pornográfico.

El erotismo, que ensalza la sensualidad, la sexualidad y las capacidades de atracción entre los seres humanos es, en sí, un Arte, en todas las concepciones posibles de este término. Y en la Literatura, el artista, el creador, el autor, que hilvana palabras para llevarnos a la trascendencia, aporta toda su sabiduría para lograrlo.

Carme Barba es una gran escritora de Literatura Erótica, y yo, en mi osadía de confabularme con ella para fundir mis fotomicrorrelatos con su sapiencia en el manejo de la sugerencia sensual, le propuse una colaboración.

Y la colaboración es fructífera pues el HERMAFROMICRO (término de nueva creación salido de la explosica creatividad de Carme) alcanza el corazón, la mente y el sexo de nuestros lectores.

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Mamá

 ¿Por qué debo empezar nombrando a la persona que me trajo al mísero establo que es este mundo?

   Por la muy sencilla y contundente razón de que ella ha sido la única mujer que me ha mostrado auténtico amor, sin interés alguno.

   Ella escuchó desde el principio mis anhelos, mis inquietudes, mis dudas, y supo manifestar, en todos los casos, la solución más efectiva para mis estados anímicos. Ella supo ser el centro de mi vida durante los primeros años de la misma hasta que, por avatares del destino, la muerte la quiso arrancar de mi lado y se la llevó para siempre.

   Ella era una mujer impresionante desde todos los puntos de vista. Altruista al cien por cien en sus relaciones sociales. Creo que no he conocido a nadie que antepusiera, como ella hizo, los intereses ajenos a los suyos propios. Y lo hizo con humildad, sin querer cobrarse jamás los intereses morales de sus acciones.

   Inteligente en todos sus pensamientos y hechos. No sé de nadie que le echara en cara un mal funcionamiento de sus neuronas. Sin estudios básicos, ella predisponíase a la convicción de que de todo se aprendía. Aportaba a ésta el factor de su amor por la lectura. Leía todo lo que caía en sus manos, fuese del género que fuera, sin prejuicios sobre sus contenidos ni sobre sus autores, y estaba siempre al tanto de los acontecimientos mundiales y locales gracias a su amor por ese invento llamado radio.

   Bella en demasía. Tanto, que éste era motivo de celos continuos por parte de mi progenitor, pues la admirable planta de mi madre, que sobresalía por encima de la media femenina del barrio en que estábamos asentados, se veía adornada por un llamativo y reluciente cabello rojo, que encendía, como fuego intenso con los rayos solares, o como brasas inextinguibles en los días apagados por las nubes, las pasiones de los hombres que se ponían en su camino. Su cintura de avispa y sus pechos prominentes le hacían feliz a mi padre en su contemplación, y le asignaban el papel de macho más envidiado.

   Y sus ojos celestes. ¡Dios mío! ¡Qué ojos! A veces he sospechado que aquellas dos gotas de cielo eran las causantes de un hipnotismo que lograba de mí todo lo que se proponían. Decían siempre que yo era un niño muy obediente. Ahora dudo que fuera por mi propia voluntad.

   Esos dos retazos de gloria me entregaron, en sus últimos momentos de vida, todo un legado de responsabilidades y de compromiso del que aún hoy, queriéndolo, no he podido desembarazarme: Con aquella última mirada me dijo que me amaría siempre, pero que yo debía hacerme merecedor de ese amor de una forma continua, pues ella, en su no presencia, me estaría verificando y apoyando.

 

(Nota: Éste es un relato de ficción. No es autobiográfico.)

Mama

¡Qué profundo es tu amor!

 Escuchando aquella canción lenta de los Bee Gees, la de los agarraditos y el descubrimiento del amor adolescente, la de la lagrimita incipiente, emocionante en su música y enigmática en su letra por no entender, aún, el idioma, pero jugando con la imaginación de lo que debía de contar el falsete de Barry el Barbas, y trayendo recuerdos obsoletos a la memoria, recuerdos recurrentes para aliviar la realidad actual circundante, asumiendo que el período de crisálida ha pasado y que hay que enfrentarse a otra emoción, a la del desquite, a la del disgusto, asumiendo sufrimientos, para vacunarse contra los que nos los van a provocar con lo mecánico, lo ritual, lo nada placentero de las rutinas.

   Y prefiriendo el desconocimiento de la vida en aquel tiempo, cuando se estaba al margen de los acaeceres que pudieran surgir en la discordia existente en el mundo de los adultos.

   ¡La felicidad absoluta! How deep is your love! ¡Canta Barry, canta!

 

2013-07-28 17.38.09

A buen recaudo (Western atípico)

 

   Y mientras, el forajido perverso y cruel que había abusado de ella, huía galopando. Y lo miró con desprecio, mientras se abotonaba la camisa blanca llena de pelos y de babas. Y lo maldijo en silencio mientras se volvía a ceñir las medias y se componía las enaguas. Y con la uña del dedo índice de cada mano limpió las de la mano contraria de los restos de piel y carne recogidos bajo ellas. Y escupiendo en las palmas, se frotó la sangre coagulada antes de pasarlas por la falda arremolinada.

   Allí, en medio de aquel desierto cuyo calor ya no era sofocante, no pudo mirarse en ningún espejo, aunque éste hubiera sido de agua. Pero sabía que seguía siendo hermosa. Y montó en su caballo y ató, con un lazo rosa, su cabello. Y pensó, con satisfacción inmensa, que el otro, el puntito negro que se fundía en la calima del horizonte, jamás podría volver a insultar con su mirada perversa a ninguna otra mujer. Y estaba tan segura de ello como que eran los ojos del caballo los que estaban dirigiendo el destino del repelente violador porque los otros, los propios,  estaban a buen recaudo dentro del canalillo que los había tentado. 

 

 

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