Un día más

Un día más. Un día triste más. Conmigo misma y sin nadie más. Tan desmoronada como siempre, cuando el siempre ya no tiene sentido pues cada segundo se repite. En esta interminable órbita los víveres se van agotando y mi final está más claro que nunca, a pesar de que me dejé engañar en el reclutamiento. Sé que mis compañeros de misión nunca volverán porque a ellos también los engañaron y allí abajo no hay nada ni nadie. Desde hace un mes que no recibo sus constantes vitales y mi esperanza en volverlos a ver, sonriendo frente a mí, ha desaparecido. También sé que mis señales de auxilio nunca llegarán a su hipotético destino. Afuera, el Universo se detiene cada vez que cierro los ojos rendida, consternada, con una alta erosión en mi mente. Ya no me importa que las uñas y pelo me crezcan a una velocidad desmesurada. Me da igual mi aspecto pues hasta de mí estoy cansada. Pongamos que un amanecer impreciso de un día cualquiera las células de energía de esta nave se agotan y que caigo en espiral precipitándome contra la superficie de este maldito planeta. Pongamos que sobrevivo al impacto, algo físicamente imposible. Pongamos que soy una ilusa y creo que sus supuestos habitantes, hasta ahora invisibles, me rescatan. La falta de oxígeno me está empezando a afectar. Mejor hago que el Universo se detenga para siempre. Para que no haya un día más.

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Punto de encuentro

A más velocidad aparecen las arcadas, y calmo el ritmo para recuperar la compostura.  
Tengo tantas ganas de llegar que me olvido que, tarde lo que tarde, estarán esperándome, que no se irán sin mí. 
No quedan vehículos y tengo que hacer el trayecto por mi propio pie, por lo que debo extremar el cuidado en no torcerme el tobillo o en clavarme cualquier arista del camino o cualquier elemento extraño abandonado. Cuando se agarrotan mis gemelos, me detengo para frotármelos con ambas manos, y vuelvo a la carretera.
Tengo unas ganas inmensas de volar, pero me controlo porque, si no, llamaré la atención y alguna de las patrullas policiales itinerantes retrasará mi llegada al punto de destino. 
Los otros deben de estar actuando de la misma forma porque no veo a ningún alado en las inmediaciones. Lo suyo es que todos nos ocultemos de miradas que podrían dar la alarma a las autoridades. Y si éstas se enteraran de nuestra existencia, el Plan se torcería. 
El Sol ha desaparecido hace rato y no se avistan aún las balizas lumínicas que señalan el punto de encuentro. 
Seguiré corriendo a un ritmo más pausado, para que uno de mis dos corazones pueda entrar en «modo espera» y no consuma parte de mis energías, más necesarias que nunca. 
La visión nocturna se ha activado automáticamente y son más visibles los resaltes de la pista, que se nota que no ha sido asfaltada hace tiempo.
Mi respiración se anula periódicamente, en intervalos de dos minutos y medio por cada hora, y así no se perturba la oxidación de mis células.
Ningún rastro animal ni vegetal me distrae de mi focalización en el punto previamente fijado en el horizonte. Y si escucho algún sonido, es el de mi propio corazón, el activo, que bombea y recicla sangre a un ritmo vertiginoso. 
Las zancadas son cada vez más largas, porque mi impaciencia se va acumulando y las visiones premonitorias me dan continuos subidones de adrenalina.
Sé lo que me espera cuando alcance las coordenadas prefijadas en mi cerebro por el Maestro.
Lo más importante será que los «no alados» elegidos no se arrepientan. Ahora se sentirán secuestrados, apartados de sus seres amados, extraídos de sus vidas «felices», abducidos de su presunta sociedad perfecta, humillados, anulados, manipulados. Pero con el tiempo, y después de un adoctrinamiento y adiestramiento continuos, verán la realidad, verán que son piezas claves en la Gran Recuperación. 
Poco a poco, en mi penumbra realzada, atisbo movimiento en la lejanía, y manteniendo mi aceleración continua, a media madrugada estaré brindando con mis colegas venidos desde todos los rincones del planeta.
Se supone que el «Invisibilizador» ya estará cubriendo, con su manto de frecuencias, el núcleo de simas de escape.
Los satélites y radares humanos no se percatarán de la gran huída hacia el espacio, formada por más de un millar de lanzamientos hiperlumínicos.
Tengo fe en el Maestro porque Él, con su sintonía con el Gran Consejo, ha precipitado los acontecimientos humanos para cribar los seres necesarios para la reconstrucción de la especie en otro planeta con condiciones biosféricas radicalmente distintas a las de este mundo fallido.
Preferimos la adaptación de los ya existentes a la nueva experimentación con la creación de nuevos seres que podrían acabar siendo inválidos.
Cuando atraviese la frontera de la cúpula de radiación, podré extender mis alas y dejar descansar mis extremidades ya extenuadas.
Falta poco. Lo intuyo, pues las oleadas de júbilo impactan en mi córtex y me imbuyen de felicidad extrema.
Cuando me olvido, los espasmos me sobrevienen, y tengo que detenerme. Pero la esperanza me apantalla la conciencia y el silencio de la noche me relaja la euforia. Porque, al fin y al cabo, ellos me esperarán. No creo que el Maestro me haya mentido al marcar mi destino con el papel que cumplirán mis genes en el Plan, pues una gota de la sangre de mi corazón ralentizado aprobará y activará el código matemático de multilanzamiento a las estrellas. Por supuesto que me esperarán.

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Sin futuro

El último hombre, meditabundo, chapoteó sobre el barro mezclado con ceniza y miró al cielo, dejando que las gotas de lluvia se mezclaran con sus lágrimas.

El último hombre acababa de ser testigo de la muerte del penúltimo hombre, y se sintió desolado, porque supo la responsabilidad que recaía sobre sus espaldas, a partir del mismo momento en que escuchó la última exhalación de su compañero: Debía reconstruir todo un planeta, solo, en los futuros días de penumbra, en las próximas oscuras y frías noches, sin ayuda, teniendo que dejarse acompañar por sus pensamientos de desesperación.

Y mientras cubría, a paso ligero, la distancia que lo separaba del campamento base, maldijo el día en que aceptó ser parte de una misión suicida, sabiendo que nunca volvería a su hogar, que estaba a demasiada distancia, porque no le quedaban recursos de supervivencia, porque cuando el comandante murió entre sus brazos se había esfumado su última oportunidad de hacerlo.

Emitiría el último mensaje por luz y esta vez sería un S.O.S. O más que un grito de socorro sería una proclamación de que se rendía. Y con él se rendiría la especie humana. Y mientras hundía sus botas en el barro pensó que no se merecían ninguna oportunidad. Ni en este ni en otro mundo.

Los relámpagos rojos le obligaron a forzar, aún más, el paso. Hasta que cayó de bruces, y no se levantó. Nunca se levantó. Y nunca nadie sabría que él había sido el último hombre. Porque ya no había más hombres para saberlo.

Y a poca distancia, el rayo lumínico lanzó un mensaje vacío. De un mundo vacío. Inerte. Sin futuro.

 

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Cansancio

Nos advirtieron varias veces y no hicimos caso. ¿Para qué? Si nosotros éramos más inteligentes que ellos. Si nuestras insulsas vidas nos daban derecho a despreciarlos. Si ellos tenían el conocimiento pero nosotros el poder del capital, del consumismo, del desperdicio de los recursos, de la barbarie del acelerado ritmo de nuestras vidas.
Y se cansaron de indagar, de buscar salidas a lo que no parecía tenerlas, de enseñar y difundir la verdad, de comprobar una y otra vez sus teorías con la realidad circundante.
Se aburrieron de ser altruistas.
Y acabaron liberando sus remordimientos por dejar que sus palabras y sus obras cayeran en el olvido, antes de dejar de ser Científicos.

 

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En verdad has perdido tu propia memoria histórica

Erase una vez un planeta maravilloso que guardaba para sí el orgullo de que uno de sus habitantes trabajara por su bienestar, que se ocupara de él como un hijo que se desvive por su madre ya demasiado madura. Y el hijo pródigo prodigó la traición total. Siempre había escondido detrás de aquel cariño ficticio un interés egoísta. Pretendió que la Naturaleza le enseñara todos sus secretos, que el colectivo que lo mantenía en forma le entregara toda la sabiduría existente en sus mentes, para después robarles la confianza, pues como no había más que hurtar, las víctimas eran una carga pesada e inservible, demasiado para que él pudiera remontar el vuelo y alcanzar las estrellas, su ansiado firmamento que le aguardaba con nuevos enigmas que descifrar, con nueva sabiduría que absorber.

Lo malo para el ingenuo criminal era que la memoria colectiva de aquel mundo no moriría nunca y recordaría su fechoría por los milenios de los milenios hasta que tuviera el momento y la oportunidad de pedir cuentas a cualquiera de las múltiples reencarnaciones del infame…

 

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Nuestra oportunidad, nuestra responsabilidad, nuestro compromiso.

El ser humano nace bueno y, poco a poco, su bondad se va degradando con su inmersión en la sociedad, con las mentiras globales de unos pocos, con la aceptación y resignación de vivir en un mundo que no tiene solución.

Tenemos la posibilidad de revertir ese efecto dañino y lograr que nuestra bondad se comparta mundialmente y que el Planeta llegue a la Armonía absoluta.

 

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Partes y jueces (o cuando una imagen asociada puede cambiar el significado de un texto)

No voy a decir que se lo merecía, pero lo que hicimos con él era parte de algún tipo de justicia, no sé aún si divina o humana, pero que contrariaba otras leyes del Universo, desconocidas, creo, para la mayoría de los mortales de este planeta.

 

Ingreso en nueva atmósfera

   Realizó lo rutinario en cualquier vehículo espacial dirigido que estuviera a punto de entrar en nueva atmósfera: La asepsia integral, la desintegración de las vestimentas y calzado utilizado durante la travesía, y la esterilización de los complementos insustituibles, así como la incorporación de un atavío unisex de un único uso que estuviera de acuerdo con la moda del planeta en el que se fuera a ingresar. Una vez en la superficie, o en la subsuperficie, según fuera el tipo de condiciones biosféricas, debería componerse un vestuario de riguroso estreno, y en tal caso, con los gérmenes propios del mundo en cuestión.

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El encuentro

Las manadas de manintamus pastaban dócilmente las rojas hojas de cuseria. Éstas fermentarían en sus aparatos digestivos y les provocarían un efecto narcotizador que los haría desfallecer y caer al suelo. Dormidos, el ciclo digestivo les haría rumiar su alimento y excretar por la boca un líquido viscoso que, en contacto con el aire y su temperatura ambiente, se solidificaría formando masas compactas de fertilizante muy apreciado para la actividad agrícola del planeta.

“Cuando dejaran atrás los ecos del radar que indicaban núcleos acumulativos de sujetos-obstáculo, volverían al nivel centimétrico de flotación.”

Más prados de cuseria.

Oteó en busca de la Gran Esfera.

Los parámetros ecolocativos ya indicaban vía despejada para mode normal de rodaje.

La Gran Esfera se acercaba a trompicones.

Algunas maniobras circulares rompían el equilibrio de fuerzas en favor de la centrífuga y tenía que asirse con desesperación al anclaje de estabilidad, aunque sabía que nunca podría salir expelido. La reacción era involuntaria, irreflexiva, pero le hacía sentirse alerta y en buena forma.

Llegó.

Oprimió el botón adecuado y la portezuela giró sobre sus goznes, no siendo necesaria la extensión telescópica de una banda portadora ya que el vehículo se mantenía en flotación mínima, por lo que no tuvo más que dar un paso, equivalente al descenso de un peldaño de escala.

Una vez en tierra firme, dejó tras de sí el afluente y se internó en una senda guijarrosa, que emitía sonidos grotescos bajo los pies descompasados.

El edificio no tenía aristas a las que agarrarse, ni ángulos en los que guarecerse.

A través de escaparates traslúcidos de la estructura, veía moverse siluetas difusas en febril tarea. Macrolaberinto polidisciplinar con pasillos radiales ramificándose a lo alto y a lo largo.

Distraído, una fuerza invisible le aspiró, hasta alcanzar una zona neutra en un cilindro antigravedad, donde una acción-reacción compensada le mantuvo flotando. No sabiendo qué siguiente movimiento ejecutar, esperó instrucciones: Un susurro le indicó asirse a una de las barras longitudinales adosadas a la generatriz. Y el cilindro se desplazó hacia una luz difusa en las alturas.

Cuando creyó que iba a chocar contra una de las paredes curvadas, se detuvo en seco y bajo sus pies se materializó un embaldosado que desembocaba en una puerta oculta en la pared. Se internó y bajó las escaleras que llegaban hasta el templo.

-Tú debes de ser Insavik, ¿verdad?

Al muchacho le sonó retórica aquella pregunta. Preguntas tontas que venían de personas presuntamente inteligentes. Sin embargo, asintió y lanzó una mirada de aprobación a su abuelo, al que no había conocido hasta ese momento.

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