¡Qué bien peinados están todos! Afeitaditos y con su traje impoluto. Lo malo es que no saben hacerse bien el nudo de la corbata y eso les desprestigia frente a las miradas de los puretas. Pero no pasa nada. Al menos, no tienen ningún rastro de caspa en los hombros y la zona de la cremallera no está abultada, y es como si no tuvieran genitales. Ángeles uniformados. Menudo lujo.
¡Qué estilazos llevan ellas! Sin manchas de carmín en los dientes, sin mostrar escote, sin insinuaciones de curvas corporales. Sin cruzar las piernas y sin estar continuamente mirándose las uñas ni tocándose el cabello. Recatadas, femeninas e, incluso, feministas algunas. Pero no pasa nada. Seguirán siendo ninguneadas y silenciadas. Y creerán que algo está cambiando, pero el patriarcado nunca da pistas de su extinción, y los pensamientos y murmullos de revolución son silenciados por los piropos de los maleducados.
¡No te acerques a mí, mísero trabajador que te levantas todos los días a las cinco de la mañana para desplazarte a tu puesto de trabajo! ¡Ni se te ocurra mirarme, indigente que me tiende la mano abierta, no para saludarme, sino para gorronearme unas monedas! ¡No me dirijas la palabra, estúpida camarera de habitación, que aún tienes la desfachatez de sonreírme y darme los buenos días cuando salgo de mi suite!
¡Desvergonzados todos!

Imagen de Ernie A. Stephens en Pixabay







