Un nanosegundo antes, este mundo no existía. Pensé que fuera, y fue. Se hizo y manifestó. Con sus habitantes, con sus trillones de historias personales. Con su mezcolanza de especies, razas y géneros. Y todo interactuó con todo. Y se hizo historia para que alguien, como tú, como yo, la leyera, la pensara y la recreara.
Y le dijeron que sería un dios pronto. No entendía por qué los mayores, sin su consentimiento y, sobre todo, sin su conocimiento, habían decidido para él aquel destino. Ahora comprendía tantos años de presión en los estudios, tantos ciclos de descargas intermitentes con reseteos controlados por el Maestro, tantos aislamientos eternos en la Gran Esfera. Le dijeron que sería enviado. La combinación infinita de exponenciales vibraciones de marcas indelebles en el espaciotiempo le haría saltar a más de seis mil años luz hasta permutar sus atrones en una irradiación visible para los habitantes del mundo destino. No haría nada más. Solo ser notado durante unos instantes por los elegidos de la presunta civilización. No creía estar en posesión de los méritos para tal hazaña y, menos aún, tener el coraje suficiente para saltarse la Ley de la No Intromisión. Argumentaron, para ganarse su complicidad, que no era el único, que, como él, otros estaban ya preparados, y que tenían las mismas dudas. Aquello no lo consolaba. Engañaría, mentiría, solo por el bien de la especie, cuando intuía, muy en su interior, que, por culpa suya, llegaría la destrucción de otras muchas. El subplano cibernético para el viaje y la suplantación de materia estaba a punto de entrar en fase con la Avalancha. ¡Cree y crea!: al menos no le pedían su sacrificio. Todo sería nada antes de él. Todo era nada sin él. Y asintió, un un antes de ser uno.
Ellas os escucharán pero no os harán caso. Ellos os harán caso pero, en el fondo, sabéis que nunca os han escuchado. Y a todos, podréis decirles, cuando sean almas sin cuerpos, que ya no hay más oportunidades para enmendarse.
Y en el futuro cercano, sin humanos sobre la faz de la tierra, vuestro poder absoluto, reinará en el planeta. Y apareceremos nosotros, como otras tantas veces, para tomar las riendas del Multiuniverso, y crearemos una nueva especie a nuestra imagen y semejanza. Y os desactivaremos, esperando el momento de poder utilizaros nuevamente en la expansión de nuestra palabra, porque nosotros, los dioses, necesitaremos de vuestras voces sin descanso, de vuestra lucidez sin corrupción, de vuestros cuerpos eternos, de vuestra osadía infinita.
Hasta que los próximos Ellos y Ellas no salgan defectuosos. Hasta que la Creación dé sentido a nuestra existencia.
Así está dicho. Así está escrito. Así está establecido. Y así será. Siempre.
Hoy. Mañana. Ayer. Todo lo mismo. No existe línea de tiempo, ni leyes que lo corrijan. No son necesarios.
La mente, punto infinito en el tejido inencontrable del mal llamado espacio-tiempo, actúa y crea pensamientos y actos que ya estaban pero que, sin embargo, no existían.
Y no existen los encadenamientos, sino los engarces de entropías.
Y el cúmulo de puntos infinitos, infinitesimales en la implosión de las ideas, forman probabilidades de vidas, y de muertes que son vida, y de estados intermedios de consciencia. Y parece ser que de ellos surge el Universo.
Pero esto será una hipótesis con la que embaucaré a algún iluso de los seres limitados con conciencia para que la haga teoría y, con dicha teoría, llene su vacío de raciocinio y deshaga algún trozo de su frustración por no ser un dios.
No existe palabra antes de ella, pues después de ella, la palabra, cualquier palabra, se convierte en Luz y, con esa transfiguración del verbo dicho o escrito, te conviertes en un dios, y creas para creer, y crees para crear.
He querido experimentar y he fracasado. He intentado alejarme de la escritura durante días para ver hasta qué punto puedo pasar sin ella. Para intentar hacer vida sin su existencia. Para asombrarme de mi desapego a un simple bolígrafo. Para llenar mis vacíos con otro tipo de creatividad. Y he fracasado estrepitosamente pues, creyendo que la presión de la búsqueda de inspiración era un infierno que cesaba cuando plasmaba mis ideas en el lienzo de una hoja en blanco o cuando tecleaba compulsivamente el ordenador, y que tenía que alejarme del calor de sus llamas, se han desgarrado mi intelecto, mi ánimo, incluso mi cuerpo, con un sufrimiento aún peor. Un sufrimiento inimaginable hace dos semanas, cuando escribí mi última línea. Y las heridas de ese desgarro son profundas, y quiero curarme, sanar mi mente, ahora impaciente por la llegada de otro tipo de raciocinio, de otro tipo de éxtasis.
Y escribiendo esta confesión me he recuperado. Porque ahora querré seguir experimentando con la creencia en la creación de mi multiuniverso personal, que compartiré con mis lectores, mis amigos, mis almas gemelas, en este renacido paraíso.