Vivo viviendo en mí

Creo tener muchos amigos, aunque casi todos son conocidos, los circunstanciales que ves de ven en cuando.
Me rodean, casi siempre, cientos de personas, y me veo, desde arriba, mirándolos. Las risas, los halagos, los aplausos efímeros, el bienestar pasajero, mientras lo único que escuchas, continua e incesantemente, son los murmullos de tu mente, los latigazos del corazón y el tintineo de tus ansias.
Al principio y al final del camino, físico o imaginado, estoy yo conmigo, buscándome, comprendiéndome, queriéndome.
Los demás, los prójimos, son circunstancias vitales, amparos para el alma, destellos para que no duermas, para que no ensueñes demasiado, en el camino hacia la desaparición.

Fotografía © Archimaldito

¡Hola, Escandar!


Ha vuelto a ocurrir.

Madrugar y estar grogui durante media hora.

Y conducir grogui durante otra hora.

Grogui, gragui, grego, griego.

Perdona, ¿de qué estabas hablando?

La mente a doscientos por hora en el curro.

Y paciencia, y automatizar los reflejos y las respuestas a los problemas

que aparecen y desaparecen por arte de mi magia.

Y las llamaditas inoportunas cuando estoy sentado evacuando no sé qué.

Pero todo se olvida y sonrío.

Sin gesto forzado, sin mueca de “joker”, sincero, porque disfruto.

Y las horas pasan y el profesional se va diluyendo

para mutar a la piel del artista.

Me consuelo con la perspectiva de estar en la oscuridad.

Anónimo, solo, solitario, dejándome abandonar.

Tan libre como esclavo. Creyéndome lo primero, asumiendo lo segundo.

Creyendo ser especial, único e irrepetible.

Como se lo creen los demás.

Por eso me deprimo.

Y llamo la atención en el transporte público.

Por mi cara seria, mis ojos fijos, mi concentración en el tinnitus que me reclama.

Y la atmósfera helada del verano de vagón de metro.

Donde nadie separa la vista de su rectángulo de dieciséis por siete,

vaticinando que los más jóvenes ya son sordos.

Andando por las calles atestadas,

repitiendo en mi cabeza la tonadilla de los semáforos que interrumpen mi “sí, soy especial”.

Llegando a donde está.

Y así ha vuelto a pasar.

Pensar, saber, sentir: Este es el lugar, esta es la persona, esta es la mirada.

Estas son las palabras: ¡Hola, Escandar!



Dedicado a Escandar Algeet, en el día de su 40 aniversario, hoy, 10 de agosto de 2024.

Foto: Archimaldito.

Todos los viernes

La amistad que los unía iba más allá del tiempo y del espacio, como se decían mutuamente cada vez que se separaban.
Mientras que estaban juntos, disfrutaban cada segundo de sus risas, de sus barrabasadas, de sus lloros de tristeza, de sus desaires a los que les rodeaban.
Se recordaban continuamente la primera vez que se encontraron, que se miraron, que se enzarzaron a manotazos, que los reprendieron en público por su comportamiento, y reían, reían a carcajadas al recordar el momento exacto en que se juraron amistad eterna, fueran cuales fueran los obstáculos en sus vidas, las pruebas a las que les sometieran en sus trayectorias familiares, sociales y profesionales.
Y aquel viernes, como todos lo viernes, volverían a jurarse amor incondicional, esperando no olvidarse el uno del otro durante el fin de semana, y que nada ni nadie les distrajera de su objetivo de volver a encontrarse al siguiente lunes, cuando sus respectivos abuelos los entregaran a su cuidador en la puerta de la guardería.

Reto literario propuesto por Rubén Romero Lozano.

Monami

El talento. Con él se nace y se muere, muchas veces, sin que quede huella del mismo en el Cosmos. Otras veces, aparece tardíamente, pero siempre a tiempo para deslumbrarnos. Otras, se va fraguando poquito a poco en el horno mental de un ser especial, hasta que la supernova estalla. Y otras, más bien escasas, empieza a cegarnos con su luz a muy temprana edad.

No digo más. No escribo más. Solo os presento a Monami.

«

Mi corazón tan frágil como cristal, pero hay que tener cuidado cuando se rompe, porque corta. Esos pedazos escritos por la última persona que te destrozó. Cuesta tanto respirar, duele tanto recordar. Miedo por volver a llorar hasta quedarse dormido.

 

Un último suspiro, aunque nos rompamos. Mentiras llenas de cicatrices, dolor que solo ocultamos con una sonrisa. Dentro solo quedan restos de un pasado lleno de mentiras y odio, el cual se refleja en mi piel y ojos, que son ventanas hacia una mente perdida y cansada de intentar parecer que todo está perfecto. Marcas de guerra contra mis demonios internos, que no dejan de perturbarme.

 

Esto es muy confuso para mí. Necesito algo más que un juego absurdo, algo más que sentirme confundida y aturdida. Dar vueltas como un tiovivo hasta caer… caer a un fondo oscuro y totalmente negro. Cegada por tu propia confusión. Ya no sabes qué es verdad y qué mentira. Totalmente desarmada. Presa de rompecorazones. Rota como una muñeca de porcelana. Tirada al suelo sin saber qué hacer.

¿Llorar? Haz algo mejor que derrochar lágrimas. Sonríe y haz todo lo posible por estar de pie.

 

Las palabras destruyen más que una bala. Palabras, palabras… que recordamos siempre. Promesas, promesas… que jamás fueron cumplidas. Lágrimas, lágrimas… que abren mi vacío. Sonrisas, sonrisas… que decoran un odio infinito. ¿Por qué? ¿Por qué pasa esto?

No eres mala persona, simplemente te tienen envidia. Envidia a saber vivir sin quejas, sin mentiras, sin cobardías.

 

Ríete enfrente de mi cara, mientras yo lloro como una niña sola y vacía. Como una muñeca sin boca, sin poder decir nada. Ojos de cristal, frágiles cuando recuerdas por la noche y no paras de llorar. Necesidad de acabar en una caja abandonada. Cuando empieza a pasar el tiempo me lleno de polvo, de odio y de venganza. Necesito retroceder para quitar lo que ahora me mata. Necesito retroceder para cambiar mi futuro. Para cambiar esas lágrimas. Para cambiar esas ilusiones. Pero… ahora me he hecho más fuerte gracias a tus empujones que me hicieron romperme hasta desaparecer. Ahora sé cómo soy, y sé que no debo ser como tú.

 

Mi mente explota de tantas palabras, como un globo que llenas de mucho aire. Mi boca siempre la he tenido tapada con celo. Mis manos las he tenido atadas con cuerdas. Mis ojos cegados con una venda.  Mi cuerpo tumbado sin fuerzas, sin poder levantarme. Mis sentimientos rotos. Me siento manipulada como un títere al que apuntan con una pistola, frente a su cara, sin poder verla. Pero no puedo seguir así.

No puedo seguir de esta forma. Totalmente encerrada en un cuarto a oscuras, en el cual solo puedo oír unas gotas encima de mi cabeza. Torturándome.

Puede que dentro de poco todo eso acabe. Luchar, luchar y luchar. No volver a rendirme y no dejar que me pisen.

Puede que tú hayas sido mi luz en mi oscuridad pero ahora eres mi oscuridad en mi luz. Solo puedo prender fuego y así iluminar toda mi valentía y poder. Yo no soy un títere. Yo soy un pájaro que vuela, libre y sin ser de nadie.

«

 

monami

Dos destellos

Gertrudis pensaba que estaba sola en el mundo porque nadie iba a visitarla, porque nadie la llamaba por teléfono, porque cuando hablaba nadie parecía escucharla. Hasta aquel día en que Gertrudis se encontró con un tal Pablo, un hombre poco hablador, que, sin embargo, le contó la pequeña historia de su vida. Al hacerlo de manera tan desinteresada, sin que ella le pidiera saber sobre su vida, Gertrudis empezó a confiar tanto en Pablo como en ella misma y poco a poco se dio cuenta de que no estaba sola en el mundo y de que su opinión contaba para las personas porque, como le confesó un día Pablo: “Si no tienes a nadie que te escuche ni a quien escuchar, nunca desperdicies la oportunidad de conocerte a ti misma. Y queriéndote a ti misma verás que también cuentas mucho para los demás porque la felicidad se reflejará en tu cara y en tus actos”. 

Cuando Gertrudis lo comprendió, fue inmensamente feliz. Y Pablo, el señor poco hablador, fue su mejor amigo porque reflejaba esa luz que Gertrudis siempre quiso encontrar, y ella, empezó también a ser luz, una radiante y cálida luz.

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Divorcio

 

Pronto me iré de aquí. Y hasta que ese momento llegue, recordaré con añoranza los momentos que pasé contigo, inmerso en una placidez absoluta, cuando las horas de hastío aún no habían contaminado nuestra convivencia.

 

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