Flama

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Llama. A no ser que veas lances continuos entre extraños.
Bebisteis de manera compulsiva, y perdisteis la vergüenza y la memoria.
Llama y grita, a ver si alguien te escucha.
Tropezaste tantas veces que los cardenales eran parte de tu piel, que no maquillabas para no parecer simple.
Gira sobre ti misma, abriendo los brazos como si volaras.
Luego, llama. Pero no llores, no vaya a ser que caigas en un bucle continuo de ahogo premeditado,  pues ya sabes que dicen que el suicidio no está permitido y serías mal vista hasta que mueras por causas naturales.
Hártate de disciplina y lee un poco cada día, para descubrir mensajes ocultos en libros de hojas amarillentas, que están siempre descatalogados.
Y después, bueno, no hay después.
Hayas o no hayas aprendido la lección, quítate el peso de encima,  que para eso te has vacunado contra la desesperación.
Gracias. Pero llama. A mí o a quien sea.

Año

Como casi siempre, pienso que lo mejor que puedo hacer es expresarme por escrito, sin interrupción alguna, sin comentarios o críticas a lo que diga.
No soy capaz de transmitir mejor que por escrito, sin que se tergiverse algún tono de voz o una mirada mal posada. Y lo siento.
No soy feliz desaprovechando años.
Y este año no es distinto.
Yo, que vivo obsesionado con el tiempo, veo que no aprovecho bien el tiempo de vida que tengo.
Y eso me frustra.
Y, por circunstancias varias, el cumplir años no me supone ningún adelanto en ese sentido.
No me gusta mi trabajo y tengo problemas económicos, familiares y afectivos. Obviamente, no me siento pleno conmigo mismo.
Poseo una alta incapacidad para concentrarme en otra cosa que no sea vivir automáticamente, a la zaga, teniendo que hacer malabarismos mentales para no perder la cordura y no caer en la depresión más absoluta.
Y en el vivir automáticamente está el efecto de desatender lo que de verdad me importa en esta vida.
Soy, o eso creo, optimista por naturaleza porque, en caso contrario, hace tiempo que hubiera sucumbido a desaparecer de este planeta,  desconectándome voluntariamente.
Pero mi incapacidad para llevar una vida centrada ha salpicado la vida de otras personas, las que me importan: mi familia.
Y el último dolor provocado es el que más daño me está haciendo: el provocado a mi propia hija.
No sé cuánto tiempo tendrá que pasar para que ella me perdone todo el mal que le he causado.
Y ése es el peor dolor, que trasciende los demás dolores físicos y mentales que puedo o pueda tener durante los años que van a transcurrir hasta mi muerte.

Los niños

Los niños gritaban y lloraban bajo un sol ardiente confinados en un contenedor al que le faltaba la parte superior que valiera de techo.

Me acerqué a ver qué ocurría con ellos en aquella situación y me salieron varios hombres armados al paso, desdentados, sudorosos y embriagados, amenazándome para que no me acercara más.

En una caseta contigua, un par de mujeres asiáticas tiraban comida a los niños, desde arriba, como si estos fueran animales, y dos de ellas sujetaban a uno de los niños mientras un viejo de barriga hinchada y pústulas por todo el cuerpo se masturbaba delante del niño al que habían desnudado completamente, mientras hacían fuerza para que el niño no se zafara.
No pude soportar la visión de aquella perversión y, olvidando los avisos de los vigilantes borrachos, ingresé a toda velocidad en la caseta y molí a palos al viejo asqueroso y a las mujeres perversas mientras que agarraba al niño y huía de allí a toda la velocidad que me permitían mis piernas y la fuerza de mis brazos que soportaban el peso del chaval , que estaba como drogado.

Este texto fue escrito nada más despertar, tras haber visualizado lo que en él se narra en una pesadilla exprés e inacabada. Mi subconsciente debe de estar enviándome mensajes.

Todos los viernes

La amistad que los unía iba más allá del tiempo y del espacio, como se decían mutuamente cada vez que se separaban.
Mientras que estaban juntos, disfrutaban cada segundo de sus risas, de sus barrabasadas, de sus lloros de tristeza, de sus desaires a los que les rodeaban.
Se recordaban continuamente la primera vez que se encontraron, que se miraron, que se enzarzaron a manotazos, que los reprendieron en público por su comportamiento, y reían, reían a carcajadas al recordar el momento exacto en que se juraron amistad eterna, fueran cuales fueran los obstáculos en sus vidas, las pruebas a las que les sometieran en sus trayectorias familiares, sociales y profesionales.
Y aquel viernes, como todos lo viernes, volverían a jurarse amor incondicional, esperando no olvidarse el uno del otro durante el fin de semana, y que nada ni nadie les distrajera de su objetivo de volver a encontrarse al siguiente lunes, cuando sus respectivos abuelos los entregaran a su cuidador en la puerta de la guardería.

Reto literario propuesto por Rubén Romero Lozano.

Poema del Aquí me quedo

En un mundo paralelo soy un lelo.
Prefiero quedarme en éste, aunque éste apeste.
Liberando mi mente entre tanto demente.
Resolviendo injusticias, limpiando inmundicias.
Sorteando miserias, ocupándome de las cosas serias.
Descansando cada siete días de las personas con apatía.
Siendo intuitivo en un sistema cautivo.
Ahuyentando desgracias, descubriendo falacias.
Y aún así, resistiendo ante la gente que siempre está mintiendo.
Estando pendiente de lo diferente.
Apoyando a los humanos más sanos, que son como hermanos.
A los que deslumbran, a los que asombran, a los que ríen y se enamoran.
A los que son libres, con una libertad innata.
A los que avanzan y no son gente mansa.
Por todos ellos seguiré en este mundo tremebundo.

Por todos ellos, por locos ellas y ellos, porque su locura atrae mi locura y avanzamos, avanzamos y avanzamos.

En un mundo paralelo soy un lelo, porque en él nada sé ni por nada he luchado.

Quizás sea feliz, quizás viva engañado.

Quizás manipulado, maleado y a todo ello adaptado.

En un mundo paralelo quizás no sea consciente de que existen otros mundos paralelos en los que también estoy presente.

En un mundo paralelo soy tan lelo que fuera como si no existiese.

No sé porque los llaman mundos paralelos si no hay tantos paralelismos entre ellos.

Me quedo, pues, en éste, aunque reviente conmigo en su vientre.

Licras, mallas, calzas, leggins

Veo que te acercas y te plantas frente a mí esperando que te pregunte qué quieres. 

Te observo de arriba abajo y te sientes aludida por mi descaro y desfachatez. 

Qué hago mirando directamente tus muslos ceñidos por mallas de colores extravagantes. 

Qué hago mirando directamente el contorno de tus pechos marcado en tu jersey de cuello alto.

Qué hago mirando directamente tus labios carnosos. 

Te equivocas, como siempre.

Mi intención no es sexualizarte sino fijarme en tus piernas para adivinar si son robustas y te sostendrán cuando te dé la noticia, fijarme en tu pecho para adivinar si tienes buenos pulmones para gritarme cuando llenes tu cabeza de insultos, fijarme en tu boca para lograr vislumbrar la saliva que puede contener antes de que me escupas.

Y es que no sé cómo vas a reaccionar cuando te diga que ya no te quiero.

 

La Multitud

 

Esta vez mi paciencia ha sobrepasado su límite.

Esta vez he conducido un centenar de kilómetros para llegar hasta aquí, al culo del mundo, donde nadie me vea, donde no exista gloria ni alarma en lo que voy a hacer. Donde nadie ni nada, salvo el viento, intente detenerme y me haga repensar mi decisión.

Esta vez el borde del acantilado está a mis pies, en la semioscuridad, con las olas allá abajo, adivinadas por el sonido relajante de sus rompientes.

Esta vez he saltado.

Y el pitido del aire acelerado ensordece mis sentidos, cerrando los párpados, notando la presión de la velocidad en mi cuerpo que cae descontrolado.

Esperando el impacto. Esperando el click del apagado.

Y los segundos se hacen eternidad. Y otra vez estoy empezando a impacientarme.

Pienso, demasiado tarde, que voy a aplastar a algún habitante de las rocas, o a varios, con el guiñapo en el que me voy a convertir.

Y creyendo que ya está aquí el silencio, un murmullo gratificante me sorprende.

Pero, ¿qué hace aquí tanta gente?

 

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Madrugando

-¿Qué maldito olor es ése? ¡Qué maldito calor! ¿De dónde sale? No hay ninguna fábrica en cientos de kilómetros a la redonda. Y en esta época del año no es de recibo este bochorno. ¿Ayer nevando y hoy este calor? ¡Maldita sea! Ni un domingo del Buen Señor voy a poder descansar tranquilo. Todos los días de madrugón, ¿y hoy también? Tendré que levantarme y salir a ver qué pasa, no vaya a ser que hoy sea el Día del Apocalipsis y yo ni me entere si me quedo aquí encerrado.

El hombre enfundado salió de su cabaña. El día anterior se había quedado hasta tarde bateando oro y no tenía sus sentidos al cien por cien, por lo que no estaba dispuesto a aceptar ninguna complicación en su día de descanso. Pero los accidentes son impredecibles y, aunque la onda expansiva había movido, sin que él se hubiera percatado, los cimientos de su vivienda, él solo notaba un calor intenso irracional.

– ¡Maldito bastardo! ¿No tenía otro sitio donde estrellarse? Parece un avión pequeño por el poco humo y ruido que ha hecho al estamparse contra el suelo. Es que ni me he enterado. O vaya sueño más profundo debo de tener últimamente.

Y allí, la nave, que él había tomado en un principio por una avioneta, tenía su morro incrustado en la nieve hasta la mitad de su estructura lingüiforme. Se quedó inmóvil sobre sus raquetas de nieve y lo vio. Claro que lo vio.

– Tranquilo buen hombre. Tenga usted en cuenta que tengo la sabiduría muy limitada pero que, aun así, supero el umbral de conocimiento de su especie. Es verdad que estoy perdido y que me he dirigido a usted arma en mano para activar mi autodefensa en caso de reacciones violentas hacia mi ser, pero no debe usted temer porque, ante todo, vengo en son de paz, y prefiero utilizar dardos psíquicos antes que dejar huellas materiales de mi paso por este planeta. Dicho esto, le ruego que deje de gritarme, que calme sus biorritmos y que deje caer el ejemplar de roca que tiene en su mano derecha. No es justo que quiera lastimar a ese ser indefenso. Defiéndase, en tal caso, con sus pensamientos e intente rechazar mi presencia con ellos. Pero le advierto que no es necesario. Aún queda muy lejos la fecha programada para la colonización y no me está permitida la injerencia en sus asuntos planetarios, por lo que le dejaré continuar su insulsa vida si me indica, de buena fe, cómo puedo llegar hasta el pico montañoso más alto de esta zona donde puedan recogerme mis congéneres.

Contra la no humanidad

En pleno siglo 21, la capacidad cognoscitiva del ser humano parece quedarse estancada en la observación de lo superficial. En pleno siglo 21, y como si de un ciclo periódico se tratara, el ser humano vuelve a caer en el error de diferenciar a los integrantes de su propia especie, no por sus logros en beneficio de los demás, no por encontrar una forma de vivencia y supervivencia que quede plasmada en el genoma de las generaciones venideras para que lleguen a la armonía, que ahora no tenemos, con el resto de los habitantes animales, vegetales y minerales del planeta Tierra, sino en base al sexo o género con el que nacieron, sino en base al aspecto físico visible que hace diferenciarlos en categorías raciales, sino en base a cómo transmiten el amor físico y sentimental al resto de sus congéneres.
La evolución se estanca y, de vez en cuando, la Naturaleza nos envía señales de aviso en forma de cataclismos o pandemias.
Yo, personalmente, no entiendo que el ser humano se obceque en detenerse en una fase de involución perenne, y por ello no entiendo por qué existen las diferencias provocadas por mentes retrógradas que provocan el desasosiego continuo en una especie que no quiere extinguirse. Ahora toca oprimir por motivos de raza.
Yo, cuando observo a un ser humano veo a un ser humano con sus miedos y alegrías, con sus instintos y sus creatividades, con sus sueños y esperanzas.
Nunca he creído en la palabra «negro» o «amarillo» o «gitano». Solo creo en ella, o en él,  y nada más. Todas las vidas son importantes.
Y me parece una depravación el racismo, como me parece una depravación el machismo o la homofobia.
Me he criado leyendo, viendo y escuchando a grandes seres humanos, y nunca me he fijado si eran negros, blancos o azules.
En la foto, de Mark Seliger, aparece uno de los más grandes actores que ha dado el mundo del espectáculo. En mi vida, grandes compositores y cantantes «afroamericanos» me han ayudado a ser lo que soy, y nunca he pensado en el color de su piel sino en el funcionamiento de su mente, en la maravilla de su creatividad. Y eran, y son, «negros». ¿De veras crees que has venido a este mundo para odiar a los que no son como tú?