Discurso del Führer en Navidad. 24 de diciembre de 1941.

Ucronía: Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuesto acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder (RAE, 1992).

El 23 de octubre de 1940, Francisco Franco y Adolf Hitler se reunieron en Hendaya, con el objeto de intentar resolver los desacuerdos sobre las condiciones españolas para su entrada en la guerra del lado de las potencias del Eje.
Hitler consideraba a Franco un general sin carisma ni presencia física y, por supuesto, muy alejado del perfil de la Nueva Raza que quería extender por el mundo.
La reunión fue un fracaso y Franco pensó que su suerte había acabado y que Hitler prefería a un loco como Mussolini para conseguir sus objetivos globales y, por ende, que su papel en la Historia iba a dar un cambio radical.
No se hicieron esperar mucho sus malos presagios, pues mientras estaban reunidos en esa especie de paripé institucional y militar, las tropas germánicas se dispusieron a las puertas de las capitales más importantes de la Nueva España.
Franco se había cubierto las espaldas con contactos anteriores entre la aristocracia europea para preparar un plan de huida si las relaciones con el III Reich se tensaban.
A Hitler no le gustaban los privilegios adquiridos por nacimiento y, menos aún, la supervivencia de los privilegiados por encima de los trabajadores y trabajadoras que estaban impulsando el desarrollo del mundo en la realización de su Utopía. Por eso odiaba, sin ocultarlo, a reyes, duques y aristócratas mentecatos varios que poblaban Europa. Los consideraba auténticos parásitos y, en su fuero interno, anteponía el carácter de supervivencia de los judíos frente a las inútiles familias que pretendían vivir de las arcas estatales de los diferentes estados anexionados y no anexionados.
Juan III debía quedarse exiliado o morir y, por supuesto, su primogénito, que arrastraba una tara psicológica no debería pisar jamás España.
Dejó que Franco hiciera el trabajo sucio aniquilando los últimos bastiones de la República y no pensaba ayudarle más, como lo hizo en la masacre de la Operación Rügen de 1937 en Guernica. Prefería concentrar sus esfuerzos en luchar contra los resistentes y despiadados finlandeses, noruegos y rusos.
Por eso, a su vuelta de Hendaya, los generales fieles a Franco, como el Ministro del Ejército, José Enrique Varela, y el de Gobernación, el coronel Valentín Galarza, así como el propio hermano de Franco, de los que recibió Hitler informes de la Gestapo sobre su espionaje y mercenariado a favor de los británicos comandados por Churchill, entregaron los poderes a Heinrich Himmler durante su estancia en España, que transcurrió entre el 19 y el 24 de octubre, mientras Hitler se reunía con el «payaso gordinflón» Franco, para que el III Reich entrara en posesión del que adivinaban sería un estado fallido con el ridículo Francisco Franco Bahamonde en la cúspide del poder.
Dos meses después, toda España estaba bajo el poder del III Reich y, un año después, el 24 de diciembre de 1941, se quiso sellar oficialmente la adhesión a la Nueva Patria con la mismísima presencia de El Führer, en todos los hogares que ya tuvieran el nuevo invento importado de Berlín, la televisión (para el que Alemania fue pionero en marzo de 1935), y en todas las salas de cine, teatros y paredes de grandes edificios que permitieran una proyección y megafonía de alta calidad.
Ese fue el Primer Dircurso del Führer en Navidad.

Deja un comentario