Pronto me iré de aquí. Y hasta que ese momento llegue, recordaré con añoranza los momentos que pasé contigo, inmerso en una placidez absoluta, cuando las horas de hastío aún no habían contaminado nuestra convivencia.
¿A quién cree que engaña con sus modales tan altaneros?
Sabe que nació en la misma miseria que yo, que viene de la misma ralea y que, por mucho que intente disimularlo, de vez en cuando, le sale el deje.
Ahora viste con ropas caras, habla por teléfonos caros y se codea con gente cara, pero no podrá evitar ser tan barata como todos los demás.
No voy a descubrirla ante ese mundo porque ella misma lo hará y, cuando suceda, yo estaré allí para recogerla entre mis brazos y llevarla, con todo mi amor, hasta el altar.
El palpitar por ella. Sabiendo que jamás sería correspondida.
Desesperanza. Toda la que su corazón de polímeros permitía. Toda la penumbra que su cerebro asimóvico asimilaba.
Sufría las consecuencias de amar, en la distancia, sólo material, a aquella hermosa humana. Una de sus madres.
Androide, hembra, y lesbiana. Tres factores que sus creadores nunca quisieron conjugar.
Algún día la desconectarían y el secreto de aquel amor se tornaría perenne, inaprovechable, involucionador.
En la ducha, mientras las hirvientes gotas laceraban su incipiente calva, daba vueltas y más vueltas a la estrategia a seguir.
Cómo utilizar las palabras exactas. Colocando las pausas en el momento adecuado. Realizando malabarismos gestuales para transmitir la petición subliminal de misericordia.
Ya llevaba un buen rato en el cuarto de baño, que se había convertido en una sauna, y pensaba que debería ir acabando pues el enemigo, que le estaba esperando, sospecharía. De todas formas, no había logrado relajarse y eso, quizás, le delataría.
Pulsó el mando del grifo, y suspiró.
Alargando la mano, en medio del vaho, alcanzó la toalla y se enfundó en ella. Volvió a suspirar.
Pensó que la suerte estaba echada. Lo que tuviera que ser, que fuera. Y fuera lo que fuera, lo que fue lo había disfrutado.
Salió del plato y se aseguró de no resbalar con los primeros pasos dentro de las chanclas. Sonrió por la dichosa Ley de Murphy, imaginando librarse del inminente enfrentamiento gracias a una proverbial rotura de cuello.
Con la mano hizo un movimiento de limpiaparabrisas para descubrir su imagen enrojecida, en piel y ojos.
Se guiñó el ojo derecho y escupió en el lavabo. Una masa verde proveniente de su garganta más profunda.
Y giró el picaporte.
-¡Hola, querida!
Y una hora de ducha tirada por el sumidero. Literalmente. -Sé que te vas a enfadar pero tengo que decirte que… te engaño con tu hermana.