Cíclico

Se quedaba mirando el paisaje del cuadro durante horas.

Buscando los recuerdos reconocibles. Recorriendo las pinceladas e intentando reiniciarlas con el movimiento de los ojos.

Abstrayéndose en los colores y comparándolos con los de la realidad tergiversada por el paso del tiempo.

Contando las veces que había visto el marco cambiado a la par con las modas efímeras.

Y esta vez una imperceptible sonrisa cambió su semblante, al visualizar, en segundos, los rostros de todos sus dueños, a través de las generaciones de la familia que lo había adoptado.

Y frunció el ceño para cumplir el ritual de conocer a su nuevo propietario, el que se haría cargo de él hasta su muerte.

Giró sobre sí mismo, enfrentando sus ojos, para decir, como otras tantas incontables veces.

-Me da igual que me sustituyas. Me da igual que prefieras a otro. Pero si prescindes de mí, déjame llevarme esta pintura a mi próximo destino. La podrás recuperar cuando me retiren. O quizás tus descendientes.

El niño señaló más allá de su espalda, para incitarlo a volver la vista.

-¡Qué maravilla! ¡Mira que sol tan azul!

 

sol azul

La no esclava

   Nadie como ella para presumir de nuevos chips ante los otros cyborgs. Nadie como ella, para demostrarles, con hechos, que las simulaciones habían terminado. Que ahora volvía a ser funcional, con sus atributos sexuales emancipados. Que estaba preparada para volver a ser esclava, haciendo libres a las otras, de ese fin trascendental para el que se las criaba. Volvería a enamorar a los incautos con sus sueños y quejidos, y no notarían la diferencia. De un cliente a otro nadie notaría, salvo sus proxenetas, que era incansable, y que el placer que ella podía dar era eterno, pues no notaba la diferencia en la penetración entre un humano y otro, ni ellos las huellas que dejaban escapar sus sudores. Y sus parámetros conductivos le permitían no escandalizarse ni reprimirse ante las perversiones de los exterminables de esa especie. Así, decían sus «padres», salvaban muchas vidas inocentes. Y para ella no era ningún sacrificio permutar soluciones no viables para nadie más, excepto para otros artificiales como ella, capacitados para no sucumbir ante cansancios ni penas.

LUZTRAGALUZ. Capítulo 12

XII

   Discorde emplazamiento aquél. El paisaje cubierto por entero de cantos rodados de geometría ovoidea uniforme que provocaba el traspiés en todos ellos. Ridículas y embarazosas las situaciones en las que sus aparatos locomotores se veían inmersos.

   Nueve mil ciento treinta androides asociados por la mansedumbre perpetrada en el denominador común de la ceguera de El Creador.

   Cayendo y volviendo a levantarse, en tropel, con el espejismo mental de que estaban llegando a algún sitio.

   Más allá del horizonte, el silbido ultrasónico los detuvo en seco. Las filas de vanguardia comenzaron a quebrantar la disciplinada marcha con una anárquica sucesión de vaivenes, primero, y una descarada huida arbitraria, después.

   El silbido comenzó a hacer mella en la totalidad de las membranas temporales. Empezaron a estamparse en plancha contra los cantos y se cascaban las testas dejando derramar lágrimas de impotencia antes de la desconexión.

   Al silbido lo seguía la vibración caliente de la inestable composición gaseosa que metabolizaban. Y a la vibración, la sorpresa visual.

   Ya les habían advertido sus depositarios, por si había desbandada. Ante la exigencia de que se mantuvieran en sus puestos, la indiferencia.

   -¿No tenéis miedo que el pájaro Arnac os ataque en este desierto?

   Y allí, ante ellos, cada vez quedando menos en pie, menos con voluntad programada, cientos de pájaros Arnac surcando el éter y bombardeándolos con cargas ultrasónicas que devastaban, que arremetían contra los encéfalos de luz.

   Los pájaros, ilusiones provocadas desde alas delta kilométricas dirigidas por haces láser, con buches repletos de voluntades ekstrim, aprovechaban la descoordinación del gran conjunto de serviles para la anulación y posterior reclutamiento a la causa de los visionarios.

   La revancha estaba siendo cumplida.

   La atalaya, cíclope que vigilaba el valle del holocausto, escudaba su estructura, y la de sus usuarios, amparada en su superposición de módulos cristalinos que absorbían de manera misteriosa todas las ondas que surcaban aquel paraje. Ninguno de los gizios logró explicar a Adeldran el porqué del milagro de que ellos siguieran operantes. Sólo El Creador sabía el origen de su construcción y perduración. Desde ella, Adeldran testimonió ante sus anfitriones que no deseaba seguir la suerte de aquellos pobres caídos en desgracia.

   -¿Desde cuándo no registras nada en tu diario interno?

   Aquello… aquello era inverosímil, pensó Focodeluz Adeldran. Cómo Unus conocía aquel secreto tan bien guardado. Cómo todos los demás gizios se atrevían a asentir con complicidad. Por qué le habían obligado a presenciar aquella matanza. Qué motivo había para que no estuviera allí, desventrado entre aquellos a los que había sentido como hermanos.

   -Has aceptado nuestra hospitalidad en muy mal grado. Nada de lo que te digo te excita, nada te incita a la rebeldía. Tu conformismo te deplora. La Prueba Natur ha confirmado lo que El Gran Jefe predijo. Eres una marioneta… un estúpido robot al que se le perdona la desconexión. Eres importante para un plan desconocido por todos, y aquí estás, desperdiciando la oportunidad que se te brinda para saciar nuestra sed de conocimiento.

   Unus Primor, El Intrigante, le acercó su rostro y, siguiendo un extraño ritual, que los demás secundaron uno a uno, le escupió a los oculares.

   Añadiendo terquedad a lo que había asumido como propio e hilarante sentido del deber, ante el que nadie debía asomar burla brava, Adeldran se escurrió el insulto con el dorso de la mano que no tenía engarfiada por la rabia, e impactó de nuevo con la palabra, antes de que le dejaran allí solo, rezagado en la bajada obligada de la larga escalera helicoidal.

   -¿Quién tiene derecho a no tragar luz?

   Unus Primor, Zunaton A, Fenton U Senior, Annaton U Senior, todos los que habían tenido algún papel en su reciente trasiego neuronal, se hallaban allí, mirándolo, no sabía si admirándolo o despreciándolo, con sus adornos emplumados, con su enanismo amenazador.

   -El mayor de los errores puede ser perdonado con una muerte libre.

   Habiendo dejado claro que lo consideraban un engendro que no debiera haber existido, y esperando que se autoaplicara la desconexión perpetua, le dieron definitivamente la espalda para abandonar el lugar y retornar a sus quehaceres continuos, mecánicos, estériles.

   Unus Primor, El Intrigante, Unus Primor, El Itinerante, filtró informaciones que le vincularon con la mafia de un amanecer extraño.

   -Sigue tus pasos hacia donde surge el segundo sol. Camina constante, pues estás bien recargado y no te faltará energía, y cuando creas que el erial y su calor abrasador te engullen, persevera, pues aparecerá ante tus ojos la respuesta a todas tus plegarias, a todas tus dudas. Aún tienes tiempo, pues la próxima batida de los pájaros está aún por programar. No socorras a ninguno de los que crees tus hermanos. Déjalos dejar de ser, pues El Creador así lo quiere. Y no regreses jamás para rematarnos con tus nuevas iluminaciones. Déjanos permanecer en nuestro estado de ignorancia. Déjame conservar mi poder efímero, tan ficticio y simbólico. Que los gizios continuemos hambrientos, sin saciarnos jamás con el impacto del decoro racional. ¡Ojalá los Les te hubieran encontrado antes que nosotros!

   En la torre vigía, el acusado se rebeló contra la sentencia injusta. Se asomó por última vez hacia la vaguada plena de cadáveres electrónicos, completamente solo y con algo parecido al miedo restallando en el silicio, cuando la fugacidad de un pensamiento se transformó en inquietud.

   “Si Domenica hubiera estado allá abajo…”

stones-1408086-1920x1440

LUZTRAGALUZ. Capítulo 6

VI

   No tardó mucho el emisario en hacer presencia. Estrechó nuestras manos y completó su anterior bienvenida virtual con un ofrecimiento de los placeres de la ciudad-estado que se abría a nuestros supuestos deseos. Nuestra misión nos imposibilitaba hacer accesible nuestra identidad pues, como Domenica nos instruyó, existían más perjuicios que ventajas para la prosecución de nuestros objetivos.

   -Reconozco que son repelentes pero las barreras de confianza deben caer por sí solas. Los sabuesos Han nos ayudarán en la tarea. ¡Ah! Permitidme.

   Deduciendo que los sabuesos Han eran las pegajosas bolas videotransmisoras y que el lenguaje de aquel pueblo con el que nos íbamos a mezclar estaría recargado de rebuscados preciosismos estrambóticos, no nos sorprendió la gesticulante reverencia que nos brindó nuestro anfitrión para presentarse a sí mismo.

   -Sir Don Angus Agus, para serviros. ¡Adelante! Seguid mis pasos sin inhibición.

   Las hojas de la Jaundüm estaban completamente abiertas y el paisaje que se ofrecía a nuestros sentidos era del todo irreverente con el sentido común: Sir Don Angus Agus nos mostraba, con aspavientos de orgullo, un amplio panorama a derecha e izquierda rebosante de campos de cultivo, salpicados por las pequeñas islas artificiales que suponían algunas construcciones humanas, interrumpido únicamente por el camino que hollábamos decididos en pos de un próximo amurallamiento que adivinábamos en la distancia, y que Sir Don Angus Agus nos vaticinó como el siguiente control en el que nos abandonaría para dejarnos en las buenas manos de otro Sir Don tan hospitalario como él. 

   Nuestro enorme grupo no pasaba desapercibido a algunas gentes que trabajaban en las plantaciones, y que nos saludaban hasta que les dábamos la espalda.

   El adoquinado metálico, plateado, era completamente regular y los intersticios de los pequeños bloques estaban rellenos de un líquido dorado que no llegaba al nivel necesario para mojarnos las suelas. Lo que redondeaba esta curiosidad era la naturaleza de la vía, pues su aspecto de alfombra metálica era reforzado por el pequeño chasquido electrostático que sonorizaba nuestras pisadas.

   La temperatura del color de la luz reinante en aquel mundo subterráneo era tan elevada que mi termocolorímetro ocular la igualó con la que tenía un mundo medio de clase Terra. La explicación científica de aquel asombroso milagro venía dada por la interacción de la radiación de los agentes caloríficos de las zonas magmáticas de Terra XIX con los gases de aquella atmósfera interna.

   Domenica, que seguía mudo, había quedado un poco rezagado y no queriendo, quizás, hacerse notar, rehuyó la compañía de nuestro primer cicerone, investigando por su cuenta la naturaleza de todo cuanto nos rodeaba, situación y circunstancias, para ser complementado con cada uno de los otros doscientos veinticuatro análisis.

   Cuando todos nos detuvimos en seco, Sir Don Angus Agus carcajeó.

   -¡No teman! Si han llegado hasta aquí ha sido porque así lo hemos consentido. La hostilidad de estos servidores es sólo superficial. Los sabuesos Han son mucho más de lo que aparentan. Si ellos no han dado la alarma sobre sus intenciones, es que han sido aceptados y están a salvo de cualquier injerencia.

   Los servidores, con sus tres metros de alto y cuatro brazos potentemente armados con lanzas portabats, seguramente apabullaban con su presencia a los humanos, pero ésta no era la razón por la que se nos paralizó el ánimo. En la nueva Jaundüm no había goldueno, sino que un material traslúcido dejaba adivinar lo que nos esperaba una vez traspasada.

   La muralla que partía a ambos flancos era del mismo material. Y fue que lo que en la distancia nos había parecido una fortificación de maderas de pinazur no era más que la absorción de los colores de un lago que, a modo de foso, rodeaba la isla ciudad-estado Nova Cydonia.

   La columna de focos de luz se apelotonó en el embudo formado en la gran puerta, y el primero de nosotros en cruzar el umbral tuvo que aceptar el relevo de Sir Don Angus Agus mediante un fogoso abrazo.

   -Sir Don Adelbrandus Bradux, os dejo a cargo de estos engendros del Benigno. Dejadlos que hagan su trabajo y que se vayan en paz.

   Domenica se abrió paso y se puso en evidencia de tal manera que no hubo ninguna duda sobre quién era el líder de nuestra expedición. Haciendo una reverencia en señal de pleitesía hacia los dos caballeros, formuló la pregunta impertinente.

   -¿A quiénes llamáis engendros, buen señor?

   Sir Don Adelbrandus Bradux tomó la palabra después de haber ordenado a los dos titanes que nos obstaculizaran hasta que se aclararan las dudas de lo que denominó hembra audaz. El que le había abrazado optó por no retornar aún a su puesto de vigía-guardián de la primera Jaundüm para así poder secundar a su colega y salvar la credibilidad de sus inmediatas aseveraciones.

   -¿No os vale con haber sido aceptados de buen grado? Creo que vos estimáis que nosotros sabemos algo sobre vosotros que no os conviene. Pero ya os avisó mi buen señor Agus El Centinela de que los Han no monitorizaban solo vuestras, hasta ahora, coherentes acciones. Sabemos, pues, a qué venís y lo que esperáis encontrar. Los millones de tentáculos de El Creador están bien aleccionados y vosotros, focos de luz, habitantes de la luz, debéis aprovechar la ocasión que os brindamos para aceptar nuestra cooperación en las aperturas de las mil puertas de todos los parásitos destructores infiltrados en el organismo de nuestra civilización. No queremos volver a huir y agradecemos a El Creador las esperanzas de perpetuidad de nuestra resurrección.

    Domenica, la hembra, giró sobre sus talones y miró directamente a los oculares de los que tenía en su campo visual, asintiendo con una caída de párpados, señal que se fue transmitiendo entre los demás hasta abarcarnos a todos. Mi compañero, que compartía características de género con otros del grupo, acató la nueva fase de nuestra programación y decidió aceptar lo evidente.

   -Mi buen señor. Sea lo que es, sea lo que deba ser. Nos tenéis a vuestro servicio y partiremos en cuanto os dejemos libres de la ambición dominadora de los pilotos visionarios.

   Hoy, Día 42, Focodeluz.

waterline-1198090

Extraña bienvenida

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no se cercioró de que en su trayectoria se encontraba una espigada forma bípeda que le daba el alto.

Hizo caso omiso de la advertencia y continuó avanzando, y la silueta difusa se fue aclarando y se dio cuenta que era, claramente, un masculino, que había cambiado la mano en alto por una postura de defensa. Defensa, ¿contra quién?, pensó. Él no llevaba ningún bulto consigo y, por lo tanto, se veía que estaba desarmado.

Asemejaba un escudo lo que aquel tipo se había colocado protegiéndose el abdomen, y una lanza portabat lo que asía con fines hostiles. Y le llegó la voz, obligándole a frenar.

-¡No siga dando un paso más! ¡Quédese donde está! Yo iré hacia usted y me dará datos de identidad. Si desoye estas recomendaciones, me dará motivos para tocar sus piernas e inutilizarlas. ¡Quédese donde está! Voy hacia usted.

Cuando pudo distinguir sus facciones, se apresuró a dictaminar que era imposible no distinguirlo de un ser de carne y hueso, problema ético cuyo conocimiento le había llegado de otros mundos de tecnología más vanguardista. Una máquina perfecta, quizás, pero una máquina al fin y al cabo.

«Seguimos siendo superiores», pensó.

Aparte de la cabeza metálica, ninguna otra parte dejaba escapar el brillo delatador. Las manos enguantadas y el tronco y extremidades convenientemente vestidos.

-Identifíquese- la voz debía de ser sintetizada electrónicamente, pero no se diferenciaba en nada de la voz natural -. Hable alto y despacio, vocalizando bien sus palabras.

-Me llamo Antisthénês de Eichcaler.

El artificial soltó burdamente los pertrechos. Se quedó como desactivado, pero estaba registrando las inflexiones de entonación, timbre, y demás características sonoras, además del contenido, entregados en la aseveración del, para él, todavía intruso.

-Está bien, Antisthénês de Eichcaler. ¡Sea usted bienvenido!

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

La Segunda Venida

Samwel Aesequial le cacheteaba y el no volvía en sí. Cuando cayó desmayado, temió el peligro, y cargó el cuerpo a sus espaldas. Hasta que acudiera en su auxilio el androide demandado; entonces, lo transportarían sus incansables brazos. Y fue tendido, cuando, de pronto, empezó a recuperar las consciencia.

-Samwel, álzate y ayúdame a incorporarme.

Así se hizo, y se midieron ambos por el mismo rasero de sus ojos. Ojos límpidos, que fulguraban con un nuevo brillo.

La candidez especulaba con la humildad y Aesequial no pudo resistirla en aquella intensidad. Volvió a la genuflexión, y, mientras hablaba, no osó retornar a aquellos ojos.

– Mis androides serán tus apóstoles, con los que resurgirá un nuevo amanecer, para los que se hallan en la oscuridad.

-¡Samwel! ¿Y si no quiero ser parte de esto?

Procurando que no se notara su sarcasmo, Samwel Aesequial dejó escapar una risita de complacencia.

-Te pido que llegues, por Ti mismo, al conocimiento. Quien tuvo yerro una vez, puede tenerlo dos veces, ¡y más! si busca la perfección. ¡Maestro! ¡Sólo por ello resucitaste!

……………………………………………………………………………………………………………………………..

Y dijeron que volvió El Cristo, tal como se le oyó predecir en el confín de los tiempos.

Y dijeron que tentó, que rescató, que encamino, que alumbró, que emocionó, que desligó, que alió, que axiomatizó, que cismó, que curó, que perdonó, que perdonó, que perdonó…

Mas sigue entre nosotros, sirviéndose de los inmortales para atraer a los mortales y darles el edén prometido.

La Bigalaxia es testigo de lo narrado. La Bigalaxia, corpúsculo en el Universo, simiente del poder.

LaSegundaVenida2