LUZTRAGALUZ. Capítulo 6

VI

   No tardó mucho el emisario en hacer presencia. Estrechó nuestras manos y completó su anterior bienvenida virtual con un ofrecimiento de los placeres de la ciudad-estado que se abría a nuestros supuestos deseos. Nuestra misión nos imposibilitaba hacer accesible nuestra identidad pues, como Domenica nos instruyó, existían más perjuicios que ventajas para la prosecución de nuestros objetivos.

   -Reconozco que son repelentes pero las barreras de confianza deben caer por sí solas. Los sabuesos Han nos ayudarán en la tarea. ¡Ah! Permitidme.

   Deduciendo que los sabuesos Han eran las pegajosas bolas videotransmisoras y que el lenguaje de aquel pueblo con el que nos íbamos a mezclar estaría recargado de rebuscados preciosismos estrambóticos, no nos sorprendió la gesticulante reverencia que nos brindó nuestro anfitrión para presentarse a sí mismo.

   -Sir Don Angus Agus, para serviros. ¡Adelante! Seguid mis pasos sin inhibición.

   Las hojas de la Jaundüm estaban completamente abiertas y el paisaje que se ofrecía a nuestros sentidos era del todo irreverente con el sentido común: Sir Don Angus Agus nos mostraba, con aspavientos de orgullo, un amplio panorama a derecha e izquierda rebosante de campos de cultivo, salpicados por las pequeñas islas artificiales que suponían algunas construcciones humanas, interrumpido únicamente por el camino que hollábamos decididos en pos de un próximo amurallamiento que adivinábamos en la distancia, y que Sir Don Angus Agus nos vaticinó como el siguiente control en el que nos abandonaría para dejarnos en las buenas manos de otro Sir Don tan hospitalario como él. 

   Nuestro enorme grupo no pasaba desapercibido a algunas gentes que trabajaban en las plantaciones, y que nos saludaban hasta que les dábamos la espalda.

   El adoquinado metálico, plateado, era completamente regular y los intersticios de los pequeños bloques estaban rellenos de un líquido dorado que no llegaba al nivel necesario para mojarnos las suelas. Lo que redondeaba esta curiosidad era la naturaleza de la vía, pues su aspecto de alfombra metálica era reforzado por el pequeño chasquido electrostático que sonorizaba nuestras pisadas.

   La temperatura del color de la luz reinante en aquel mundo subterráneo era tan elevada que mi termocolorímetro ocular la igualó con la que tenía un mundo medio de clase Terra. La explicación científica de aquel asombroso milagro venía dada por la interacción de la radiación de los agentes caloríficos de las zonas magmáticas de Terra XIX con los gases de aquella atmósfera interna.

   Domenica, que seguía mudo, había quedado un poco rezagado y no queriendo, quizás, hacerse notar, rehuyó la compañía de nuestro primer cicerone, investigando por su cuenta la naturaleza de todo cuanto nos rodeaba, situación y circunstancias, para ser complementado con cada uno de los otros doscientos veinticuatro análisis.

   Cuando todos nos detuvimos en seco, Sir Don Angus Agus carcajeó.

   -¡No teman! Si han llegado hasta aquí ha sido porque así lo hemos consentido. La hostilidad de estos servidores es sólo superficial. Los sabuesos Han son mucho más de lo que aparentan. Si ellos no han dado la alarma sobre sus intenciones, es que han sido aceptados y están a salvo de cualquier injerencia.

   Los servidores, con sus tres metros de alto y cuatro brazos potentemente armados con lanzas portabats, seguramente apabullaban con su presencia a los humanos, pero ésta no era la razón por la que se nos paralizó el ánimo. En la nueva Jaundüm no había goldueno, sino que un material traslúcido dejaba adivinar lo que nos esperaba una vez traspasada.

   La muralla que partía a ambos flancos era del mismo material. Y fue que lo que en la distancia nos había parecido una fortificación de maderas de pinazur no era más que la absorción de los colores de un lago que, a modo de foso, rodeaba la isla ciudad-estado Nova Cydonia.

   La columna de focos de luz se apelotonó en el embudo formado en la gran puerta, y el primero de nosotros en cruzar el umbral tuvo que aceptar el relevo de Sir Don Angus Agus mediante un fogoso abrazo.

   -Sir Don Adelbrandus Bradux, os dejo a cargo de estos engendros del Benigno. Dejadlos que hagan su trabajo y que se vayan en paz.

   Domenica se abrió paso y se puso en evidencia de tal manera que no hubo ninguna duda sobre quién era el líder de nuestra expedición. Haciendo una reverencia en señal de pleitesía hacia los dos caballeros, formuló la pregunta impertinente.

   -¿A quiénes llamáis engendros, buen señor?

   Sir Don Adelbrandus Bradux tomó la palabra después de haber ordenado a los dos titanes que nos obstaculizaran hasta que se aclararan las dudas de lo que denominó hembra audaz. El que le había abrazado optó por no retornar aún a su puesto de vigía-guardián de la primera Jaundüm para así poder secundar a su colega y salvar la credibilidad de sus inmediatas aseveraciones.

   -¿No os vale con haber sido aceptados de buen grado? Creo que vos estimáis que nosotros sabemos algo sobre vosotros que no os conviene. Pero ya os avisó mi buen señor Agus El Centinela de que los Han no monitorizaban solo vuestras, hasta ahora, coherentes acciones. Sabemos, pues, a qué venís y lo que esperáis encontrar. Los millones de tentáculos de El Creador están bien aleccionados y vosotros, focos de luz, habitantes de la luz, debéis aprovechar la ocasión que os brindamos para aceptar nuestra cooperación en las aperturas de las mil puertas de todos los parásitos destructores infiltrados en el organismo de nuestra civilización. No queremos volver a huir y agradecemos a El Creador las esperanzas de perpetuidad de nuestra resurrección.

    Domenica, la hembra, giró sobre sus talones y miró directamente a los oculares de los que tenía en su campo visual, asintiendo con una caída de párpados, señal que se fue transmitiendo entre los demás hasta abarcarnos a todos. Mi compañero, que compartía características de género con otros del grupo, acató la nueva fase de nuestra programación y decidió aceptar lo evidente.

   -Mi buen señor. Sea lo que es, sea lo que deba ser. Nos tenéis a vuestro servicio y partiremos en cuanto os dejemos libres de la ambición dominadora de los pilotos visionarios.

   Hoy, Día 42, Focodeluz.

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LUZTRAGALUZ. Capítulo 5

V

   Hoy, Día 42.

   Mi mente estuvo unida a la máquina, inmersa en un estado pasivo de disponibilidad, y cuando hube regresado al modo operante, me gratificó enormemente verme desvinculado del retén de emergencia: Si algo hubiera ido mal durante el viaje, los doscientos veinticinco pasajeros nos habríamos convertido en tripulación activa, imbricándonos con el plan automático de vuelo para llevar el carguero a buen puerto.

   Desde la órbita estacionaria, éste era una nodriza que se abrió el vientre y soltó en cascada sus retoños mecánicos que, con una docena de nosotros dentro, ponían a prueba sus escudos antifricción en caída libre a través de la atmósfera y de las bocazas con las que nos tragaban unas inhóspitas tierras coloradas.

   Cuando Domenica me invitó a salir al exterior, creí que bromeaba: Terra XIX era una inmensa gruta cuya profundidad se perdía en el horizonte subterráneo, con una oscuridad rota en puntuales zonas, justo muy cerca de galerías laterales que debían de llevar a otras grutas, que yo adivinaba serían tan inmensas como la que estaba contemplando gracias a mi visión infrarroja. Y sobre nuestras cabezas, el hueco de ingreso, terminación de un canal de espiral que comunicaba con la superficie, por el que se había deslizado nuestra nave en desaceleración de planeo.

   Prejuzgar no es una buena filosofía, pero qué podía pensar de una civilización que se desarrollaba en tan extrañas circunstancias.

   -Es un modelo de desgaste, de erosión artificial, cuando los humanos que habitaban la superficie tuvieron que guarecerse del gran cataclismo que supuso el ultrarrecalentamiento de la atmósfera…

   -Y los ekstrim, claro, huyeron con ellos.

   A Domenica no le satisfizo nada la interrupción, y menos aún que fuera causada por la ingenuidad de un inminente bautizado, que debía ganarse su estima con algún episodio de audacia cinegética.

   -Los ekstrim jamás huyen, sólo se adaptan. Métetelo en tu cabezota.

   Mientras que nos desperdigábamos por el mundo subterráneo, Domenica me demostró que, aunque aquélla era la primera vez que lo pisaba, sin embargo, se había documentado sobre el medio en que íbamos a movernos con el fin de inocularse la mejor vacuna contra la transmisión de la intolerancia. Asumiendo los recursos, la tentación de caer en cualquier tipo de osadía, sería extinta.

   -Se cree que los ekstrim provocaron una hecatombe termonuclear para llegar al punto en el que los humanos de este planeta están, a fin de crear un nuevo sistema de civilización donde el control sobre los mismos fuera supremo. Y por eso estamos nosotros aquí, para evitar que el mal sea irreversible. Tenemos que devolver a estos terráqueos su orgullo, su libertad.

   Los adelantos tecnológicos les habían permitido crear ciudades a lo largo y ancho del subsuelo, y era hacia sus luces a donde nos dirigíamos.

   La programación se hacía efectiva siguiendo el plan de rastreo designado, y cuando la caverna se entroncó con una nueva intrusión cortical, los infrarrojos de nuestro sistema óptico fueron mermados. El corredor lítico resplandeció y nuestros pasos comenzaron a ser espiados. Unas videoesferas vidro del tamaño de un puño flotaban en torno a nosotros sin interrumpir en ningún momento la apurada marcha.

   El pasadizo ascendía y descendía en múltiples zigzag horizontales y parecía no tener fin, hasta que Domenica, que me precedía en unas cuantas cabezas, desapareció de improviso y el foco de luz que lo seguía se detuvo en seco, anunciando a los demás que tenía ante sí una suerte de tobogán de declive casi vertical que se perdía en la oscuridad.

   Debatimos sobre las expectativas y me lancé el primero en busca de mi compañero, deslizándome vertiginosamente sin pensar en cuál sería el resultado de aquella pequeña aventura.

   A medida que caía, notaba que una corriente de aire llegaba desde lejos, suave al principio, intensísima a medida que se adivinaba una tenue claridad en lo que debía de ser la desembocadura del deslizadero, que me iba frenando con su choque frontal y desgarraba en tensión los flexotensores del cuello en mi intento de mantener erguida la cabeza para no perder detalle de lo que me antecedía.

   El ángulo de incidencia se fue abriendo hasta permitir que todo mi largo rozara con la superficie del tobogán y que, no pudiendo resistir la tensión, mi visión se llenara con las rugosas paredes del hemicilindro que por encima de mí iban pasando.

   La horizontalidad frenó la caída y la inercia la amplió, hasta detenernos bajo una luz día que nos mostró una muralla dorada que ya Domenica estaba palpando. Si uno torcía la cabeza hacia la derecha, veía más muralla interminable que se perdía en el horizonte. Si lo hacía hacia la izquierda, ésta era tragada a unos pocos cientos de metros por la oscuridad más densa.

   Un gran portón del mismo material se levantaba ante nosotros, y mientras iba llegando el resto, y los que estábamos estables de pie sorteábamos las embestidas de los que terminaban su resbaladizo trayecto, Domenica dirigió su biorradar hacia las alturas, donde pretendidas nubes llenaban el techo existente entre el acantilado que nos había vomitado y la refulgente fortificación.

   -Espero que mi información sea exacta.

   Las esferas espías, que aparentaban habernos abandonado, hicieron silbar el aire cuando llovieron desde aquellas nubes hacia nosotros, incrementando su número en igualdad al nuestro.

   -Existe una superficie especular que parece recubrir toda esta bóveda que nos engaña con el efecto óptico de distancias inconmensurables hacia lo alto para ofrecer la sensación visual de morar bajo un cielo abierto.

   -¿Morar? ¿Quiénes?- varios de nosotros interrogamos a Domenica mientras simulábamos sentir indiferencia por nuestros marcadores, que estarían enviando nuestras videoimágenes a los enigmáticos sujetos de nuestra pregunta.

   En la gran puerta de goldueno, metal equivalente en color y maleabilidad al oro gaiano, estaban depositadas nuestras esperanzas, y la pequeña vibración que se dejó sentir bajo nuestros pies anticipó que las macizas hojas empezaban a girar sobre sus pernios.

   La mitad de las hostigadoras esferas encendieron sus superficies con un baño de fotones, dibujando un mapa de intensidades que se concretó en un rostro sonriente y parlante.

   -¡Sed bienvenidos, habitantes de la luz! ¡Pasad y sed con nosotros! ¡Atravesad la Jaundüm y dejadnos ser vuestros!

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LUZTRAGALUZ. Capítulo 4

IV

   Hoy, Día 3.

   Varios focos de luz fuimos aleccionados en el cerco al ekstrim y en el subsiguiente ceremonial de apertura de las mil puertas.

   Cómo maniobrar en la sibilina circunstancia del prendimiento, con los premeditados y automáticos movimientos que finalizan en la profanación del individuo objetivo.

   Coraje.

   Yuxtaposición de las abstracciones de los análisis, síntesis y comparaciones aportados por los miles de billones de bits contenidos en ambos hemisferios, y el torrente que había que embalsar en el símil de cuerpo calloso, para luego desconsagrarlo con el pinchazo-taladro vaciador-trasvasador y la inoculación de la vacuna lobotomizadora.

   Las bestias no razonan.

   Me acoplaron un compañero llamado Domenica con el que se suponía debía compartir misiones. No lo había visto en el horno de convicción por lo que supuse era de anterior promoción.

   Con su voz, suavemente aguda y susurrante, me habló de lo que esperaba de mí, pues parecía ser que su anterior pareja lo había decepcionado en demasía, aunque no me especificó en qué.

   -No tengo autorización para darte los detalles. Olvídate de él. Lo que te propongo es que estés ojo avizor y que tus reacciones sean más instantáneas que las suyas. Dentro de media jornada saldremos al exterior y te enfrentarás con la realidad de los datos que te han sido cedidos en programación.

   Me sentía plenamente preparado, pero lo que no esperaba es que nos metieran a doscientos veinticinco en un carguero rumbo a un mundo del que solo nos dieron el nombre en los mapas estelares.

   -¿Has estado alguna vez en Terra XIX?

   Domenica confesó que era también su primera vez y que le parecía buena idea que nos enviaran a un planeta en el que, salvo por la experiencia adquirida, estuviéramos en igualdad de condiciones.

   -Así nos cogerán por sorpresa los mismos hábitos y apariencias sociales. Es emocionante desembarcar en un virgen.

   Me explicaron, entre todos los veteranos, que un virgen era un mundo en el que andaban a sus anchas el cien por cien de los ekstrim, y que éramos catapultados hacia él porque estaban a punto de cumplirse las condiciones para provocar una Gran Muerte local.

   Me impresionó el tamaño del anillo magnético incrustado en una gran barrera de inercia. Me impresionó la soledad del páramo, que se hacía más radical tras la barrera. Las torres de anclaje y sus huecos antigravedad iban engulléndonos.

   -Los servidores pilotos permitieron, en su día, que se llevara a cabo el primer viaje piónico. Las ingentes aceleraciones destrozaban a los Jefes. Sólo nuestros cuerpos inorgánicos y nada quebradizos permitieron el milagro- las lecciones de Domenica, así lo aprendería con el tiempo, rellenarían todas las lagunas de mis registros mnemohistóricos, y su embelesadora voz, a la que ya me estaba acostumbrando, me hacía volar con el pequeño sector de imaginación que se nos permitía-.

   El anatomórfico acolchado me sujetó con el vacío creado en el espaldar. Domenica no estaba a mi lado. Sus formas lo clasificaron para ocupar otra casilla en el compartimento de carga. Creía verlo a lo lejos, pero los infrarrojos selectivos no me aseguraron que fuera el de las gráciles formas que se dejaba ceñir al otro lado del brazo de espiral.

   De nuevo, otra sonda craneal me traspasó el vínculo sagrado. Conectado, iba a presenciar el despegue como si fuera parte integrante de la nave. Conectado, iba a sufrir los efectos atenuados que iban a estremecer la estructura de la kilométrica tobera magnética.

   Me relajé, desconecté los oculares, y me sumergí en las reacciones que tenían lugar en la planta motriz: la aniquilación mutua entre protones y antiprotones y la producción de los piones, que nos empujarían a nuestro destino a la velocidad de la luz; la tobera los canalizaría y el gran anillo los encauzaría hacia el vacío estelar y, al otro extremo, nuestros cuerpos casi rozarían las estrellas en un suspiro.

   Focos de luz a través de la luz para sembrar oscuridad.

   Hoy, Día 3, Focodeluz.

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