Escupió en su cara lo que había embalsado en su boca segundos antes.
-Te devuelvo lo que es tuyo. Porque yo no lo quiero. Ya está tan muerto como tú. Y es tan despreciable como tú, que me has utilizado.
El hombre levantó la mano derecha, abiertos sus dedos para desgarrar la cara de la que había usurpado su estima. Pero, sin embargo, se arrepintió de inmediato y la utilizó para limpiar su propio semen y, con la otra, extrajo un pañuelo del bolsillo de su pantalón con el que secó las lágrimas que manchaban de negro la cara de la que había sido, otra vez, su objeto sexual.
-No volveré más. Hay otras. Y mejores que tú.
Convencido de su hombría, pero no de su humanidad.
Dudando. Y viéndola llorar, sin importarle, como tantas veces.