Consejo impensable

A veces pensar cansa.

A veces no pensar libera.

Pero siempre hay alguien pensando.

Y si tú no lo haces, esa persona lo hará por ti.

Y entonces tú dejarás de ser tú para ser ellos, otro más de los ellos, los siempre prescindibles.

Por eso, si te cansas de pensar, respira, relájate, desconecta tu mente un segundo, pero no dejes de hacerlo.

Porque no pensar no libera.

Porque no ser libre es no ser.

 

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Virus

Traslado un conocimiento insano. Emito axiomas inabarcables. Con la disputa de la razón heterodoxa que elimina cualquier atisbo de genialidad, sumisa al sistema impuesto por los mediocres. Los que son tantos. Los que no varían con el paso del tiempo. Los que eternizan las generaciones de esclavos. Los que eliminan el progreso, la evolución de la especie, que aún no merece ser exterminada.

 

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En tu cara

Escupió en su cara lo que había embalsado en su boca segundos antes.

-Te devuelvo lo que es tuyo. Porque yo no lo quiero. Ya está tan muerto como tú. Y es tan despreciable como tú, que me has utilizado.

El hombre levantó la mano derecha, abiertos sus dedos para desgarrar la cara de la que había usurpado su estima. Pero, sin embargo, se arrepintió de inmediato y la utilizó para limpiar su propio semen y, con la otra, extrajo un pañuelo del bolsillo de su pantalón con el que secó las lágrimas que manchaban de negro la cara de la que había sido, otra vez, su objeto sexual.

-No volveré más. Hay otras. Y mejores que tú.

Convencido de su hombría, pero no de su humanidad.

Dudando. Y viéndola llorar, sin importarle, como tantas veces.

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La no esclava

   Nadie como ella para presumir de nuevos chips ante los otros cyborgs. Nadie como ella, para demostrarles, con hechos, que las simulaciones habían terminado. Que ahora volvía a ser funcional, con sus atributos sexuales emancipados. Que estaba preparada para volver a ser esclava, haciendo libres a las otras, de ese fin trascendental para el que se las criaba. Volvería a enamorar a los incautos con sus sueños y quejidos, y no notarían la diferencia. De un cliente a otro nadie notaría, salvo sus proxenetas, que era incansable, y que el placer que ella podía dar era eterno, pues no notaba la diferencia en la penetración entre un humano y otro, ni ellos las huellas que dejaban escapar sus sudores. Y sus parámetros conductivos le permitían no escandalizarse ni reprimirse ante las perversiones de los exterminables de esa especie. Así, decían sus «padres», salvaban muchas vidas inocentes. Y para ella no era ningún sacrificio permutar soluciones no viables para nadie más, excepto para otros artificiales como ella, capacitados para no sucumbir ante cansancios ni penas.