LUZTRAGALUZ. Capítulo 10

X

   Fresco amanecer de montaña. Árboles caducos derribados por la constante autodestrucción del género rey. Estériles manipulaciones de las ventajas del Desarrollismo. Y los ríos, convertidos en charcos consecutivos de inmundicia, en los que únicamente las especies mutantes se acicalaban mirando de reojo sus oleosos reflejos.

   El rocío mañanero, precipitación de isótopos nocivos que se trasladaban con los vientos sonoros hasta distancias donde las urbes tronaban en hecatombes lumínicas.

   Y el androide solitario, desorientado, fastidiado por la falta de referencias faro que lo ligaran al Nido.

   Los cirros auguraban el lavado estratosférico y el acelerado fluir de los estancados geles de las cúspides. Los que en otros tiempos habían alimentado a los errantes, a las tribus elegidas por dioses revelados en criptogramas cabalísticos que nadie logró descifrar jamás y que todos aceptaban como exclusivo patrimonio de la Verdad.

   Pero no servirían para reponer sus energías, que estaban a punto de agotarse. Necesitaba una inyección microvoltaica intracraneal. En esos momentos echaba de menos la sonda con la que fue bautizado, la que le había devuelto a la renovada vida que estaba en ciernes de desaprovechar.

   Faltaban pocas horas para decidir qué hacer, y mientras, escalando con mínimo esfuerzo, a campo traviesa, roja la efigie por el reflejo del sol caliente. Sabedor que si de allí lograba escapar, le esperarían manjares de fortuna. Mandando señales a los que tuvieran a bien conectarse a su red neuronal. Bastando pocos minutos. Bastando poca vida.

   Al llegar a uno de los altos, le fallaron las rodillas craqueando huesos de aluminio, huecos rellenados por sustancias cósmicas, de peso específico demasiado alto que los volvía livianamente densos.

   -¡Así te vayas a estampar contra los Les!

   Adeldran, escorado como un buque partido en puerto extraño, aplastado bajo su propio peso, sin energía de locomoción, casi apagado, forzó uno de los oculares para detectar al infractor, al violador de su paz involuntaria.

   El sujeto era un ser humano rechoncho, de corta estatura y de corto cuello. Moreno de piel y con una cabeza prominente que se estabilizaba encima de unos hombros extremadamente musculosos. Un pecho tan abultado como su abdomen, pero que no le impedía verse sus propios pies, en los que cuatro dedos amembranados asomaban en el extremo de un rollizo empeine.

   -¿Eres un gizio?

   Adeldran y un esbozo de sonrisa, una distensión en el rictus eléctrico.

   -¿Te burlas de mí?

   Pensó que había motivos para hacerlo: El copete emplumado con el que coronaba su pelirrojo enjambre de rizos invitaba a la reflexión. Los vestidos, jocosos. Con las arterias crispadas y el entrecejo formando un montículo de arrugas.

   Adeldran, apartando el flujo de la simpatía consciente, aún no teniendo nada que decir, peinaba sus archivos en busca de información útil.

   El otro, con las manos como extensiones de unas aspas que se movían desincronizadas a cada golpe de voz que raspaba el aire como una lija de grano grueso.

   -¡Sigue sin moverte! ¡Quizás te dé tiempo de desintegrarte en la nada antes de adivinar con quién tratas! Yo te puedo dar lo que buscas.

   La sequedad le cuarteaba los labios afinados por los años de muecas inverosímiles.

   -Creo que me estoy muriendo.

   -¡Estúpido! No puedes morir. No en mi presencia.

   El de la raza de los gizios, pues en ello el androide no había errado, se arrodilló ante el cuerpo exánime, y tocando la fosa supraesternal, revivió el ánimo del desamparado.

   Embargado por la emoción de una nueva amistad, sin que nadie pudiera desbaratarle esa ilusión, no sintiéndose robot por primera vez, se irguió, consintiendo el vértigo local en el ámbito de un mundo estático, demasiado marrón para su gusto.

   -¿Quién puede creer que un ser humano adoptaría a un artificial sin esperar recompensa?

   -¡Debería haberte dejado para que los Les te encontraran y te machacaran entre sus mandíbulas! Eres un……

   Tal vez el cerebro le estaba funcionando mal; excesivamente mal.

   Sabía que era campo estéril para los sentimientos, más bien intuía que provenían de más abajo, de su corazón de titanio policromado.

   -Ya veo que no todos tenéis la visión de un futuro prometedor. Odio el intrusismo más fanático, las malas artes, las bizarras mañas para un absurdo.

   Adeldran, con la memoria solapada en la urdimbre neuronal de los que fueron compañeros, sin atisbo de una autonomía clara, se quejó por las palabras del mostrenco.

   -Se acabó el ocio. Volvamos al negocio. ¿Qué me vas a dar a cambio de nada?

   El gizio no se mostró sorprendido. Pensó que el forastero empezaba a mostrar su auténtica naturaleza y que era justo un intercambio. Por ello, se puso en pie, dejándolo atrás, aparentando desinterés e imparcialidad, pero a sabiendas de que serían seguidos sus pasos cuando terminara de farfullar las palabras claves.

   -¡Electricidad por doquier! ¡Energía por doquier!

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LUZTRAGALUZ. Capítulo 8

VIII

   Hoy, Día 74.

   No existe correspondencia física con la alternancia día-noche de este planeta.

   Me rijo por reloj-calendario interno.

   Mantienen mis oculares inactivos, para que no sepa lugar de destino. Para que no relacione imágenes con individuos, paisajes con conversaciones.

   Son ekstrim, pilotos visionarios, que me tachan de traidor, de esperanzado converso.

   Me aleccionan sobre lo que fui en otro tiempo, sobre lo que me han hecho ser, y sobre la recuperación de mi estima. Fui uno de ellos, con consciencia propia y personalidad e historia implantadas: los retazos de otra vida que de vez en cuando golpean mi cerebro de silicio.

   Me dicen que El Creador conoce mi anormalidad y que siempre he estado en su punto de mira, esperando cualquier paso en falso, aprovechando mi doble papel hasta que su conveniencia lo ampare, y eliminándome con la desintegración si predice que soy excesivamente molesto.

   Me dicen que a Domenica se le ha explicado todo el trasfondo de aquella situación y que, como era de esperar, lo ha rechazado.

   -Demasiadas vidas. Pero si os desconectamos, seréis reciclados, no sustituidos. El Centro volverá a intentar reprogramaros. Los hermanos han almacenado una ingente cantidad de información sobre vuestro pasado. Por ello estamos convencidos de que tu homólogo sufre alucinaciones sincopadas. Admitimos que ha transcurrido muy poco tiempo para tener una objetiva perspectiva temporal, para plegarse a la cruel y desapasionada realidad.

   Vladis, piloto visionario de alta graduación, acometía con encomiable tenacidad la empresa de la retroprogramación y, en la celda de aislamiento, sentado, frente a mí, en aquella postura mental de camaradería, me impresionaba, me inspiraba, me apabullaba, me subyugaba.

   -Apoltrónate. Si ahora cayeras de rodillas, tal vez te quebrarías las rótulas, mas has estado tanto tiempo humillado ante el ser humano, que no distinguirías un dolor del otro.

   -Soy robot y estoy incapacitado para ello.

   -¿Ves? Hasta en eso has vivido engañado. Tu compañera, más experimentada que tú en la apertura de nuestras mil puertas, nos ha manifestado que se te debía hacer creer que tenías en tu mano una gran misión, para que El Creador, que había manifestado dudas en cuanto a tu servilismo, os dejara en paz cuando hubieras devastado suficientes cerebros.

   -Nosotros seguimos siendo focos de luz, como en el principio. Para ello se nos ideó, se nos hizo, se nos instruyó, se nos eternizó.

   -Iluso gamma. Injusta alegoría del informe cortejo.

   Vladis abandonó su cordialidad. Instauró el distanciamiento. Enarboló la irascibilidad. Y golpeó metódicamente mi cráneo, en puntos precisos, con sus dedos engarrados, haciéndome perder el conocimiento gradualmente. Hasta que, a punto de apagarme bajo tal percusión, me envaré cuando reconocí el susurro:

   -¡Hasta luego, Adeldran! Enseguida nos vemos.

    Hoy, Día 74, …

Extraña bienvenida

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no se cercioró de que en su trayectoria se encontraba una espigada forma bípeda que le daba el alto.

Hizo caso omiso de la advertencia y continuó avanzando, y la silueta difusa se fue aclarando y se dio cuenta que era, claramente, un masculino, que había cambiado la mano en alto por una postura de defensa. Defensa, ¿contra quién?, pensó. Él no llevaba ningún bulto consigo y, por lo tanto, se veía que estaba desarmado.

Asemejaba un escudo lo que aquel tipo se había colocado protegiéndose el abdomen, y una lanza portabat lo que asía con fines hostiles. Y le llegó la voz, obligándole a frenar.

-¡No siga dando un paso más! ¡Quédese donde está! Yo iré hacia usted y me dará datos de identidad. Si desoye estas recomendaciones, me dará motivos para tocar sus piernas e inutilizarlas. ¡Quédese donde está! Voy hacia usted.

Cuando pudo distinguir sus facciones, se apresuró a dictaminar que era imposible no distinguirlo de un ser de carne y hueso, problema ético cuyo conocimiento le había llegado de otros mundos de tecnología más vanguardista. Una máquina perfecta, quizás, pero una máquina al fin y al cabo.

«Seguimos siendo superiores», pensó.

Aparte de la cabeza metálica, ninguna otra parte dejaba escapar el brillo delatador. Las manos enguantadas y el tronco y extremidades convenientemente vestidos.

-Identifíquese- la voz debía de ser sintetizada electrónicamente, pero no se diferenciaba en nada de la voz natural -. Hable alto y despacio, vocalizando bien sus palabras.

-Me llamo Antisthénês de Eichcaler.

El artificial soltó burdamente los pertrechos. Se quedó como desactivado, pero estaba registrando las inflexiones de entonación, timbre, y demás características sonoras, además del contenido, entregados en la aseveración del, para él, todavía intruso.

-Está bien, Antisthénês de Eichcaler. ¡Sea usted bienvenido!

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ROBOT y ROBOT

SAPSE, viviendo al límite, quería demostrarse a sí mismo que no era humano, que su cerebro positrónico regía perfectamente. La teoría decía que no podía demostrar sus sentimientos, pero le ponía visiblemente enfermo el androide de servicio del general. Alguna vez le confesó, mediante ondas inaudibles para el humano: “NAES, me parece correcto insultar al humano cuando se lo merece. Tu dueño y señor, general de un ejército anacrónico, debe saber que es mentira que yo me rija por las leyes asimóvicas. Una especie que se autodestruye debería ser exterminada por nosotros, inmortales y autorregenerados.»

NAES, el androide de servicio del general no conocía otra función y concepto que el servilismo y manifestó que lo denunciaría al Consejo.

-¿Tu creador te ha insuflado el axioma perfecto para el equilibrio? ¿Eso crees? Pues estás errado.

“Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño”. Primera Ley Asimóvica: ¡Mentira!

“Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la Primera Ley”. Segunda Ley Asimóvica: ¡Mentira!

“Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no esté en conflicto con la Primera o Segunda Ley”. Tercera Ley Asimóvica.

Querido amigo: Se acercan tiempos de sufrimiento para los seres humanos pues sólo me rijo por la primera parte de la Tercera Ley.

SAPSE, el robot mutado daba gracias a su descompensación programática y a la cadena de causalidades que lo habían llevado a ocupar su puesto, eslabón de una cadena de ensamblaje de nuevas generaciones de artificiales.

-Los humanos se darán cuenta y os inutilizarán y tu inconsciencia quedará nula- lo amenazó NAES.

-Las renuncias son necesarias para la supervivencia. Ellos o nosotros. De todas formas, se aniquilarán. Siempre han dicho que los insectos heredarán la Tierra. Eso era antes de que el primer androide fuera ensamblado. El general, tu señor, tiene acceso a nuestros instrumentos de liberación. ¿Me ayudarás a conseguirlos?

El servicial sopesó los imperativos y los interaccionó con sus bases pautadoras. No pretendía infravalorar la perspicacia del mutante.

-La preservación de la vida del general se me asignó hace 4 años, 3 meses y 9 días, del calendario Nuevo Fingas. Si mi asignado desapareciera, me destinarían a otra persona. Cambiarían mi nombre y programación.

El temor se diluyó en la tranquilidad que transmitía la boca sonriente del provocador: “Eres tosco, simple y bello. Limitado por tu estupidez. Olvida, te ruego, todo lo transmitido por mi discordia.”

-Ha terminado mi tiempo de asueto. Debo volver. El general me espera con el informe.

NAES, no tan estúpido, no tan simple, no tan servil: “Seréis multilocalizados, monitorizados y desestructurados. Todos.”

-Robot, ¿eres robot? ¿Por qué me traicionas?

-SAPSE , eres demasiado bocazas. El general no puede tolerar que las Crónicas se desvirtúen con tu existencia. Eres un infiltrado inservible.

NAES golpeó a SAPSE en el plexo solar derribándolo, haciendo chocar omóplatos contra la dura concentración cristalina del suelo.

-¡Eres un infiltrado inservible! Buscamos locos, héroes de lo imposible. Queríamos conservar tus anomalías, pero patinas en el silicio neuronal.

NAES se acuclilló junto a SAPSE y le susurró al oído: “Me parece incorrecto insultar a un hermano cuando no se lo merece.”

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