Sin ton ni son

Un señor enormemente bajito que apareció para insultarme tuvo que justificarme sus insultos. No pudo. Solo se basaba en mi aspecto. Que si era andrógino, que si mis pinturas me delataban, que si mi amaneramiento era ridículo.

Entró en el bar solo para lanzarme sus vituperios. Me vio a través del cristal del escaparate donde las botellas de cerveza se amontonaban sin ton ni son. Y como debía estar tremendamente aburrido, se sentenció a sí mismo que yo debía ser su próxima víctima.

Yo, acostumbrado a sentir indiferencia ante los que me menospreciaban, no tuve más remedio que reaccionar ante su sarta de palabrotas malsonantes.

-Papá, ¿de veras no puedes esperar a que llegue a casa para intentar deprimirme aún más?

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Nuevas generaciones

Mi hijo, cuando era niño, me preguntó por el significado del movimiento de los planetas. Como no supe contestarle, se dijo, y me dijo, que sería astrónomo. Hoy, treinta y cinco años después, me sigue preguntando por el significado de ese movimiento. Sabe las respuestas pero quiere escuchar de mi propia boca, con mi propia voz, cómo asumo mi ignorancia. Y después quiere escuchar de mi propia boca, con mi propia voz, en qué magnitud se encuentra mi amor por él.

-Sólo sé que se mueven en el Universo Infinito. ¿Ves las estrellas? Pues cuando dejes de verlas, porque ya no existan ni ellas ni tú, aún perdurará, en el infinito, esta sensación de plenitud, cuando comparto mi tiempo contigo. Aunque creas que no sé nada. No creas que no recuerdo que yo también fui niño. Que mojaba la cama cuando tenía pesadillas. Que esperaba impaciente los regalos en Navidad. Que me entusiasmaba con la llegada del verano y de mis primos. Que lloraba, en mi interior, con la emoción de escuchar a mis abuelos cantarme el cumpleaños feliz. Que miraba con impaciencia el minutero para que el timbre nos avisara que podíamos dar patadas al balón en el recreo. Que me hinchaba como un gallo cuando la chica más guapa del barrio se dignaba a echarme una mirada, cuando……

-¡Perdona! ¡Perdona! ¿Y de tus padres no echas nada en falta?

-¿Mis padres? ¡Ah, no! En mi serie cometieron el error de olvidar implantar esos personajes y los recuerdos adyacentes en mi programación. Los de tu serie han salido más completos.

Horas bajas

Tres. No eran más que tres los besos que pedía.

Uno en la frente, por mis padres.

Otro en la mejilla, por mis hijos.

Y otro en los labios, por mi amada.

Y tal como imploraba esa ternura, ella me la negaba.

Y tal como me llegaba la necesaria amargura, ella, la vida, me la acentuaba.

 

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Reproche

   Mis padres me habían repetido, una y otra vez, que no tendría ninguna oportunidad. Que me querían y que por eso me decían la verdad. Para que la verdad no me defraudara cuando me encontrara con la cruda realidad. Yo les agradecía su tesón para echar mis sueños por los suelos.

   Pero esta, como las otras veces, se han equivocado: Esta vez sí que estoy en la cápsula. Y tras varios meses de acondicionamiento, podré comunicarme con ellos, para decírselo. Que no debieron haberme infravalorado.

   Ahora se quedarán, para siempre, solos. Porque de esta misión no se vuelve. Y tendrán que asimilar mi triunfo.

   Ellos seguirán siendo ciudadanos de su insulsa Tierra. Yo, una pionera en mi enigmático Marte.

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N. R. F.

 
   Mientras me preparaba para irme a trabajar, dejé a mi hijo viendo la tele, para que se distrajera y no incordiara.
   Al cerrar el grifo, tras enjuagarme la boca, escuché unas carcajadas que provenían del salón.
   Acercándome a mi hijo, para acoplarle la minimochila y poder largarnos a la guardería, me fijé que sus risas se mezclaban con los gritos de angustia de una damisela, en la pantalla, que estaba siendo mordida por un zombi descerebrado. 
   Caí, entonces, en la cuenta de que mi hijo era un N. R. F. (Niñito Rarito «Felís»).
 
(Dedicado a Estela Tatiana, mi hija)
 

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