Tres. No eran más que tres los besos que pedía.
Uno en la frente, por mis padres.
Otro en la mejilla, por mis hijos.
Y otro en los labios, por mi amada.
Y tal como imploraba esa ternura, ella me la negaba.
Y tal como me llegaba la necesaria amargura, ella, la vida, me la acentuaba.