Un señor enormemente bajito que apareció para insultarme tuvo que justificarme sus insultos. No pudo. Solo se basaba en mi aspecto. Que si era andrógino, que si mis pinturas me delataban, que si mi amaneramiento era ridículo.
Entró en el bar solo para lanzarme sus vituperios. Me vio a través del cristal del escaparate donde las botellas de cerveza se amontonaban sin ton ni son. Y como debía estar tremendamente aburrido, se sentenció a sí mismo que yo debía ser su próxima víctima.
Yo, acostumbrado a sentir indiferencia ante los que me menospreciaban, no tuve más remedio que reaccionar ante su sarta de palabrotas malsonantes.
-Papá, ¿de veras no puedes esperar a que llegue a casa para intentar deprimirme aún más?
Sin ton ni son, pero con don y plas.
Don por ser este un señor relato y plas del aplauso mental que acabo de hacer por conseguir trasladarme a ese lugar donde estabas al escribir esta historia. Fascinante.
Muchas gracias. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.