Manifestándose

Reía y producía endorfinas a toneladas para que me escucharais, pero me rebajabais la autoestima con el peor de los insultos: La indiferencia.
Cuan equivocado estaba creyendo que no os fijaríais en mí cuando podíais localizarme en la distancia si teníais una buena pituitaria. Lavarse siempre ha sido un acto fundacional, y yo, que me considero un antisistema, me lavaba lo justo y necesario.
Según daba un paso, os ibais separando a ambos lados, y yo me carcajeaba cada vez más, y se despegaba mi ego a niveles estratosféricos cuando intentabais encontrar, sin conseguirlo, el origen de aquel olor nauseabundo, a la par que tapabais vuestras narices con mangas, manos o pañuelos. Y seguía riendo, antes de que os percatarais de mi existencia, antes de que dedujerais que en el más allá no necesitamos lavarnos porque es así como nos manifestamos desde el inframundo contra las injusticias de vuestro mundo.

 

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Mea culpa

Señorita Culpa: Ha vuelto usted a distorsionarme, a hacerme ver una parte de mí que no conocía. Ha vuelto a incidir en mi papel en el entramado del ciclo de la muerte. Pero, se lo ruego, no me haga sentir mal.

Es cierto que hoy he vuelto a resucitar pero, la verdad, ya me estoy hartando de volver a la vida cada vez que se me necesita.

Y usted sabe que llegará el momento en que no me sienta culpable ni decepcionado por no poder hacerlo.

Creo que ya me he ganado el derecho a descansar en paz eternamente.

 

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Amargo sollozo

Aquella noche no había podido pegar ojo.

Con la sensación extraña de que la estaban observando. Sin ser capaz de delimitar entre el tiempo de la vigilia y del onirismo. Con los dos ojos abiertos en la oscuridad pero sin poder ver nada, atenta a cualquier punto de luz que pudiera hacer estallar su imaginación, demasiado calenturienta a veces. Atenta al menor susurro para convencerse de que la hablaban desde el más allá.

Y cuando puso los pies en el suelo, antes de acoplarlos a las chanclas, mirando a los rectangulitos de luz que se escapaban por la persiana, dejando marcar las nalgas desnudas con el borde del colchón sin sábana, la invadió la pena y el sollozo.

El más agrio sufrimiento pensando en lo que estaba a punto de suceder. El enfrentamiento más cruel con las mentiras, la envidia, el egoísmo, la maldad de los que esperaban ahí fuera: Los vivos.

 

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¿Y si no hay nada?

¿Y si más allá no hay nada? ¿Y si mis esperanzas de volver a verte están basadas en un hecho jamás probado? ¿Y si tenía que haber aprovechado la última vez que te vi? ¿Para pedirte perdón? ¿Pero no solamente con palabras? Temo que tu recuerdo me abandone. Temo tanto al paso del tiempo, implacable, porque el tiempo no será nunca más mi aliado. No volverá jamás a eternizar nuestros instantes sublimes. No volverá jamás a ser testigo activo de nuestro amor.

 

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Caronte

   Tantos años de lascivia le llevaron a la deshonra. La familiar, la profesional. Nadie esperaba que se culpara por ello.

   Había sido extremadamente feliz, y ahora, olvidado por sus amantes, mendigaba cariño en los asilo de ancianos, donde nadie le reconocía, donde nadie le criticaba, donde nadie le juzgaba, hasta que, ya cerca de la muerte, en la penumbra de la pena, se espantó por su aspecto, pues no discernía si era un ángel o un demonio el que le acompañaría a cruzar el umbral al más allá.

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