Escapo del infierno de tus ojos para caer en las arenas movedizas de tu boca.
No es que seas una trampa, es que eres un peligro para mis sentidos, pues al final caigo voluntariamente en tus excesos, los de personalidad, los de hermosura, los de tu inquietante ternura.
Y, sin embargo, tú me sigues mirando insultante, creyendo que acaparas el mundo porque te crees su ombligo. Me desprecias y me desesperas a partes iguales, porque has asumido que te amo y que puedes ningunearme a tu antojo, pero he de decirte que aún no he asumido mi papel de esclavo reprimido. Mi ama. Ama.
Ámame tú también.