Así es ella

Pizpireta, anacleta.

A veces profeta de una vida multidesgraciada.

Seguidora de unas normas endulzadas

que la corrompen en la tribu ensimismada,

esa horda que dice que no hay leyes,

esa que grita que no hay reyes

mientras distribuyen el derecho de pernada.

La individua revolucionada y la revolucionaria,

la apática y la estratégica,

la exigida y la restringida,

la aplaudida y la temida.

Esa señora que te mira y no te mira.

Esa ilusa que se ríe de tus gracias y con tus desgracias.

La liberadora de pasiones

y la presa de los besos presos.

La señora de la incertidumbre,

la aprovechada de la mansedumbre.

Así es ella y no se queja.

Así es ella en privado y en público.

Y así lo escribo, de ella enamorado

de su leyenda y sus miradas,

de su tacto y de su lengua intrépida,

que no se calla, que no me acalla.

Que no me quiere ni me ama,

pero que adora ser mi dueña y mi ama.

Ama, ama.

 

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Insultante

Escapo del infierno de tus ojos para caer en las arenas movedizas de tu boca.

No es que seas una trampa, es que eres un peligro para mis sentidos, pues al final caigo voluntariamente en tus excesos, los de personalidad, los de hermosura, los de tu inquietante ternura.

Y, sin embargo, tú me sigues mirando insultante, creyendo que acaparas el mundo porque te crees su ombligo. Me desprecias y me desesperas a partes iguales, porque has asumido que te amo y que puedes ningunearme a tu antojo, pero he de decirte que aún no he asumido mi papel de esclavo reprimido. Mi ama. Ama.

Ámame tú también.

 

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